La participación, con 30 millones de personas, roza el 80% en las primeras elecciones democráticas en el país asiático desde 1990. Los seguidores de la premio Nobel de la Paz Aung San Yuu Kyi celebran por adelantado un triunfo que consideran seguro.
El partido de la líder opositora birmana Aung San Suu Kyi ha logrado una victoria aplastante en las elecciones birmanas con “más del 70%” de los escaños parlamentarios. “Ganamos con más del 70% de los escaños en todo el país. Sin embargo, la comisión electoral aún no ha anunciado los resultados”, dijo Win Htein, portavoz del partido. Un porcentaje que les permite tener una mayoría absoluta en el parlamento a pesar de la presencia de miembros militares, no favorables a la LND.
La líder de la oposición birmana, por su parte, ha sido mucho más comedida y ha afirmado que aun es pronto para hablar de resultados. San Suu Kyi ha llamdo a sus seguidores a no provocar a los adversarios, en sus primeras declaraciones.
En una breve alocución a su llegada a la sede en Rangún de su partido, la Liga Nacional para la Democracia (NLD), Suu Kyi agradeció el apoyo de sus seguidores que este domingo votaron a la formación pero evitó reivindicar la victoria en los comicios.
Myin Myin alterna las explicaciones y los gritos de euforia. Baila al son de la canción que elogia al padre de Aung San Suu Kyi, el general Aung San, el mismo cuyo rostro adorna junto al de su hija y al del presidente de la Liga Nacional para la Democracia (LND), Tin Oo, la enorme pancarta colgada en la fachada del cuartel general del partido opositor.
A sus 70 años, la señora recuerda cómo también celebró la victoria de Aung San Suu Kyi en 1990. “Entonces teníamos miedo y bailamos en casa. Ahora no, los militares no pueden repetir aquella injusticia”, relata en referencia al los comicios que ganó la Premio Nobel en aquellas fechas y fueron ignorados por la dictadura. “El mundo cambia y Myanmar sigue igual. Queremos cambiar”, añade mientras sigue chillando.
Como Myin Myin miles y miles de birmanos se han congregado este domingo tarde tarde frente a las oficinas principales de la LND en Rangún para celebrar por adelantado una victoria que dan por supuesta en los cruciales comicios legislativos celebrados durante la jornada en la nación asiática.
Los primeros resultados preliminares, todavía limitados a muy pocas circunscripciones para ser indicativos, apuntan a una victoria del partido de Suu Kyi en enclaves como el sur del estado de Rakhine, al oeste del país, varios barrios de Rangún o el mismo distrito donde concurría como candidata la dirigente opositora.
La junta electoral no comenzará a proporcionar datos significativos hasta este lunes o martes. “Estamos bien situados, pero hay que esperar. Vamos ganando pero hay que permanecer vigilantes”, ha afirmado el citado Tin Oo en una breve alocución que ha provocado el delirio de los reunidos en la sede de su agrupación. “¡La LND tiene que ganar! ¡Es el partido del pueblo!”, repite una de las melodías que hace danzar a los presentes. A ésa le sigue otro soniquete a ritmo de rap que clama: “¡Despierta Birmania, despierta!”.
La algarabía se acrecienta cada vez que la enorme pantalla digital muestra escenas del recuento de papeletas, que en su mayoría aparecen marcadas en la casilla de la LND, los simpatizantes de Suu Kyi. Muchos, cuando ya cae la noche, agitan sus teléfonos móviles iluminados con el símbolo de la Liga en sus pantallas.
Estos aparatos y las redes sociales que alimentan ni existían en 1990. Ahora son el arma principal de esta generación de birmanos que exige el final de la “democracia disciplinada” que instituyeron los militares en 2003, tras décadas de brutal dictadura.
“Queremos Justicia, que se persiga a los que nos hicieron sufrir tanto”, aduce el monje U nandi Ya, de 54 años, un antiguo protagonista de la Revolución Azafrán que también ha acudido a festejar el hipotético triunfo de Suu Kyi.
Los presentes comicios debían decidir la suerte de 498 de los 664 escaños que constituyen el Parlamento bicameral de Birmania, ya que otros 166 serán nominados por el ejército.
