Cuando Eric Hernández tenía un año y medio, decía el abecedario al derecho y al revés con fluidez. A los 3 años, Bruno Caruso le preguntó a su maestra: “¿Qué fue primero: el Big Bang o a Adán y Eva?”. A los seis meses, Andrés Latorres se sentaba sin ningún apoyo en la alfombra y encastraba piezas de Lego por una hora.
Aunque el desarrollo intelectual de estos niños sería la envidia de muchos, sus historias están salpicadas de tristeza y frustración.
Y no se diferencia de las de muchos niños y jóvenes con altas capacidades en América Latina.
Algunos están en universidades y otros en centros especializados donde realizan estudios avanzados. Sin embargo varios de ellos fueron incomprendidos en sus escuelas y tildados de “problema” porque se aburrían en clase o corregían a los maestros.
¿Cuántos son?
Es muy difícil saber cuántos niños superdotados hay en América Latina, pues depende de los parámetros de medición de cada país. Algunos países estiman que entre 1-2% de su población es superdotada, otros aseguran que representa 5% mientras que varios apuntan a que es 10-15% de su población.
Hay muchas personas que trabajan en el área de los niños superdotados en la región, pero queda mucho por hacer, especialmente desde la perspectiva gubernamental.
En algunos países hay directrices nacionales y programas para algunos de estos niños, como en México, pero no siempre hay recursos para implementarlos.
Brasil cuenta con centros de apoyo para educadores, donde se hacen investigaciones y publicaciones de alta calidad. Pero en muchos otros el apoyo es mínimo o inexistente. En Uruguay, por ejemplo, se limita a la etapa infantil.
Muchas personas luchan contra sistemas escolares rígidos. Por eso muchos padres optan por educar a los niños en casa.
Hay muchas comunidades vulnerables e indígenas que enfrentan desafíos únicos.
Fuente: Leslie Graves, presidenta del Consejo Mundial para Niños Superdotados (World Council for Gifted and Talented Children) en respuesta a BBC Mundo.
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BBC Mundo buscó a niños superdotados e investigó si la región está preparada para canalizar su potencial y esto fue lo que encontró.
La sombra del autismo
“Probablemente es autista”, le dijo el pediatra de Eric a su madre, Eva Palacios, cuando ella acudió emocionada, pero asustada, por “todo” lo que su hijo podía hacer.
“Hacía cosas que daban más miedo que gusto como recitar tan chiquito el abecedario al revés”, le cuenta a BBC Mundo desde su casa en Monterrey.
“A partir del año nos dimos cuenta que le llamaba mucho la atención acomodar carritos y hacer torres. Pensábamos que era normal para su edad, pero no lo era. Cuando íbamos al supermercado, nos teníamos que detener en cada automóvil porque se ponía a leer en voz alta las letras y los números (de las placas). Era muy obsesivo”.
Poco a poco y por su cuenta, comenzó a leer palabras.
“A los tres años empezó a hablar como si lo hubiese hecho toda su vida. A raíz de eso comenzaron a crecer sus habilidades. A esa edad sumaba, restaba, hacía series de números, leía muy bien. A los cuatro años leía en inglés, multiplicaba, dividía. Lo que le decías, no se le olvidaba”.
Con el transcurrir del tiempo, el diagnóstico de un posible autismo se desmoronó. El mismo doctor que usó el término, después les dijo que se trataba de un niño “muy inteligente”.
Entre regaños y la soledad
Cuando Eric estaba en segundo grado de primaria, hizo un curso de algebra por internet de la Universidad de Stanford y cuando tenía 10 años, estudió física con los videos que el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) publica en su web.
Sin embargo, a sus 13 años recuerda la primaria con pena.
“Me tocaba ver cosas que ya sabía. Estaba aburrido. Era molesto y frustrante”, le dice a BBC Mundo.
“Cuando les decía a los maestros que ya me sabía las tablas (de multiplicar), no sabían qué hacer (…) Muchísimas veces tuve que corregirlos y aunque lo hacía con buena intención, se enojaban. Me decían que no los corrigiera porque era una falta de respeto”.
“No me dejaban participar en la clase, me decían que guardara silencio y que no fuera a contestar lo que preguntaban. Me hacían ver que era un problema”, recuerda.
“Desgraciadamente en el recreo me quedaba solo. No tenía muchos amigos, aunque trataba de juntarme con los demás, no me aceptaban. Teníamos muy pocos intereses en común”.
En Uruguay, Andrés, quien ingresó a la primaria a los 4 años, vivió una experiencia similar.
“En la escuela no tenía muchos amigos principalmente porque era raro. Las madres de mis compañeritos me tenían bronca y los hijos terminaban copiándolas”.
Tiernamente se disculpa por usar la palabra “bronca” y le aclara a BBC Mundo que las madres de sus compañeros solo estaban “celosas” de sus talentos.
