Todas las casas, los hospitales y escuelas han quedado devastadas por las tormentas y no tienen nada que llevarse a la boca. Los saharauis denuncian un retraso enorme en la ayuda internacional.
“Llevo 40 años aquí y nunca he visto nada igual. El agua se lo ha llevado todo. Lo único que tenemos es ánimo y esperanza”, cuenta a EL MUNDO.es Ualiyo Semali, de 60 años. Vive en el campo de Dajla, el más afectado por los diluvios que, desde el 16 de octubre, han acechado a los cinco campamentos de refugiados saharauis, situados al suroeste de Argelia.
Durante 10 crepúsculos, sin parar, día y noche, las lluvias han golpeado con fuerza las habitaciones de adobe de los campamentos en los que viven más de 200.000 personas -según datos de la Media Luna saharaui-, derritiéndolas poco a poco hasta hacerlas desaparecer, mezclándose con el agua y el barro del pavimento encharcado. “Se han derretido como el chocolate“, explica Semali sabiendo que por muchas comparaciones que haga, no es fácil de comprender si no los has vivido. Un hombre entrañable, que, a pesar de la desgracia, sigue hablando y sonriendo con dulzura.
“La situación es desesperante”, añade Yahya Bohabeini, presidente de la Media Luna saharaui. Sobre todo en el campamento de Dajla, al que huyó Semali con solo 20 años, el más lejano, situado a 180 kilómetros de Tinduf. No ha quedado ni una casa en pie. Todos los hospitales, escuelas e instituciones han quedado reducidos a mero barro. Pero las tormentas también han afectado a los otros campamentos: Bojador, El Aaiún, Smara y Ausred, que reciben nombres de las principales ciudades del Sáhara Occidental.
“Es la primera vez que las lluvias afectan a todos los campos y se suceden durante tantos días. Las anteriores lluvias fueron en 2006, pero tan solo duraron un día y medio. Y antes de esas, en 1994, llovió durante dos días; pero esta vez han provocado una destrucción total de los hogares. Gracias a Dios que no hemos tenido pérdidas humanas”, sigue Bohabeini.
Sin embargo, la palabra que más pronuncian las bocas de estos refugiados, que no teniendo nada lo han perdido todo, es gratitud. Las pocas familias que habitan en jaimas, resistentes a las tormentas, han acogido a las que han perdido sus casas. En estas tiendas en las que suelen vivir unas 10 personas, ahora mismo están conviviendo aproximadamente 70, unas siete familias. “Nos dicen que es muy peligroso, que estamos hacinados y que así podemos salir ardiendo, pero cuándo no tienes otra cosa, todo eso da igual”, narra Najib Mohamed, de 60 años que vive en el campamento de Smara.
España, cero ayuda
Azaura Lehbab sabe a lo que Najib se refiere.Tiene 39 años, dos hijos y nació en el campamento de Ausred en 1975, cuando comenzó el conflicto armado entre el Frente Polisario y las fuerzas armadas de Marruecos y Mauritania en el territorio de la última colonia española. El segundo día de las lluvias, Lehbab cogió a los niños y a su hermano pequeño, de 21 años, y buscó una jaima en la que alojarles. Sabía que los días pasados por agua irían para largo y que su casa quebrantaría. “Ya no queda nada de nuestro hogar. Solo recuerdos”, dice nostálgica. De momento, se están alojando con unos vecinos, pero intuye que no podrán estar allí toda una vida. Espera, sin éxito, que llegue una tienda que compartir con su familia.
Actualmente en los campamentos hay un déficit de 15.000 jaimas, según datos de ACNUR (la Agencia de la ONU para los Refugiados) y la ayuda internacional está tardando en llegar. Tan solo Argelia e Italia -200.000 euros-, han mandado existencias. El tercer día de tormentas, ACNUR envió 15.000 panes, pero echaron de menos jaimas y tiendas dónde resguardarse. Oxfam ha aportado 500.000 euros y la Unión Africana, 240.000. “España, de momento, no ha aportado nada a la esta situación de emergencia”, se indigna Bohabeini.
Según explica el presidente de la Media Luna saharaui a este periódico, la Agencia de Cooperación española en 2014 aumentó, en un 25%, la ayuda internacional a Marruecos, Mauritania, Senegal y Malí y disminuyó la dirigida a los campamentos de refugiados saharauis.
Unas 11.181 familias siguen sin hogar, según datos de ACNUR. La organización internacional suministra a la población refugiada 10.000 panes al día. Ualiyo Semali explica que a cada familia le dan dos tercios de pan, medio kilo de harina, medio kilo de cereales y medio kilo de azúcar al día. “Muchos de los animales han muerto con las tormentas. En 40 años, nunca hemos estado tan mal”, recalca varias veces en un tono incrédulo, sin llegar a entender qué peuden hacer ahora para salvar la situación. “Pero saldremos de esta”, se consuela. “Los niños siguen jugando en la calle y los adultos seguimos riendo y sobreviviendo”.