Los refugiados ponen a prueba la paciencia en las calles de Alemania

El proceso de integración está siendo complejo, pero después de los ataques sufridos en Baviera el miedo ha empezado a cundir en la población y las tensiones se manifestan con mayor crudeza.

RefugiadosEn 2015 llegaron más de un millón de refugiados a Alemania. En lo que llevamos de 2016 ya son casi 120.000, según datos de la Oficina Federal para la Inmigración. El proceso de integración está siendo complejo, pero después de los tres ataques sufridos en julio en Baviera las tensiones se han manifestado con mayor crudeza. Pese a los intentos para relajar al alemán de a pie, hay una creciente masa crítica con la política de puertas abiertas impulsada por Merkel. Se calcula que el estado alemán invierte cerca de 2.000 euros mensuales por refugiado, y esto empieza a molestar a muchos ciudadanos. Viajamos a Baviera para tomar el pulso a la calle.

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Hay muchas metáforas que podrían describir el proceso de integración de los refugiados en Alemania en este momento de profundo debate político. Pero una de las más representativas se puede encontrar en Ratisbona, la característica ciudad universitaria de Baviera, donde muchos refugiados se desplazan en bicicletas de pequeño tamaño que han sido donadas por los propios ciudadanos. Cuerpos de adultos en bicicletas de jóvenes. La ONG Rueckenwind ha puesto su granito de arena en la complicada integración de los refugiados ofreciendo un proyecto de restauración de bicicletas en desuso para que los que quieran puedan también tener acceso al medio de transporte más popular de la zona.
Pero no hace falta observar el tamaño de la bicicleta que montan para identificarlos. A los refugiados que pasean por las calles de Baviera se les reconoce a la legua. Suelen caminar escudriñando la ciudad, como si acabaran de nacer. Los ciudadanos que se animan a opinar sobre ellos consideran que la mayoría plantean sus relaciones desde una actitud de disculpa previa, como quien se muestra inquieto al estar molestando más de la cuenta en casa ajena. Otros, por su parte, se han cansado de tener que forzar su status de víctima y son más pétreos, “parecen estar cansados de esperar a que se resuelva su situación”, opina una dependienta de un puesto de comida rápida.
Donde mejor se percibe su calma tensa es en los refugios que se dispersan por todo el país. El más grande de Ratisbona ocupa un antiguo cuartel militar. Los refugiados suelen pasar la tarde pendiente del teléfono, conversando entre ellos, jugando al fútbol. En los alfeizares de la ventanas suele haber algunos tetrabriks de leche o zumo. Siempre hay alguien asomado a la ventana para ver qué se cuece. Y lo que se cuece en Alemania es un debate sobre la seguridad, la convivencia y la integración que está reformulando incluso los propios principios del país.

La integración después de los atentados

Qutayba Alhaj es un joven sirio que llegó al país en 2014. Después de buscar su sitio en diferentes albergues del país, ha conseguido instalarse en Ratisbona. Él ha tenido la suerte de conseguir un permiso de asilo por tres años y en octubre comenzará un módulo en enfermería. “Los atentados han sido un punto de inflexión. Creo que han desatado muchos prejuicios ocultos”, asegura utilizando un alemán ya muy pulido, “precisamente nosotros hemos huido de la guerra y de la violencia, y de pronto hemos tenido que revivir esas imágenes que queríamos dejar atrás”. Alhaj está frustrado porque parece que la guerra le persigue; ya sea la violencia que le hizo huir de Siria, ya sean los ataques que lo estigmatizan en su delicado proceso de integración. “Temo enormemente que haya otro atentado porque la utilización de los grupos políticos más xenófobos está siendo incansable”.
‘Los atentados han sido un punto de inflexión. Creo que han desatado muchos prejuicios ocultos. Precisamente nosotros hemos huido de la guerra y de la violencia, y de pronto hemos tenido que revivir esas imágenes que queríamos dejar atrás’. Pero parece que Qutayba no es el único que tiene miedo. La sociedad alemana vive una extraña situación de acecho. Hace una semana, el ministro de interior, Thomas de Maizière, presentó el ‘Concepto Defensa Civil’, un nuevo protocolo de medidas de seguridad que intentan reforzar el músculo del estado ante posibles ataques terroristas y desastres naturales. El Gobierno alemán aseguró que el plan actualiza el antiguo documento “absolutamente obsoleto” aprobado por Berlín en 1995. Pero el ‘timing’ y el contenido del plan han echado más leña al fuego. Una lectura detenida del nuevo protocolo mismo ofrece un reflejo inquietante. El documento, redactado por Ministerio del Interior, aconseja el acopio de alimentos y reformula la posición del ejército en las fronteras germanas, además de flexibilizar el secreto médico.
La redacción de dicho documento ha fortalecido la sensación de riesgo latente que se vive en el país y muchos analistas lo han interpretado como tactismo político antes de las inminentes elecciones en tres ‘Bundeslaendern’, incluyendo el de Berlín. Kostantin von Notz, diputado de Los Verdes, tildó de “propaganda populista” el documento, asegurando que “solo juega con los miedos de la población”. Esta voz crítica proviene del espectro a la izquierda de la CDU de Merkel. Aunque a la derecha política del Ejecutivo las opiniones son bien diferentes. La líder de la pujante formación Alternativa para Alemania (AfD en sus siglas en alemán), Frauke Petry, se mostró a favor de que los alemanes se armen por sí mismos, proclamando el derecho a la defensa propia. Los sondeos indican que la estrategia le está saliendo bien a AfD, que con su discurso populista será el partido que mayor rédito político sacará de la crisis de los refugiados en un momento donde la popularidad de Angela Merkel está en claro declive.