“Se armó cada lío cuando le decía a la maestra que había cometido un error en el ejercicio o cuando mis compañeros se equivocaban. Terminaban llamando a mi mamá”, recuerda el joven de 15 años.
“Durante un tiempo estuve bastante triste. Muchas veces llegaba a casa y me ponía a llorar. Pensé en cambiarme de escuela, pero sabía que nada cambiaría”.
“El sistema no está preparado”
“Siento que la escuela está hecha para gente normal, gente promedio. Si por alguna razón llega alguien con capacidad mayor, el sistema no está preparado”, señala Eric.
“Me gustó todo lo que descubrí antes de entrar a la primaria. Siento que en el área intelectual la primaria me frenó mucho porque pese a haber tomado cursos de temas especializados (en casa), con las clases en la escuela perdí el interés en muchas cosas”.
Según Palacios, el paso por la escuela de niños como Eric puede ser traumático no sólo para niños y padres, sino para docentes.
“Los maestros no sabían qué hacer con él. Nos decían que no le diéramos más libros, que le estábamos enseñando cosas que no eran para su edad, que le estábamos haciendo un daño. Pero lo irónico es que yo ni siquiera sabía lo que él había aprendido por su cuenta”.
“Lo tenían castigado, reportado, amenazado con correrlo”, recuerda Palacios.
“Él estaba enojado y, a su vez, nosotros estábamos molestos con él porque retaba a los profesores, corregía a los compañeros y, por eso, lo castigaban”.
Padres “expertos”
Ante el vacío de información sobre niños con altas capacidades en Uruguay, el padre de Andrés, Enrique Latorres, amplió su formación como profesor universitario con un posgrado sobre educación de altas capacidades de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid.
“Me convencí aún más de que no hay gente preparada en Uruguay para estos temas. Hay un enorme desconocimiento por parte de autoridades, docentes e incluso psicólogos sobre las particularidades de los chicos con altas capacidades. Muchas de las respuestas que uno obtiene por parte de los profesionales están basadas muchas veces en sus creencias y prejuicios y no en conocimiento científico”, indica.
De hecho, algo que alarmó a Palacios en México es que ante niños superdotados, algunos psicólogos creen que se trata de trastornos de déficit de atención o hiperactividad y sugieren usar medicinas.
“Uno, como padre, tiene que saber diferenciar entre un especialista que realmente sabe del tema y del que no porque eso va a afectar la vida de tu hijo. La realidad es que tuve que hacerme yo experto porque no había”, indica Latorres.
“Como padres nunca pensamos que Andrés fuera el problema. El problema eran los otros. Evangelizamos en los colegios a los que Andrés asistió sobre el tema de altas capacidades, dimos información, enviamos fotocopias de libros”.
Adaptarse
En tercer grado de primaria los padres de Eric tomaron la decisión de sacarlo del sistema oficial de educación.
Los efectos de estudiar en casa, lo cual hizo por tres años, se sintieron inmediatamente. “Su estado de ánimo cambió, su autoestima aumentó, se volvió más analítico”, recuerda su madre.
Pero algo estaba faltando, cuenta Palacios: habilidades para socializar.
A los 13 años regresó a la educación oficial. Estudia en el Centro de alto rendimiento académico Se Talentos de Nuevo León, en donde Eric asegura: “he conocido mucha más gente como yo”.
“Como mamá prefiero que vaya a la escuela para que socialice. Antes de pensar en enviarlo a la universidad, quisiera que madurara más, que juegue, que explore, que sea feliz, que sea niño”.
Andrés, por su parte, está terminando el bachillerato y encontró una estrategia para seguir adelante.
“Ahora trato de estar más callado porque se terminan enojando contigo y he tenido cada problema. Me ha pasado que no me va muy bien en la materia de algún profesor que he corregido y en cuya clase he dicho algo que no le gusta”, señala el joven que sueña con estudiar robótica.
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Consejos de un niño superdotado para un niño superdotado
Bruno Caruso, de 12 años, ha contado con el apoyo de la Fundación para la Evolución del Talento y la Creatividad (FETC) de Argentina. Así le respondió a BBC Mundo cuando le pedimos consejos para niños como él.
No quiero que nadie se sienta culpable por no ser comprendido. Yo creo que es un problema del sistema, pero tristemente no creo que lo pueda cambiar ni que ellos vayan a poder. Odio aceptarlo, pero lo estoy intentado.
Sabé que no estás solo, no vas a estar solo y no lo estuviste. Nunca dejes de buscar gente que esté en la misma situación.
Uno tiene que creer en sí mismo con moderación. No seas arrogante.
Seguí tus sueños, pero no dejes que tus sueños te aplasten.
Mantén determinación casi incondicionalmente.
Nunca te quedes con una duda (…) Buscá la respuesta, cazála hasta que la tengas.