La asunción de Mauricio Macri a la Presidencia de la Nación marca cambios que van más allá de la retórica política, la diatriba en las redes sociales o el enfrentamiento de las corporaciones periodísticas o los periodistas entre sí. Tampoco es altamente significativo el rol de actores económicos acallados en estos doce años que concluyen por la decisión del voto popular.
No quedará registro en la historia de la ficcionada partida de Cristina Fernández viuda de Kirchner en la clase turista de un avión de línea de bandera, ni de lo dicho en medios y redes sociales al respecto. Pero sí persistirá en la retina social por generaciones la imagen de un presidente recién asumido, literalmente enamorado de su esposa, en comunión con su familia y su pequeña hija en brazos, como protagonista discreto de una mañana esperanzada y esperanzadora en el balcón de la Casa Rosada.
El último 10 de diciembre, los argentinos en su totalidad hemos asistido a imágenes nunca vistas en el poder, y quizá las más políticamente incorrectas que jamás se hayan expresado públicamente. En 1983, al inicio del ciclo democrático, un victorioso sin discusión Raúl Ricardo Alfonsín apenas se mostraba con su esposa María Lorenza Barreneche. Cynthia Ottaviano narra en su libro “Esposas presidenciales” cómo sufrió el poder, y en particular el no poder ejercer sus tareas de esposa -que Ottaviano llama “pueblerina”- doña Lorenza. Abundan descripciones sobre la naturaleza formal de dicho matrimonio, y también las historias no autorizadas aunque sí registradas de otros amores del ex Presidente. Su sucesor, Carlos Saúl Menem, trajo a su esposa Zulema a la campaña, por la necesidad política de dar la imagen de un vínculo normal y regular, nutrido por los dos hijos de la pareja, que completaban el cuadro familiar. Sin embargo, la expulsión vía militar de Zulema Yoma de la quinta presidencial de Olivos fue un capítulo tan inesperado como poco trivial de la política argentina, que terminó con la idea de una supuesta relación familiar convencional. Fue, no obstante, un escándalo que no perturbó su presidencia, y ciertamente no inhabilitó su reelección.
Tristemente, la presidencia de Fernando de La Rúa poco dejó al respecto del impacto de la vida familiar en la consideración pública. El matrimonio de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, por su parte, es referenciado por Ottaviano como el de una sociedad. La escritora caracteriza a la ex presidenta Cristina Fernández como “la socia” de Kirchner, no como su esposa, menos como su enamorada. “Socia” es un término que pone en negro sobre blanco la naturaleza profunda de la relación de la pareja patagónica, basada en el poder como nexo central, pero con la pretensión de brindar una imagen sin fracturas como pareja y familia, entendiendo en esa necesidad que lo contrario conduciría a la crítica y al rechazo social, y, en consecuencia, al demérito en el voto.
Mauricio Macri y Juliana Awada rompen con todos esos paradigmas, y muestran un vínculo contemporáneo, de los tiempos que corren, ventilado, desestructurado, no contaminado por la presión ni la especulación política del momento o futura. Se exponen sin poses ante una sociedad que hoy acepta los roles activos de uno y otro sin sumisión, en un vínculo basado en el respeto y el amor real, con la incorporación de los hijos fruto de diversas experiencias. Macri y Awada son parte de una traducción novedosa de una relación en el poder, donde el amor determina los pilares fundamentales de una relación que luce honesta, auténtica, y es parte del milagro de esperanza que hoy se huele en las calles de la Argentina post Kirchner.