Artista plástica consagrada, cuenta cómo hace para mantenerse vital y con el pulso de una chica de 15.
La artista plástica Ides Kihlen festejó sus 99 años. Sí, cachi-chien, como dirían los chinos. Y está plena, inquieta, con bríos de una adolescente. La fórmula de su gozosa longevidad es, confiesa, muy sencilla: no estresarse. Y pintar y pintar y pintar. Hasta que los pinceles queden desplumados.
-¿Qué deseos pidió al soplar la torta con las 99 velitas?
-En realidad fue una sola velita… Y pedí un deseo que incluye a todos los demás: felicidad. Y a mí siempre me hizo feliz el arte.
Sin desvelo por las grandes luces, Ides se tomó su tiempo para que la reconocieran por su obra: fue a los 83 años, cuando expuso sus pinturas por primera vez, en arteBA, y el público quedó maravillado.
Las encargadas de convencerla de que mostrara sus trabajos fueron sus hijas, Ingrid y Silvia, que son coleccionistas de arte.
“Nunca me gustó figurar”, reconoce Ides, sentada en el living de su departamento de la Avenida Alvear, rodeada de algunos de sus cuadros, y con unos anteojos de cristales ahumados, como los que suele usar Bono, el líder de U2.
Kihlen nació en Santa Fe en 1917. Por el trabajo itinerante de su padre sueco, que era ingeniero y trabajaba con la madera, Ides se crió en Chaco y Corrientes. Allí, a orillas del Paraná, se obsesionó con las mariposas. Y con los colores de esas mariposas. Luego, ya instalada en Buenos Aires, ingresó a la Academia Nacional de Bellas Artes. Sus maestros fueron, entre otros, Pío Collivadino, Emilio Pettoruti, Vicente Puig y Kenneth Kemble, algo así como un Dream Team del mundo pictórico.
A los 17 años, también en la Academia, Ides conoció a Walt Disney: “Me vio rubia y me empezó a hablar en inglés: ‘excuse me’, me dijo”, cuenta Kihlen, divertida. “Estaba de visita… Había venido a filmar a la Argentina”.
Además de pintar, Ides toca el piano. Y combina ambas disciplinas. “El la, por ejemplo, es verde; y el do, negro”, señala. También egresada del Conservatorio Nacional, Ides toca música clásica. “Pero hace poco, cuando murió Mariano Mores, estaba tan conmovida por la noticia que me senté al piano y me empezaron a salir de la nada algunos de sus tangos”, recuerda.
Aunque sus hijas la visitan con frecuencia, Ides vive sola. Se levanta a las siete de la mañana. Se mueve sin bastón. Y come poco y nada. “A veces me preparo algunas empanadas”, suelta. También le gusta el champagne. “Todos los días me tomo una copita”, agrega con picardía. No va al médico –salvo el año pasado, cuando por una caída la tuvieron que operar de la cadera– y nunca hizo terapia.
En su atelier, Ides pasa largas horas trabajando. Con pulso firme, pinta recostada sobre el piso, como cuando tenía seis años, y acompañada de su perrito yorkshire, que se llama Xul por Xul Solar.
Con “una vida dedicada al arte”, como ella misma lo define, Ides se casó a los 20 y, algo infrecuente para su época, se divorció 17 años después: “Me aburría”, confiesa.
-¿Volvió a enamorarse?
-Sí, me enamoro todos los días… de mis cuadros.
-¿Tiene pensado algún festejo especial para el año que viene, cuando cumpla los 100?
-¡Ya un siglo! Nunca me di cuenta del paso de los años. Cuando cumpla los 100 voy a hacer una fiesta a la que invitaré a todos mis amigos que viven en otros países, como Tarek, que es árabe.
-La próxima semana inaugurará una muestra en Tandil. ¿Cómo hace para seguir teniendo tanta energía?
-Muy simple: siento que todavía tengo mucho por aprender.