El puerto de Tianjin sigue lejos de la ‘normalidad’ que predica el Gobierno. Pekín pretende convertirla en sede de un parque ecológico. Las pérdidas generadas podrían oscilar los 1.000 millones de dólares.
Para ser la futura sede de un “parque ecológico” y con las “tareas de limpieza casi concluidas” -como escribía la agencia oficial Xinhua-, el epicentro de la explosión de Tianjin presenta todavía un aspecto un tanto alejado de la “normalidad” que proclaman los medios gubernamentales.
Más que “ecológico”, el entorno continúa siendo una imagen que evoca los filmes de ciencia ficción. El perímetro de acceso restringido está repleto de camiones del ejército lanzando chorros de agua a los vehículos que pasan a su lado para “descontaminarlos”, coches de policía, y decenas de operarios embutidos en trajes blancos -escafandra incluida- que pululan entre las montañas de escombros que se apilan donde se encontraban los depósitos de productos químicos.
Otra plétora de grúas continúan excavando en los despojos de piedras y herrumbre. Ni siquiera han conseguido desecar el agua contaminada que sigue ocupando un inmenso espacio.
“Nos han dicho que nos llevemos los contenedores de aquí pero no sabemos a donde. ¿Peligro? No se si todo esto es tóxico pero la empresa nos dijo que debíamos usar estos trajes (los uniformes anti contaminación)”, explica uno de los trabajadores que asisten en las tareas de desescombro.
A casi un mes de la terrible deflagración que sacudió el puerto de Tianjin y dejó 162 muertos, y todavía 11 desaparecidos, el área afectada por este polémico suceso sigue intentando evaluar el verdadero alcance de lo acaecido.
El accidente ha supuesto un verdadero varapalo para la actividad económica del segundo puerto de China, que en situaciones normales podía lidiar con 13 millones de contenedores al año. Docenas de ellos continúan amontonados en las explanadas. Muchos aplastados o deformados por la onda expansiva.
“Mi agente me ha dicho que todo está bajo control, pero que no sabe cuando podrán entregarme mis enseres”, aclaró un extranjero recién llegado a Pekín, una capital para la que Tianjin constituye su puerta de acceso marítimo.
La firma Resilinc ya ha alertado que lo ocurrido puede derivar en retrasos en el envío de suministros durante meses, especialmente después de que el edificio donde se gestionaba la mayor parte del papeleo exigido para el transporte de los contenedores que llegan hasta el puerto quedara destruido.
El Banco Credit Suisse estimó que las pérdidas generadas por esta explosión podrían oscilar entre 1.000 y 1.500 millones de dólares. Para los asiduos de las redes sociales, el anuncio de que las autoridades comenzarán en noviembre a construir aquí un “parque ecológico” de 24 hectáreas con lago incluido, que debería ser “una celebración de la vida, un memorial y ayudar a crear un medio ambiente más habitable” -en palabras del diario local- es poco menos que un “insulto”, según opinó uno.
“Lo deberían llamar parque químico no parque ecológico”, aseguró otro usuario de Weibo, el twitter chino. “Creemos que este será uno de esos parques en los que no tendrás que colocar un cartel que diga: prohibido bañarse”, escribió por su parte el medio Shanghaiist.com.
‘¿Cómo vamos a vivir junto a una fosa común?’
En “El Paraíso”, una de las urbanizaciones adyacentes al depósito de productos químicos afectada por la deflagración, todos los inquilinos consultados coincidían en que prefieren abandonar el lugar.
“¿Cómo vamos a vivir junto a una fosa común?”, aseveró uno de los propietarios que había acudido a su residencia para recoger enseres. Los enormes bloques de apartamentos de lo que antes era un coqueto complejo de viviendas -con parque, lagos y amplias zonas verdes- continúan abandonados. La mayoría con los ventanales destrozados y muchos con las puertas desencajadas.
“Pasamos casi una hora encerrados en el baño durante la explosión. Yo, mi mujer y mi hijo. Cuando salimos todo el mundo corría y chillaba. El trauma es demasiado profundo. Y además todo esto está contaminado. No podemos volver a vivir aquí”, añadió el anterior inquilino, que no quiso dar su nombre.
