Fue Pizarro, el conquistador de Perú, quien trazó una raya en la arena y requirió de los suyos una definición: la grandeza del oro a conquistar en Perú, o la miseria de malvivir en Panamá. Hoy, sobre la arena de Mar del Plata, hay que trazar otra raya, una que divida a quienes necesitan un amo, y quienes desean ser, actuar y comportarse como ciudadanos.
A caballo de un hecho real, como lo es la existencia de grupos violentos enfrentados en la ciudad, se lleva a cabo una campaña para exponer a la actual gestión como tolerante -cuando no parte e incitadora- de la violencia nazi. A cada esvástica pintada en un frontispicio le sigue un corifeo de declaraciones señalando que el intendente debe intervenir; no la justicia federal, sino el intendente. Si no fuera peligroso por la confusión que crea en el ciudadano de a pie, sería risueño. Nada dicen esas mismas voces de hechos que en setenta días han cambiado la naturaleza de la dinámica del poder en la ciudad. Callan aguardando el resultado final de acciones que por primera vez en veinticinco años cuestionan el poder omnímodo que sobre la clase política local ha ejercido Florencio Aldrey Iglesias.
En setenta días, Carlos Fernando Arroyo decidió no renovar el contrato de alquiler de oficinas en Capital Federal que Iglesias usufructuaba cobrando anticipadamente para el funcionamiento de la Casa de Mar del Plata. Decidió también que el edificio de la antigua terminal de ómnibus, donde se encuentra emplazado el nuevo paseo de compras, se designase con el nombre establecido en el pliego de bases y condiciones. Asimismo derogó la excepción de pago de tasas comunales al Hotel Provincial, ordenó la redeterminación de deuda más la actualización correspondiente y envió a los inspectores municipales a verificar las condiciones de locales ubicados dentro del hotel, lo cual derivó en la clausura de cuatro unidades por no contar con la habilitación necesaria.
Hay una raya trazada en la arena. Como Pizarro, el intendente Arroyo provoca que quede en claro quiénes están en la extraordinaria decisión de dar por terminada la triste saga de la dominación de la clase política por un sujeto menor ávido y mendaz, y quiénes seguirán necesitando un amo que les diga qué, cuándo y cómo hacer lo que hay que hacer. El retiro de las máquinas de juego del Provincial por parte de Lotería de la Provincia con total acuerdo de la municipalidad, ocurrido este último sábado, fue otro mensaje claro, y expresa la llegada de un tiempo político distinto.
De todos modos, hay quienes insisten en jugar un partido extraño. Carlos Cheppi llegó a Mar del Plata levantando la bandera del enfrentamiento a los monopolios. Pero no se le escucha una palabra sobre estas acciones; sí su hijo, diputado provincial, quien se suma al coro del engaño social mientras señalan la responsabilidad del intendente en hechos violentos que, sean del signo que sean, por ser delitos de odio son competencia del fuero federal, titularizado en nuestro ámbito por el fiscal Daniel Adler.
Ha quedado trazada una raya en la arena, y del lado que cada uno se ubique hoy, así quedará en la historia de la ciudad.