Mayor solicitud de armas

Pero no solo las declaraciones políticas muestran una profunda preocupación respecto a la seguridad. Pese a que Alemania es uno los países donde es más difícil la obtención de armas, en esta primera mitad del año se han aumentado las solicitudes en un 49% para conseguir pistolas de fogueo y sprays de pimienta.
Estos datos muestran a una sociedad que tiene la mosca detrás de la oreja, ¿pero ofrecen un reflejo preciso en el día a día de los alemanes? Rolf Thym, funcionario del Ayuntamiento de Ratisbona, no lo cree. “No siento que en la rutina diaria se perciba más miedo de la población, observamos que la ciudadanía y la organizaciones de acogida a los refugiados siguen ayudando mucho todavía”. Thym explica que la seguridad se intenta hacer más visible en la ciudad y que sobre todo en los eventos públicos se presta más atención al control de las mochilas, “vivimos una situación de riesgo abstracto, pero por lo general yo no noto más miedo en el día a día de la población”.
En este sentido, Markus Roth, miembro del Gobierno de la Oberpfalz, uno de los distritos de Baviera, cree que “la percepción a los refugiados no ha cambiado”. Tal vez ha podido ayudar que el flujo de acogida haya decrecido, “no creo que en Baviera después de los tres ataques se vea diferente al refugiado”.
Pese estas llamadas a la calma, la llamada sensación de miedo abstracto será una de las protagonistas en la popular fiesta del Oktoberfest en Munich, que comienza el próximo 7 de septiembre. La organización ha establecido un perímetro de seguridad mucho mayor al de otras ediciones y nadie podrá acceder a él portando mochila.

