El camino a la yihad de un joven de suburbio

Alerta internacional para atrapar al terrorista fugado.

Karim-BenayaEl monstruo siempre es una persona. Y suele ser, además, un vecino amable y considerado. Un buen chico, como Ismail Omar Mostefai. Los supervivientes que le vieron el viernes por la noche en la sala Bataclan de París, ametrallando a la multitud y rematando heridos, no le reconocerían. Sus amigos dicen ahora que no le habrían reconocido como terrorista. Ismail, el panadero aficionado al fútbol, cambió de forma profunda en sólo dos años.
Habría cumplido 30 el próximo sábado. Nació el 21 de noviembre de 1985 en Courcouronnes, una localidad de 13.000 habitantes a 27 kilómetros de París. Se trata de la periferia tranquila, la del sur. “Su padre es de origen argelino y su madre es una portuguesa que se convirtió al islam. No recuerdo sus caras, pero por lo que me cuentan amigos y colaboradores eran gente normal. Cumplían sus deberes como musulmanes sin ningún fanatismo”, dice Khalil Merroun, rector del Centro Cultural de Estudios Islámicos de Courcouronnes y máxima autoridad musulmana del lugar.
Ismail vivió en Courcouronnes hasta los 20 años. “Aquí no era en absoluto un musulmán vinculado al yihadismo. Se trasladó con su familia a unos 80 kilómetros de aquí, a la localidad de Chartres, y allí se hizo fanático. Estoy seguro de que la transformación se realizó a través de Google, el imán más poderoso con que cuentan los yihadistas. Las mezquitas hacemos justo el trabajo contrario: tratamos de calmar a los exaltados”, explica Merroun, nacido hace 69 años en Ceuta y residente en Francia desde hace 18.
Merroun admite que en Courcouronnes, como en otros muchos suburbios de París, viven muchos musulmanes que se sienten profundamente frustrados. “Hay una crisis económica y social fuerte que afecta a los musulmanes, pero también a los no musulmanes, y es esa crisis la que está aprovechando el IS para reclutar yihadistas. Algunos de los radicales que se unen a la yihad no son ni siquiera hijos de musulmanes, sino chavales sin presente ni futuro que deciden unirse a esos grupos por falta de expectativas, por pura rabia. Son gente que hace unos años habría canalizado su cólera a través de ETA, del IRA o de las Brigadas Rojas”, hipotiza el rector del centro islámico.
“Yo le conocía y me cuesta creer que haya hecho lo que dicen que ha hecho”, asegura Ahmed, un francés hijo de argelinos que trabaja en el gran centro comercial de Carrefour que domina Courcouronnes y que constituye la locomotora económica de la localidad. “Pero, por otra parte, puedo entender que haya gente que haga esas cosas. Yo mismo”, subraya, “me he sentido siempre en Francia como un ciudadano de segunda clase, un paria. No estoy justificando los atentados, claro que no, pero trato de entender qué ocurrió dentro de la cabeza de Ismail”.
Los sociólogos franceses llevan mucho tiempo tratando de entender ese proceso mental. Existe un cierto consenso básico: ninguna ideología propone ya nada a quienes se sienten marginados y víctimas de un sistema que consideran injusto; ninguna ideología, salvo la utopía apocalíptica del islamismo yihadista.
El chico no se distinguió nunca, ni para bien ni para mal, en los 20 años que vivió en Courcouronnes. “Yo le conocía desde niño y le tenía cariño, los dos veníamos juntos a la mezquita. De joven, como muchos de nosotros, andaba metido en bandas adolescentes, pero nada importante. Era un chaval normal, absolutamente normal”, cuenta Dem, otro vecino de la localidad, de origen senegalés, vestido con una chilaba negra. “Fue detenido ocho veces, es verdad, pero siempre por delitos menores: por conducir sin carné, por peleas, cosas así. Delitos tan menores que no llegó a ir nunca a la cárcel”.
En Courcouronnes creen que Ismail se radicalizó en Chartres. Y eso no es cierto. Cuando se casó, Ismail se fue a vivir a Lucé, la localidad contigua a Chartres. Residía en un pequeño adosado de protección oficial, el número 25 de la calle Anatole France, un lugar recoleto y bastante agradable. Trabajaba como panadero, jugaba al fútbol y, un detalle tal vez significativo, dejó de ir semanalmente a la mezquita: empezó a ir cada día. Eso llamó la atención de los responsables del templo.
“No nos pareció extraño, ni mucho menos”, cuenta Ben Bammou, presidente de la mezquita Anoussa (El Frente). “Los viernes acude a la mezquita una pequeña multitud, más de medio millar de personas, pero sólo unos 50 acuden a rezar diariamente, y a esos intentamos enrolarlos en trabajos sociales dentro de la comunidad”. El anterior presidente y Ben Bammou hablaron varias veces con Ismail. “Era un hombre tímido, no muy inteligente ni muy culto pero sensato. Prefirió no vincularse con las tareas sociales y lo consideramos normal”. Ismail siguió yendo cada día y todos los viernes, generalmente acompañado de su padre. A diario vestía vaqueros y ropa deportiva; los viernes prefería “la ropa tradicional, la túnica, como yo mismo”, comenta Bammou. Después de las oraciones iba a jugar al fútbol.
La mezquita Anoussa es una de las dos existentes en Lucé y de lejos la menos radical. De hecho, desde los atentados contra la revista Charlie Hebdo y el supermercado judío, sus gestores cooperan con el Ministerio del Interior en la detección de musulmanes en proceso de radicalización. “Tenemos que permanecer vigilantes”, explica el presidente, “estos locos pueden ser peligrosos. Lo peor que pueden hacer es asesinar, de forma residual también dañan al resto de la comunidad musulmana. No crean que no notamos cómo nos miran los no musulmanes, como si fuéramos todos criminales”.
Ismail vivió con su mezquita, su panadería y su fútbol hasta finales de 2012. Entonces ocurrió algo relevante. El Ayuntamiento mantiene una política de privatización de los alojamientos sociales más antiguos (y más coquetos) y ofrece la propiedad a los inquilinos. Es una forma encubierta de desplazar hacia otros lugares a los inmigrantes y a quienes, pese a haber nacido en Francia, siguen siendo considerados extranjeros. Hace unos dos años les tocó a los residentes en la calle Anatole France. Muy pocos de ellos pudieron pagar el precio propuesto. Ismail tuvo que largarse, como otros vecinos. Ahora en la calle Anatole France viven familias de otro tipo. Ayer, una joven rubia que paseaba a su perro dijo que el vecindario había “cambiado” y que no se sabía nada de “los anteriores residentes”.