Fang Bo, un profesor de 36 años, reconoce que no se fía de las promesas gubernamentales. “Lo que más me preocupa es el agua. La contaminación en el aire se disipará con el tiempo”, opina. El piso de Bo no sufrió muchos daños. Una grieta en el muro y los cristales rotos.
Los habitantes de la comunidad que se encuentra justo frente a los antiguos almacenes químicos tuvieron menos suerte. Los dos primeros edificios, oficinas públicas, están devastados, con los muros parcialmente derruidos como si hubieran sido bombardeados.
En las calles anejas siguen aparcados numerosos automóviles con el chasis destrozado. En la zona de aduanas hay cientos y cientos reducidos a metal achicharrado.
Los lugareños están acumulando sobre el asfalto todos sus enseres. Pilas y pilas de colchones, ropa, muebles y hasta ositos de peluche como la reproducción de Winnie de Pooh que coronaba un montón de desechos. “La mejor zona residencial del área”, rezaban las pancartas que rodean al complejo urbanístico.“Los propietarios están tirando todo porque piensan que todo está contaminado”, precisó un vigilante del recinto.
Las comunidades de vecinos siguen disputando con el gobierno las indemnizaciones que deberían percibir. La prensa oficial asevera que el estallido dañó 17.000 viviendas y 170 sedes empresariales.
“Todo el mundo está enfadado. Nosotros estamos viviendo de alquiler. Pagamos 3.500 yuanes (casi 500 euros) y el gobierno sólo nos da 2.000 (281 euros)”, relata Geng Hao, un joven de 28 años que ha acudido a su apartamento para recuperar algo de ropa.
Las autoridades han ofrecido 1,3 veces el precio que pagaron los propietarios en su día por estos pisos, pero Gen Hao indica que con ese dinero nunca podrán volver a comprar habitáculos como el que disfrutaban en “El Paraíso”. “Quieren que firmemos (un acuerdo) pero no lo haremos”, apunta.
Una pugna que se ha extendido a los deudos de los bomberos víctimas del luctuoso episodio ya que los que eran empleados por el puerto y no por la administración pública se quejan de discriminación y no haber recibido el mismo reconocimiento que los empleados estatales.
“A mi hijo lo enviaron en el primer momento de la explosión y todavía no sabemos que ha pasado con él. El gobierno nos prometió que nos trataría al igual que los familiares de los bomberos oficiales. Pero no se si cumplirán su promesa”, declaró por teléfono el progenitor de un bombero de 19 años que sigue desaparecido. “Nuestros hijos no recibieron ningún honor”, proclamó el padre de Zheng Guangliang, otro de los fallecidos.
La hermana de Jia Nailiang denunció en al diario South China Morning Post que su cadáver sigue incluso en la morgue. “El pueblo chino tiene un enorme deseo de que sus seres queridos sean enterrados. Los bomberos oficiales lo fueron, pero no los nuestros. Pedimos el mismo trato”, manifestó.
En última instancia, el trágico accidente de Tianjin ha reactivado la desconfianza popular hacia esta industria, proclive a los sobresaltos de este tipo.
El pasado 31 de agosto otra explosión sacudió una factoría química en la provincia de Shandong. En primera instancia las autoridades dijeron que sólo había fallecido una persona pero el último balance incrementó hasta 13 las víctimas mortales.
“Los cadáveres quedaron reducidos a pedazos, lo que hace muy difícil la investigación”, se leía en la página oficial de la ciudad de Dongying -donde está ubicada la fábrica-, un comentario que luego fue eliminado.
Según la agencia AFP, tan sólo en el primer semestre del presente año murieron 26.000 en accidentes industriales. Es decir, más de 140 al día.
Fang Bo sonríe cuando se le inquiere sobre estos sucesos recurrentes. “Sí. En todo el país han colocado todos los productos químicos junto a zonas habitadas y eso es un gran problema”, concluye.