Esfuerzo didáctico para mejorar la convivencia

El esfuerzo de las instituciones locales y regionales no se está quedando en la gestión de la seguridad en este momento de preocupación y debate. Los ayuntamientos han intentado generar una cultura de acogida a partir de una voluntad didáctica que a veces puede parecer excesiva. Sin ir más lejos la página web de propio ayuntamiento de Ratisbona presenta 21 preguntas con respuesta para explicar a sus habitantes la realidad de los refugiados. Llama la atención cómo el consistorio alecciona a sus ciudadanos sobre el por qué los refugiados tienen smartphones o si el contacto con ellos puede acarrear enfermedades infecciosas.
Pese a los intentos para relajar al alemán de a pie, hay una creciente masa crítica con la política de puertas abiertas impulsada por Merkel. Se calcula que el estado alemán invierta cerca de 2.000 euros mensuales por refugiado, y esto empieza a molestar a muchos ciudadanos. Una voz muy representativa de los alemanes críticos es la de Christoph, cocinero de 27 años, que opina que es “injusto” que el Estado pague la manutención y el alquiler de los refugiados, “tengo la sensación que el Gobierno les está protegiendo más que a muchos de los ciudadanos alemanes que también tenemos dificultades para ganarnos la vida”. Felix, un joven recién licenciado, se muestra mucho más diplomático: “mi única preocupación es que el sistema social no colapse ante la llegada masiva y poco escalonada de refugiados”.
Christoph, cocinero de 27 años, opina que es ‘injusto’ que el Estado pague la manutención y el alquiler de los refugiados. ‘Tengo la sensación que el Gobierno les está protegiendo más que a muchos de los ciudadanos alemanes que también tenemos dificultades para ganarnos la vida’ Lo cierto es cada vez más gente piensa como Christoph en Alemania, o más gente se anima a ofrecer una opinión crítica con la llegada de refugiados. Jasper Hamberg, profesor de Política y Demografía en la Universidad de Ratisbona, considera que en un primer momento de la gestión de la crisis la sociedad alemana estaba muy polarizada: “la ciudadanía se dividía claramente en dos grupos; los que criticaban ferozmente la llegada de refugiados, más adscritos a los partidos de extrema derecha, y la mayoría de la población que no se animaba a ofrecer una opinión mínimamente crítica ante la política de puertas abiertas, porque estaba mal visto socialmente”. Es decir, en la primera etapa del proceso no había posibilidad de analizar la política de acogida con matices, “y eso está cambiando muy rápido en el país”.
Hamberg considera este fenómeno como un cambio paradigmático de profunda trascendencia en el país, “los alemanes por encima de los 50 años aún están contagiados por la mala conciencia que proviene de la II Guerra Mundial y son extremadamente cuidadosos en sus opiniones sobre inmigración”. El docente cree que esta deuda histórica y la necesidad demográfica de nutrir de trabajadores al país explican las decisiones de Merkel a la hora de abrir las fronteras. “En la crisis de Grecia, Alemania se plantó y demostró que quería liderar Europa a su manera; ahora Berlín necesitaba demostrar que no tiene únicamente poder económico para hacerlo, sino también sensibilidad social”.

Desequilibrios culturales

No cabe duda que después de los ataques en Baviera, la seguridad está siendo el gran hándicap al que la sociedad alemana se está enfrentando en este momento de integración. Pero no es el único. La polémica del burkini, símbolo de la capacidad de integración de dos culturas que se miran con recelo, también está tintando los diarios alemanes. Precisamente, la piscina pública de Neutraubling, un pueblo a cinco kilómetros de Ratisbona, fue el primer recinto el prohibir el uso del burkini en Alemania, antes de que el debate saltara a la palestra global.
Las mujeres de la piscina de Neutraubling se quejaron de que el uso de la prenda no concordaba con los estándares en materia de higiene. Y la propia Angela Merkel ha declarado su rechazo al burka por considerarlo un elemento que dificulta la necesaria integración.
En este sentido, muchos de los refugiados aseguran que son mirados con recelo por las mujeres alemanas después de los asaltos sexuales en la estación de Colonia a principios de año. Uno de ellos es Ziad, un estudiante sirio de Medicina. Opina que muchas chicas muestran un poco de miedo a la hora de relacionarse con ellos. Además, Ziad se queja de que para muchos refugiados es difícil entrar en locales nocturnos, donde “en ocasiones se nos niega la entrada por pura desconfianza de base”.
La canciller alemana, Angela Merkel, ya avisó que Alemania estaba ante su mayor reto desde la Reunificación del país. No se equivocaba. Los ataques han dejado desconcertada a una sociedad que ha recibido en poco más de un ano al equivalente al 1% de su población. Los ataques en Baviera y la falta de consenso político están dificultando el ya difícil proceso de integración. En Ratisbona el debate es candente, y eso en sí mismo ya es considerado como una anomalía por muchos alemanes que antes se sentían cohibidos para expresarse críticamente. Como reitera el profesor Hamberg, el hecho de que el debate sea más abierto es ya en sí un reflejo de cambio político. A un año para las elecciones federales, Alemania centra su debate político y social en la seguridad y la integración de los refugiados. En estos momentos, la sociedad se divide entre los que quieren seguir teniendo la puerta abierta y los que creen que el flujo de entrada ha sido insostenible y consideran que es hora de echar el cerrojo.