De los narco tours organizados en los bastiones de Pablo Escobar o El Chapo Guzmán a la reciente propuesta para recorrer Cayastá, algunas localidades sacan rédito de sus vecinos y visitantes menos ilustres.
Desde los tiempos en que piratas y bucaneros se ocultaban en oscuras grutas del Caribe, la fascinación por figuras que viven fuera de la ley ha acompañado a las sociedades en general, sin distinción de colores y banderas.
Cayastá es acaso el más reciente ejemplo de aquel curioso deslumbramiento. Sin tiempo que perder, la localidad santafecina intenta sacar rédito de su repentina fama para seducir a turistas con una insólita propuesta: una visita guiada por los caminos donde recapturaron a los prófugos por el triple crimen, hace casi una semana. Con frases del tipo “Un pueblo que te atrapa”, “El pueblo más buscado” o “Cuando conocés los encantos de Cayastá caés rendido”, las autoridades municipales no quieren desaprovechar esta oportunidad.
Como tampoco lo hicieron los organizadores del “narco tour” en la ciudad mexicana de Mazatlán, en el estado de Sinaloa, que vio crecer el turismo tras la primera detención de Joaquín El Chapo Guzmán, el narcotraficante más buscado del planeta. Su segunda captura, el pasado 8 de enero -otra de las resonantes noticias de una semana cargada-, promete agregar más paradas al trayecto original.
Hasta ahora, el edificio Miramar era uno de los principales hitos del tour y el lugar más fotografiado del puerto. En la habitación 401 de aquel condominio frente al malecón de Mazatlán, el líder del cartel de Sinaloa era apresado el 22 de febrero de 2014, luego de que días antes se hubiese fugado por un túnel secreto que estaba debajo de una bañera, y que él mismo había ordenado construir.
Por unos 20 dólares, los taxistas continúan el pavoroso camino por el Santuario de Jesús Malverde, considerado el santo patrono de los narcos, las paredes agujeradas por la balacera entre bandos enfrentados o el puente donde fueron colgados los cuerpos de varios enemigos de Guzmán. Quienes se quedan con ganas de más, pueden ir hasta Culiacán, a 200 km, y visitar el estacionamiento del centro comercial donde en 2008 asesinaron al “Chapito, hijo del Chapo, o el cementerio Jardines de Humaya, también llamado el narco cementerio (“Único panteón del mundo donde todos los muertitos eran ricos”, vociferan los taxistas). En el lugar se pueden ver mausoleos con teléfono, aire acondicionado, cámaras de vigilancia y hasta piedras preciosas incrustadas en las lápidas.
Un peculiar parque temático
Si de narco tours se trata, el de Pablo Escobar es pionero. El recorrido que da cuenta del poder que ejercía el capo narco colombiano (quien a mediados de los 80 llegó a comercializar el 85% de la droga que se exportaba a Estados Unidos) arranca en Medellín, más exactamente en la casa donde la policía abatió al capo, en 1993. Continúa por su tumba, por los ostentosos edificios estilo “narc-decó” que le pertenecieron (construcciones geométricas con varios pisos y el frente de color blanco, en honor a la cocaína), por las ruinas del Edificio Dallas (el llamado Centro de Negocios desde el que el narcotraficante arrancó su negocio de la droga), por la cárcel cinco estrellas que se mandó construir cuando cayó preso, o las cabinas telefónicas desde las que realizaba llamadas en la clandestinidad cuando escapó.
Tras la muerte de Escobar, su famosa hacienda Nápoles, en las afueras de la ciudad (165 km de Medellín), estuvo abandanada durante unos 15 años, antes de convertirse en un curioso parque temático. Mientras la mansión fue demolida hace un año, los visitantes aún pueden recorrer las ruinas del lujo mal habido, conocer algunos de los animales que el traficante había traído de África (la proliferación de hipopótamos se convirtió en un dolor de cabeza para los vecinos), las figuras de los dinosaurios en tamaño real que adornaban los potreros, y los automóviles de colección del capo, la mayoría de los cuales fueron calcinados por sus enemigos. Lo que sí se conserva es la entrada original con la avioneta que hizo la primera entrega de coca a Estados Unidos.
Del otro lado del Atlántico y muy cerca de la verdadera Nápoles, los habitantes de Corleone (en el corazón de Sicilia), se toman a veces con resignación, otras con hastío y pocas con humor, el interés que despierta su ciudad, aunque cada vez tienen más claro el beneficio turístico que pueden sacar de su pasado como cuna de mafiosos. De todos modos, muchos turistas únicamente acuden a Corleone para sacarse una foto a la entrada del pueblo junto al cartel de bienvenida, y sin más dar media vuelta. Otros van en busca de la vivienda familiar de Bernardo Provenzano, la granja cercana en la que fue detenido el capo en 2006, una vivienda incautada a Totò Riina (el más cruel de los jefes corleoneses, que “gobernó” durante 20 años hasta su detención en 1993) o la casa donde se escondió Luciano Leggio, el primer padrino corleonés.
De vuelta en Argentina, y desde hace un par de temporadas, el “Tour Nazi” ofrece itinerarios que funcionan casi en secreto en Bariloche, visitas guiadas hacia las propiedades de los ex jerarcas nazis que se refugiaron en el Sur.
Así, los curiosos pueden ver dónde y cómo vivieron Mengele, Erich Priebke o, incluso, Hitler y Eva Braun, para quienes creen que sobrevivieron a la caída de Berlín.