Sospechoso

El joven viajó a Argelia para visitar a la familia de su padre. Después se le perdió la pista, igual que a su mujer. Las autoridades francesas le incluyeron en el registro de extremistas musulmanes, pero sólo como “sospechoso” de radicalismo, no en la categoría de potencial terrorista. La policía no explica cuáles fueron las razones para incluirle en el registro. El diario Le Monde señala que “posiblemente” Ismail se trasladó a Siria y permaneció allí varios meses durante el invierno de 2013-2014. El proceso de transformación del joven musulmán debe estar registrado, probablemente, en la memoria de algún ordenador. Si fue a Siria, la suerte estaba echada.
En cualquier caso, desde que tuvo que abandonar su casita de Lucé dejó de hablar con su padre, su madre, sus dos hermanas y sus dos hermanos. Tanto el padre como un hermano de Ismail fueron detenidos cautelarmente el sábado y prestaron declaración ante los investigadores. No pudieron aportar gran cosa y quedaron en libertad. El padre, de 60 años y entrenador de fútbol en un equipo aficionado, reside ahora con su esposa en Romilly-sur-Seine, al este de París. El hermano detenido vive en Bondoufle, cerca de Courcouronnes.
Según parece, Ismail Omar Mostefai se convirtió en un fantasma durante sus últimos dos años de vida. Ni su familia ni sus amigos de siempre sabían nada de él. La policía se había limitado a incluirlo en un registro, pero desconocía su paradero y sus actividades.
El misterio empezó a disiparse el viernes, minutos antes de las 10 de la noche. Ismail, el joven tímido y piadoso, era uno de los tres hombres fríos que cargaron una y otra vez sus AK47 e hicieron una matanza en la sala de conciertos. Detonaron sus chalecos y se convirtieron en pedazos. De Ismail quedó la yema de un dedo. Las huellas dactilares correspondían a su vieja ficha policial de chaval de suburbio.