Nepotismo, falta de control, violación de las normas: la devastadora explosión de Tianjín tiene diversas causas y muestra la debilidad del sistema político en China, opina Matthias von Hein.
Lo más perturbador de la catástrofe de Tianjín es que no se produjo en las instalaciones de una fábrica abandonada. El lugar del desastre es un ultramoderno proyecto modelo. El área industrial Binhai New Area es dos veces más grande que Berlín, y ninguno de los edificios tiene más de 25 años. La mitad de la fortuna de 500 empresas, las de más sólidas ganancias del planeta, tiene allí su domicilio. Una de ellas es Volkswagen, y también Airbus y Motorola están presentes. El puerto, que fue modernizado hace poco, está en el décimo puesto a nivel mundial en cuanto a contenedores.
Y justamente allí, en esta vidriera del auge económico chino, se produjo una catástrofe con más de 100 muertos y cientos de heridos, de modo que hoy un abismo se abre en el cráter de la explosión, al tiempo que se hace visible también un abismo político. Muchos piensan que las causas de este terrible accidente son la falta de controles y el nepotismo en la administración, así como los individuos responsables de la empresa Ruihai Logistics, aliados de los líderes políticos chinos. Pero también detrás de las fachadas de cristal de la China megamoderna, los buenos contactos parecen ser más importantes que las normas y las leyes, a las que difícilmente se puede apelar. Esto lo atestiguan cientos de activistas por los derechos ciudadanos, abogados y sus empleados, quienes el mes pasado fueron detenidos o citados por la Policía en una campaña sin precedentes.
Un mar de mensajes ciudadanos
Lo que da ánimo en esta situación es eso que los expertos chinos oficialistas, en la era de las redes sociales, llaman “crisis de la opinión pública”. En un lapso de 24 horas luego del accidente de Tianjín se publicaron 250.000 mensajes sobre la explosión. Los ciudadanos chinos brindaron información amplia y rápida sobre los acontecimientos. Pero, por el otro lado, mientras en todo el mundo se veían las imágenes de la detonación, el canal de Tianjín emitía novelas coreanas, perdiendo así totalmente su credibilidad como medio informativo.
Los periodistas chinos planteaban preguntas acerca del por qué de la catástrofe y sobre la calidad del manejo de la crisis. Muy pronto se supo que no se había respetado la distancia mínima entre el depósito y las viviendas, y que los habitantes no tenían idea del peligro que los acechaba en la vecindad. Además, se dio a conocer que en el almacén se había depositado una cantidad de cianuro de sodio diez veces mayor a la permitida, y que los bomberos no sabían qué había dentro del depósito, por lo cual el uso de agua para apagar el fuego fue un factor que empeoró aún más el desastre.
El Partido Comunista chino reaccionó como siempre, cerrando 50 páginas web, y se ordenó a los medios usar exclusivamente el material liberado por la agencia oficial Xinhua. Y también hizo que los informes siguieran las viejas normas: historias heroicas de bomberos que salvan vidas, palabras de consuelo de oficiales e imágenes de las víctimas en el hospital. En el caso de Tianjín todo llegó demasiado tarde: la reputación del gobierno está perjudicada. La indignación pública sobre el mal manejo de la crisis y la falta de esclarecimiento fue tan grande que incluso el órgano del Partido, el “Diario Popular”, criticó solapadamente la “mala política informativa”.
La seguridad y el derecho a la información van de la mano. En China, sin embargo, las informaciones a menudo se protegen como si fueran secretos de Estado. Del mismo modo, también van juntas la seguridad y la independencia de intereses. Las normas laborales chinas, por ejemplo, son ejemplares, según confirman organizaciones internacionales del trabajo. Pero no se cumplen. Y no solamente por negligencia, sino también porque no hay sindicatos independientes que se ocupen de que eso se haga. El lugar de la catástrofe de Tianjín es ultramoderno, pero la política china no lo es.