Por ello, el posible triunfo de Suu Kyi debería ser masivo hasta obtener un 67% de los votos que le permitiera controlar la mayoría parlamentaria, algo complicado ya que más de 200 de esos escaños se disputaban en zonas étnicas donde participaban partidos locales muy arraigados en sus regiones.
La euforia democrática ha provocado que, incluso antes de la apertura de los colegios electorales a las 6.00 de la mañana, ya se pudieran ver colas de decenas de personas en algunos arrabales de Rangún.
La participación final ha sido masiva. Cerca de un 80%, es decir, más de 30 millones de personas, según la cifra que ha adelantado un portavoz de la Comisión Electoral Central, Thant Zin Aung, a la agencia Afp.
Daw San, por ejemplo, se ha despertado a las 4.00 de la mañana junto a sus nietos, Tuta Htae y Su Lay Nwe, de ocho y seis años, y, tras desayunar, se los ha llevado al mismo centro de votaciones donde ella y Suu Kyi debían votar.
“No sólo quería votar. Quería que mis nietos vieran a Mama Suu [el apodo de Suu Kyi]. La amamos”, explica en el recinto electoral. La Premio Nobel ha votado en esa localización cerca de las 9.00 de la mañana en medio de una ingente expectación, que refleja la cuasi devoción que suscita en muchos sectores del país.
“¡Estoy tan orgullosa de mi país!”, asevera Daw Cho Mar Win, otra señora que ha acudido a ver a la dirigente opositora. Ella también secundó en 1990 a Suu Kyi para ver cómo días más tarde los uniformados decidían continuar instalados en el poder, desdeñando el resultado de las urnas. “Nos enfadamos tanto”, recuerda.
La cúpula militar, comenzando por el presidente Thein Sein, y continuando por el influyente jefe del ejército, el general Min Aung Hlaing, se han apresurado a disipar cualquier duda sobre una posible repetición del escenario de 1990. “No hay ninguna razón para que no aceptemos los resultados”, ha precisado Hlaing. “Aceptaremos el deseo de los votantes, cualquier que sea. Lo más importante es que haya estabilidad y desarrollo en el país, sea quien sea el que lo dirija”, le ha secundado el jefe de Estado.
Hasta un personaje de pasado tan truculento como el ex general Khin Nyunt, el antiguo jefe de la Inteligencia militar y uno de los artífices principales de la “democracia disciplinada” que ha regido Birmania desde 2003, se ha permitido una cabriola dialéctica convirtiéndose en fervoroso defensor de la misma libertad que ayudó a aplastar décadas atrás. “El ejército tiene que ser neutral, gane quien gane. No puede ser parcial. Ésa fue siempre mi intención”, ha señalado sin siquiera sonrojarse y tras emitir su voto.
Las colas de votantes han seguido siendo una constante a media mañana en destinos como los arrabales de Mingalar Taung Nyunt o Takheta, donde existe una significativa población musulmana, objetivo de los sectores más nacionalistas en los últimos años.
Ali Mote, de 62 años, manifiesta que pensaba votar por el partido de los ex militares, el USDP. Cuando se le inquiere por qué, simplemente responde: “Me han dicho que lo haga, no tengo otra opción”. No todos han podido congratularse en el país de esta cita con la democracia.
Abdul Melik, un rohingya de 29 años, aclara a la agencia Ap que ha pasado todo el día observando desde el gueto donde se encuentra aislado cómo el resto de la población del estado de Rakhine emitía su voto. “Los budistas rakhine, los mususlmanes kaman y los hindúes han votado en un centro cercano a las barricadas [que acotan su enclave]. Esperábamos que nos dejaran votar. Hoy he perdido cualquier esperanza de que cambie mi vida”, señala.
La penosa situación de esta perseguida minoría es uno más de los enormes desafíos que esperan al próximo Gobierno birmano, cuya constitución no se confirmará posiblemente hasta marzo.Un cúmulo de retos abrumador, ya que la autocracia militar que comenzó en 1962 dejó al país devastado. Todavía hoy un tercio de la población vive en la pobreza, el 70% carece de electricidad y la nación ocupa el tercer lugar entre las más corruptas del mundo. “Mama Suu va a cambiar todo eso. Es nuestra última esperanza”, concluye Daw San.