DW habló con Ruben Andersson, antropólogo de la LSE y autor de “Illegality, Inc.”, obra en la que explora la consecuencias de las estrategias europeas de control fronterizo y el discurso de emergencia que las acompaña.
Deutsche Welle: Sr. Andersson, usted plantea en su libro “Illegality, Inc.” que la cuestión fronteriza se presenta como una emergencia cuando se trata, en realidad, de un caos de fabricación humana. ¿Cómo se “fabrica” esta emergencia?
Ruben Andersson: La metáfora que se suele emplear para describir el arribo de refugiados y migrantes es la de una avalancha, la de un gran flujo humano incontrolable que aparece de la nada. Estas imágenes son usadas fuera de contexto o sin contexto alguno, sin explicar los factores históricos y políticos que han contribuido a fomentar ese fenómeno. Además, se plantea este flujo migratorio como algo separado de nuestra intervención, aunque se ha desarrollado en una relación muy estrecha con nuestra manera de controlar las fronteras. Pero esta tendencia no es nueva: Europa lleva tratando el tema de la inmigración irregular como una emergencia desde los años noventa.
¿Qué consecuencias tiene la aplicación de estas estrategias de control en las fronteras de la Unión Europea (UE)?
Si se trata la migración como emergencia, se generan una serie de efectos contraproducentes: el desplazamiento de rutas hacia caminos más largos y difíciles. Las vallas de Ceuta y Melilla, en España, o la que separa a Grecia de Turquía son ejemplos evidentes. Eventualmente Bulgaria también reforzó sus fronteras, con lo que estas personas se vieron abocadas a cruzar el Mediterráneo.
¿Qué papel juega la “industria de la ilegalidad” que describe en su libro?
Cuando se establecen estos controles, no sólo no bajan los números de personas que llegan, sino que se crean nuevos riesgos, y crece el tráfico ilegal de personas. Cuanto más difícil es la entrada, mayores son las ganancias en este mercado.
Por otra parte, las fallas de estos controles generan un mercado para aun más controles. Siguiendo con el ejemplo de Ceuta y Melilla, la valla anterior, de principios del año 2000, no fue suficiente para detener las llegadas, por lo que en 2005 se construyeron nuevas vallas, mucho más avanzadas, mucho más costosas. Y con un proveedor español.
Una vez que fracasan los controles y se desplazan las rutas, se genera en otro lugar una nueva demanda de material de vigilancia y control.
¿Afecta esto a todos los migrantes y refugiados por igual?
Europa ha puesto en marcha esta clase de controles para detener a quien sea, migrante o refugiado. Hemos cortado las vías legales y seguras para “personas de riesgo”, como suelen ser percibidas. Por ejemplo, a las aerolíneas que transportan a potenciales solicitantes de asilo se les sanciona. Ahora, para un demandante de asilo, es muy difícil embarcarse en un avión como una persona cualquiera. De esta manera, se empuja a los refugiados y a otros migrantes hacia las rutas marítimas y terrestres.
No obstante, se trata de una dicotomía bastante simplista. Se ve que esas personas, sea por el motivo que sea –huyendo de la miseria, de la guerra, de la represión, o de una combinación de todos estos factores–, utilizan las mismas rutas y son detenidos igualmente. Aunque es evidente que, una vez en Europa, alguien que huya de Siria, por ejemplo, tiene mucha mayor probabilidad de quedarse en unas condiciones adecuadas. Lo que sí tenemos que preguntarnos es si esta división tan simplista realmente sirve para algo.
Sé de primera mano, a través de mis investigaciones, que ciertos grupos –sobre todo personas provenientes del África subsahariana– tienen menos oportunidades para solicitar asilo. En Ceuta y Melilla sólo se puede cruzar con pasaporte falso o si se tiene un fenotipo –un “aspecto” físico– percibido como árabe. No hay oportunidad, por ejemplo, para personas que huyen de las regiones de Mali afligidas por conflictos violentos; o de Nigeria, donde también hay enfrentamientos violentos; o de Gambia, donde hay una dictadura bastante represiva. La única alternativa es intentar saltar la valla.
Usted plantea que el primer paso para cambiar esta situación es ser conscientes de los intereses que existen en esta emergencia que se retroalimenta. ¿A qué intereses se refiere?
La emergencia es políticamente útil para muchos Gobiernos, incluidos los de nuestros países vecinos. Cuando exportamos la idea de emergencia, estos Estados utilizan la migración como una moneda de cambio en sus relaciones con Europa. El sector de la defensa, por su parte, recibe el dinero de investigación y desarrollo para crear sistemas de vigilancia, tecnologías de control… Las fuerzas de seguridad lo ven como una oportunidad para reforzar su papel institucional. Reconocer estos intereses es un primer paso ineludible.
*Ruben Andersson es antropólogo y trabaja en el Departamento de Desarrollo Internacional de la London School of Economics and Political Science. En su obra “Illegality, Inc.: Clandestine migration and the business of bordering Europe”, premiada con el BBC Ethnography Award en 2015, desenmascara las nuevas realidades generadas por la lucha de la Unión Europea contra la “inmigración ilegal” en la orilla meridional del continente.