“Estamos viviendo la dieta de Maduro”: el hambre convulsiona a un país al límite

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La escasez de alimentos desató una ola de saqueos y violencia social; el 87% dice no tener dinero suficiente para comer

Como los camiones de mercaderías son blanco de constantes ataques, en Venezuela los alimentos ahora se transportan con custodia armada, y hay soldados haciendo guardia en la puerta de las panaderías. La policía descarga balas de goma sobre una turba desesperada que arrasa con supermercados, farmacias y carnicerías. Una nena de cuatro años recibió un disparo fatal en medio de una refriega por comida entre pandillas callejeras.

Venezuela está convulsionada por el hambre. En Cumaná, cuna de uno de los héroes de la independencia, cientos de personas avanzaron sobre un supermercado pidiendo comida a los gritos. Derribaron una enorme reja de ingreso, se abalanzaron hacia adentro y barrieron con todo lo que encontraron: agua, harina, polenta, sal, azúcar, fideos. A su paso, sólo dejaron freezers rotos y estanterías por el piso.

Esa gente dejó demostrado que incluso en un país con las mayores reservas de crudo del mundo es posible que haya disturbios por falta de comida. Apenas en las últimas dos semanas estallaron más de 50 saqueos, disturbios y protestas por alimentos en toda Venezuela. Son cientos los comerciantes asaltados o llevados a la ruina, y al menos cinco personas perdieron la vida.

Ésta es precisamente la Venezuela que sus líderes prometieron evitar. En 1989, en uno de los peores momentos que atravesó el país, los disturbios se extendieron por toda la capital y dejaron cientos de muertos a manos de las fuerzas de seguridad. Esos hechos, conocidos como el Caracazo, se desataron a causa del bajo precio del petróleo, el recorte de subsidios y el vertiginoso empobrecimiento de la población. El Caracazo quedó impregnado en la memoria del futuro presidente Hugo Chávez, que justificó la necesidad de una revolución socialista por esa incapacidad del Estado para alimentar a su pueblo y por la violenta represión de los levantamientos. Hoy sus sucesores enfrentan un problema similar o tal vez incluso peor.

Venezuela está buscando frenéticamente una fuente de alimentos. El colapso económico de los últimos años hace que el país no pueda producir alimentos propios ni importarlos desde el exterior. Las ciudades están militarizadas tras un decreto de estado de excepción y emergencia económica dictado por el presidente Nicolás Maduro.

“Mientras no haya comida, habrá más disturbios”, dice Raibelis Henríquez, de 19 años, que hizo fila todo el día para comprar pan en Cumaná, donde la semana pasada fueron atacados 22 comercios en un solo día.

Pero si bien los disturbios y los levantamientos tienen en vilo al país, la verdadera fuente de inquietud sigue siendo el hambre. Un alarmante 87% de los venezolanos dice no tener dinero suficiente para alimentarse, según la Universidad Simón Bolívar.

Alrededor del 72% del salario se gasta sólo en comida, según el Centro de Documentación y Análisis Social. El estudio reveló que en abril una familia tipo necesitaba el equivalente a 16 salarios mínimos para alimentarse adecuadamente.

Al preguntarle a la gente de Cumaná cuándo fue la última vez que comieron, muchos respondieron que no habían podido alimentarse ese día. Entre ellos estaba Leidy Córdova, de 37 años, y sus cinco hijos: Abran, Deliannys, Eliannys, Milianny y Javier Luis de edades comprendidas entre uno y los 11 años. El jueves por la noche la familia no había comido desde el mediodía del día anterior, cuando la madre hizo una sopa de piel de pollo y grasa que había encontrado barata en la carnicería. “Mis hijos me dicen que tienen hambre”, dijo Córdova mientras la miraba su familia. “Y todo lo que puedo decirles es que hay que sonreír y aguantar”.

Otras familias tienen que elegir lo que van a comer. Lucila Fonseca, de 69 años, tiene cáncer linfático y Vanessa Furtado, su hija de 45 años, tiene un tumor cerebral. A pesar de estar enferma, Vanessa deja de comer para que su madre no se salte las comidas. “Antes yo era gorda, pero ya no”, dijo la hija. “Nos estamos muriendo mientras sobrevivimos”. Su madre agregó: “Ahora estamos viviendo la dieta de Maduro: no hay comida, no hay nada”.

Según los economistas, el abastecimiento de alimentos está destruido como consecuencia de años de desmanejo económico, ahora profundizado por la caída del precio del crudo, principal exportación del país. Las plantaciones de caña de azúcar del país están inactivas por falta de fertilizantes, hay maquinaria en desuso oxidándose en las fábricas estatales cerradas, y algunos alimentos básicos, como el maíz y el arroz, que antes se exportaban, ahora deben importarse y llegan en cantidades que no alcanzan a satisfacer la demanda.

La respuesta de Maduro ha sido apretar más el control sobre la cadena de abastecimiento. A través de decretos firmados este año, ha puesto la mayor parte de la distribución de los alimentos en manos de un grupo de brigadas de ciudadanos socialistas, una medida que según las voces críticas hace pensar en el racionamiento de alimentos en Cuba.

Esta nueva realidad tomó por sorpresa a Gabriel Márquez, de 24 años, que creció durante los años de apogeo, cuando Venezuela era rica y las góndolas vacías eran inimaginables. Gabriel se queda parado frente a un supermercado arrasado de Cumaná, una enorme extensión de vidrios y botellas rotas, cajas y estantes por el piso. Un par de personas, incluido un policía, revolvían los restos en busca de algo para llevarse. “En época de Carnaval, nos tirábamos huevos como diversión -dice Gabriel-. Ahora valen oro.”

No siempre queda claro qué desata los disturbios. ¿Es sólo el hambre o hay otras broncas acumuladas? Inés Rodríguez no está segura. Recuerda que el martes, cuando un grupo de gente llegó a saquear su restaurante, les gritó que se llevaran la comida, pero que dejaran los muebles y la caja registradora. Pero la gente ignoró su oferta y la apartaron a empujones. Mientras habla, pasan tres camiones custodiados por patrullas blindadas con fotos de Chávez y Maduro en los costados. Son camiones con comida. “¡Por fin llegaron! ¡Hicieron falta los saqueos para que se dignaran a traernos algo de comer!”, se lamenta Inés.