Un ex preso recuerda las torturas de la cárcel y habla de su difícil reinserción en Uruguay, país al que llegó tras un acuerdo con EEUU.
Jihad Dhiab vive en Montevideo. A sus 43 años se pasea por la costanera, recorre la avenida 18 de Julio y pasa desapercibido. Es uno más. Apenas se lleva alguna mirada por su tupida barba, ya canosa, y por dos largas muletas en las que se apoya para caminar.
Cuesta imaginar que el pasado diciembre estaba preso. No sólo eso. Hacía 13 años que se hallaba detenido sin condena en la cárcel más famosa del mundo: Guantánamo. Llegó allí tras ser capturado en Pakistán acusado, según los archivos del Gobierno de Estados Unidos que divulgó ‘The New York Times’, de formar parte de Al Qaeda, ser miembro de la Red Global de Apoyo Yihad y ejercer de “falsificador de documentos”.
Desde el 7 de diciembre de 2014, su vida en Guantánamo quedó en el pasado, al ser liberado y trasladado a Uruguay en calidad de refugiado, gracias a un pacto entre el ex presidente uruguayo José Mujica y Barack Obama. Sin embargo, los días en la cárcel han dejado marcas en su cuerpo y su memoria. Jihad cuenta las torturas sufridas en Guantánamo. Lo hace durante la charla ‘Nos importa que lo sepas’, organizada por el activista estadounidense por los derechos humanos Andrés Contreris, en la sede de Emaús Uruguay.
Según reprodujo el semanario ‘Búsqueda’, relató que las agresiones comenzaron desde que puso un pie en Guantánamo y continuaron incluso en el vuelo que lo llevó a Uruguay. “Yo ya era un hombre libre, pero me condujeron con grilletes y encapuchado. Si hubiera pasado algo en el avión yo no tenía ningún tipo de seguridad”. “Durante mis 13 años en Guantánamo, en todos los interrogatorios lo único que di fue mi nombre y nada más. Por eso me torturaron tanto, y más después de comenzar la huelga de hambre”, recordó.
La primera vejación que cuenta que recibió fue la de no poder rezar. Como musulmán debe hacerlo cinco veces en dirección a la Meca, pero se lo prohibieron. Luego pasó a recibir palizas a diario. Tantas que se toca las costillas mientras habla para contar cómo se las fracturaron.
El Corán también se usaba para torturar a los detenidos. Los militares, entre risas, arrojaban el libro sagrado del islam al inodoro y lo obligaban a mirar. En 2007 no soportó más y decidió iniciar una huelga de hambre junto a otros presos. “Una acción tan perversa como ésa nos dio la fuerza para organizarnos y hacer huelga colectiva”, recordó.
Las consecuencias fueron peores. Con el paso de los días, la pérdida de peso y el deterioro físico iban en aumento. Y, desde ese momento hasta sus últimos días en prisión, fue alimentado de forma forzada unas 2.700 veces.
“¿Quieres saber cómo lo hacían?”, pregunta al periodista y relata: está sentado en su celda sin poder dormir. De repente, seis militares entran a gritos. “¡Move, move, fucking muslim!” [muévete, musulmán de mierda] y comienzan a patearlo sin parar. Estómago, riñones, piernas, testículos, rostro. Los militares lo arrastran tirando del mono naranja a otra celda. Los golpes no cesan, tampoco los alaridos. Dentro hay una silla. Jihad sabe qué pasará porque vive lo mismo al menos dos veces al día desde su huelga de hambre.
A la fuerza le colocan en la silla y le amarran los pies, rodillas, vientre, pecho, brazos, hombros y hasta el cuello. Completamente inmóvil un enfermero toma la sonda nasogástrica y a presión la mete en su nariz empujándola hasta que llegue al esófago. Jihad se retuerce del dolor. “Muchas veces la sonda llegaba al pulmón y entraba líquido. Yo lloraba del sufrimiento”, recuerda el ex preso de Guantánamo. A través de esa sonda le pasaban el complemento alimenticio Twocal (dos calorías por mililitro) durante dos horas. Dos latas unos días, cuatro otros, pero siempre debía terminarlas. Algunas veces vomitaba, pero la orden era ingerirla, así que el proceso volvía a empezar.
La vida en Montevideo no es como esperaba. Según su relato, la delegación uruguaya viajó a Guantánamo dos veces antes de su traslado y le prometió que su familia estaría esperándolo. Esto no ha ocurrido y a Jihad le preocupa que no llegue a cumplirse. Varios de sus colegas en Guantánamo aún permanecen allí y el mensaje de Jihad es contundente: “Quédense ahí, acá no vengan”.
El PIT-CNT, la central única de trabajadores en Uruguay, acordó con Mujica hacerse cargo de los seis ex detenidos. Los alojó en una casa en Barrio Sur en Montevideo, donde convivieron los seis. Recibieron cuidados médicos, clases de español, y ofertas laborales. Pero su adaptación no ha sido tan sencilla. En febrero, el PIT-CNT y el Gobierno uruguayo dejaron la inserción de los ex detenidos en manos de ACNUR, quienes se comprometieron a darles vivienda y una mensualidad de 476 euros.
La situación no conformó a los ex reclusos, que desde el 23 de abril al 16 de mayo protestaron ante la embajada de EEUU. El Gobierno del actual presidente, Tabaré Vázquez, firmó un pacto para facilitar su inserción que implica hacerse cargo del alquiler de sus casas a cambio de que los ex presos estudien español.
Fernando Gambera, representante del PIT-CNT, señala a EL MUNDO que “es natural que se haya hecho expectativas complicadas de cumplir porque ha salido de un pozo y lo quiere todo ahora. Pero me consta que formalmente nadie le prometió más de lo que se le ha dado”.