Luego de décadas de concentrarnos sobre lo que pasaba en la casa de nuestros vecinos, los exoplanetas están en la cresta de la ola y son los niños mimados de las agencias espaciales y de los astrónomos. Corría 1995 cuando se halló el primero. Desde entonces, la NASA se embarcó en proyectos para estudiarlos de manera más precisa.
La misión TESS, con fecha de lanzamiento para 2017, funciona como un observatorio espacial mucho más potente que los anteriores y sucederá a Kepler, que funcionó entre 2009 y 2013. Kepler obtuvo las primeras estimaciones de la frecuencia de planetas pequeños como la Tierra (se descubrió que no era cero). Esto hizo viable el lanzamiento de TESS para buscar estos planetas ya no en una franja, como lo hizo Kepler, sino en todo el cielo.
Equipado con cuatro sofisticadas cámaras, podrá cubrir hasta 400 veces más de espacio. Su principal y ambicioso objetivo: hallar planetas fuera de nuestro Sistema Solar con características para contener vida. Pequeñas Tierras en condiciones de ser habitadas.
En el corazón del proyecto se encuentra el astrónomo Guillermo Torres. Nacido en Estados Unidos, vivió desde niño en la ciudad de Córdoba, estudió en esa provincia, se recibió en la universidad nacional y partió con una beca al instituto Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics, donde se desempeña en la actualidad. Es uno de los científicos más reconocidos en la cuestión de los exoplanetas e incluso desarrolló un programa de análisis de datos del Kepler, para confirmar que las señales recibidas eran producidas por un planeta, y no otro fenómeno que podría imitarlas.
En diálogo con ámbito.com, explica que “ya los griegos en la Antigüedad especulaban si habría planetas como la Tierra o no, pero recién pudo saberse cuando la tecnología avanzó tanto como para detectar señales muy pequeñas. Pese a que el 51 Pegasi descubierto en el ’95 no era como nuestro planeta, sino más bien como Júpiter, allí comenzó todo. Se empezó a tomar en serio la posibilidad de detectar nuevas Tierras con posibilidades de vida”.
Las principales ventaja de TESS sobre Kepler son su mayor campo de visibilidad y la posibilidad de hacer foco en un grupo determinado de estrellas. “Aunque Kepler fue una revolución, tenía que observar muchas estrellas y muy débiles, difíciles de seguir para determinar sus atmósferas. TESS no solo va a dedicarse a las estrellas brillantes y cercanas, además va a obtener datos del cielo en su totalidad, tendrá un censo completo sobre los hemisferios norte y sur”.
El método de detección se denomina “de tránsito”. En pocas palabras, explica Torres, el satélite “detecta cuando el planeta bloquea parte de la luz de una estrella. Esa especie de eclipse indica que un objeto está pasando por delante. El propósito es observar miles de estrellas en el cielo y buscar señales de planetas, principalmente similares a la Tierra, es decir: muy pequeños y en torno a estrellas cercanas y brillantes. El objetivo final es hallar ejemplos de planetas fáciles de estudiar con otros instrumentos, como el telescopio James Webb, que se lanzará en dos años y permitirá analizar las atmósferas, si es que las tienen”.
La tarea inicial de Torres suena titánica, quizás un tanto descabellada: ni más ni menos que contar estrellas. “Soy coinvestigador en un equipo de 20 personas, y la primera parte de mi trabajo es justamente compilar un catálogo. Una tarea grande, porque hay que recopilar información de millones de estrellas y seleccionar las 200 o 300 mil más favorables a estudiar. Ya tenemos borradores con 500 millones de estrellas y se ampliará mucho más, cuando dentro de un año la misión europea Gaia dé a conocer sus resultados. Ellos no buscan planetas, pero están midiendo estrellas en todo el cielo y cuando finalicen estarán en el orden de los 1.000 millones. Nosotros incorporaremos esa información al catálogo”, describe.
La recopilación y selección previa de las estrellas es vital para el éxito del proyecto. Se trata de mirar con ojo clínico. “En algunas aparecerá esa señal que determine estudiar si existe un planeta o no. El énfasis está puesto en las más brillantes y cercanas, no en cualquier estrella. Solo las que resulten más fáciles para estudiar sus atmosferas”.
El seguimiento
Torres también estará involucrado en la segunda etapa de TESS: el seguimiento de cada planeta desde la Tierra, con telescopios que podrán medir su masa. “Lleva tiempo y es trabajoso, pero es la única manera de saber su densidad y conocer si es rocoso, que son los que nos interesan. Debe tener superficie sólida, no puede ser gaseoso como Júpiter”, apunta.
“El primer paso es descubrirlos y estudiarlos. Estimamos que, en principio, tendríamos que descubrir 50 planetas como la Tierra”, se esperanza el investigador. Más adelante el telescopio espacial James Webb se ocupará del análisis exhaustivo, para determinar si en cada uno de ellos existen condiciones para la vida y si son habitables. Los principios básicos a tener en cuenta serán:
-Comprobar si tiene atmosfera.
-Medir si existe la composición química asociada a la actividad biológica. Es decir, señales de gases como el oxígeno, el ozono o el metano.
-Determinar si está a la distancia apropiada de su estrella central para que el agua, si es que la tiene, se encuentre en estado líquido.
“Por supuesto, estamos muy influenciados por el único ejemplo de vida en el universo, que es la Tierra. Por eso se considera que tiene que cumplir con estos parámetros”, señala Torres.
Para el especialista, “el avance de la mision TESS es que permitirá encontrar planetas como la Tierra orbitando estrellas brillantes que están mucho más cercanas a la Tierra. Por lo tanto, estos planetas serán más fáciles de estudiar con otros potentes instrumentos desde Tierra o desde otras misiones espaciales, que podrían confirmar la presencia de las características buscadas”.
¿Podremos viajar a un exoplaneta?
Lo que puede acontecer tras la confirmación de otra Tierra más allá del Sistema Solar es una incógnita. Por ahora, hasta la modesta idea de enviar una sonda se ubica en el campo de la ciencia ficción. “Los planetas que detectará TESS están a cientos de años luz. No hay tecnología siquiera imaginada por el hombre que permita un viaje a tales distancias. Menos todavía barajar la posibilidad de enviar una persona. Un robot o una sonda será con seguridad lo primero que se enviará, en el caso de que en un futuro lejano exista esa tecnología. Pero es difícil de pensar”, apunta Torres.
El hombre se enfrenta, una vez más, con sus límites y su propia finitud. “Si uno enviara una sonda a una estrella a 10 años luz de distancia, una zona relativamente cercana, siendo muy optimistas podríamos decir que demoraría en llegar entre 50 y 100 años, suponiendo que en un futuro lejano existiera la tecnología para viajar a grandes velocidades. Planear misiones con esos plazos es muy difícil. ¿Viajar a través del tiempo? Es una idea extrema y no hay ninguna posibilidad con las leyes físicas que conocemos. Pero supongamos que la sonda llegara y enviara una señal: tardaríamos en recibirla otros 50 o 100 años. Ni nuestra generación ni la siguiente estaría aquí para escucharla”.