Pekín se plantea esta medida ante el envejecimiento de la población.
Tras casi 40 años de control estricto de la natalidad, China parece estar dispuesta a dar el carpetazo definitivo a la política del hijo único. Ante el envejecimiento de la población, Pekín se plantea extender a todas las parejas la posibilidad de tener un segundo vástago, un cambio de gran simbolismo que enterraría una de las leyes más polémicas del país. Se calcula que la norma ha evitado 400 millones de nacimientos.
Los expertos coinciden en señalar que la cuestión no es si se suprimirá la medida del hijo único, sino cuándo. El periódico local China Business News, citando fuentes de la Comisión Nacional de Salud y Planificación Familiar, ha asegurado que el cambio podría llegar “antes de finales de año si todo va bien”. El organismo, que no respondió a las preguntas de este periódico sobre el asunto, negó sin embargo al rotativo China Daily que se haya establecido un calendario para permitir el segundo vástago a todas las parejas. “Hace tiempo que se debería haber implantado. Por cada año que se tarda en hacerlo, millones de mujeres pierden su mejor época para concebir un bebé”, argumenta el demógrafo He Yafu.
La ley del hijo único se puso en marcha bajo la Administración de Deng Xiaoping con el objetivo de mitigar los problemas sociales, económicos y medioambientales de una sobrepoblación del país. Pero su aplicación ha sido controvertida tanto por la privación del derecho de los padres a decidir de forma libre el número de hijos que quieren criar, como por las numerosas denuncias de abortos y esterilizaciones forzosas. El legado de la ley, además, es el de una población cada vez más envejecida que amenaza la sostenibilidad del ya de por sí frágil sistema de seguridad social chino y el de un concepto de familia basado en tener pocos hijos que ahora será difícil de erradicar.
Según datos del último informe de perspectivas de población de Naciones Unidas, un 16,8% de la población china tiene 60 años o más. El porcentaje se disparará hasta el 45,4% en 2050 y podría alcanzar el 56,1% en el año 2100. Por otra parte, la población del gigante asiático en edad de trabajar decrece desde 2012 a un ritmo anual de entre dos y cuatro millones de personas. “El envejecimiento de la población es una gran amenaza para el sistema de Seguridad Social. Una vez tienes una gran proporción de personas que no trabajan, la presión crece sobre las pensiones, el sistema de salud, los recursos disponibles para cuidar de las personas mayores… El Gobierno chino es consciente de ello, pero tiene que llevar a cabo políticas más proactivas”, defiende Elena Glinskaya, especialista en protección social del Banco Mundial en China.
En un intento de aliviar esta presión, Pekín decidió flexibilizar parcialmente la política del hijo único a finales de 2013. Si antes solo se permitía un segundo vástago a parejas formadas por hijos únicos, ahora basta con que uno de los dos cónyuges lo sea para conseguir el permiso. Pero la medida no ha provocado el baby boom esperado: de los 11 millones de parejas que cumplen este nuevo requisito, solo un millón y medio ha pedido el permiso. Los expertos temen que el país quede estancado en una tasa de fertilidad baja de forma permanente: “La actitud de los ciudadanos también ha cambiado, se han acostumbrado a este tipo de familia. Incluso con nuevas políticas que fomentaran los nacimientos podría no ser suficiente”, señala He.
En un informe publicado a principios de año, la Academia China de Ciencias Sociales instó a las autoridades a adoptar una política demográfica “más agresiva” al constatar que la tasa de fertilidad en el país es de 1,4 hijos por mujer. Es una cifra que se acerca peligrosamente al 1,3, un umbral que los países que lo han alcanzado no han conseguido remontar por muchos incentivos a la natalidad que hayan aprobado.