Morir por falta de gasolina

El desabastecimiento y la guerra asfixian a la castigada población civil de Sudán del Sur. Muchas víctimas mueren en los hospitales por falta de luz eléctrica y medicamentos.

hospital-sudan-del-surEl latido de la pequeña Nyanene, una bebé con neumonía de cinco meses, se apagó no porque lo alcanzara una bala o contrajera una enfermedad incurable o lo asediara el hambre. Murió cuando el generador del hospital se quedó sin gasolina. Su condena fue nacer e intentar sobrevivir en Sudán del Sur, un país que esconde bajo tierra las terceras reservas petrolíferas más grandes de toda África, pero donde la gente se muere por no tener una garrafa de combustible para echarle al depósito.
Dicen que las madres en los países del tercer mundo están acostumbradas a las tragedias y no lloran la muerte de sus hijos. Es mentira. Nyamuoch, de 20 años de edad, llora con lágrimas que se mezclan con las gotas de sudor que le caen por el calor pesado del interior del hospital que Cruz Roja tiene en Maiwut, cerca de la frontera con Etiopía.
Como relata Jason Straziuso, de Cruz Roja, la madre había llegado con esperanzas de que su hija Nyanene saliera adelante. Estaba muy débil por la falta de alimento, que no llega a esta zona por culpa de la guerra, pero no esperaba un desenlace tan sombrío. La pediatra, que ya la había atendido otras veces, la examinó y la conectó al aparato de respiración artificial. Nyanene comenzó a reaccionar, pero entonces un parpadeo de los tubos fluorescentes de la sala indicó que el generador había dejado de funcionar. Nacer aquí o allí marca la diferencia entre la vida o la muerte, una frontera en la que se mueve a diario la pediatra de Cruz Roja Jessica Hazelwood, que reaccionó buscando un respirador manual.
Gbang, un enfermero local, empujó sus pulgares durante 15 minutos mientras Jessica le decía: “Estás haciendo un trabajo realmente bueno”. Jessica miraba de reojo hacia las luces apagadas de la sala, a ver si alguien hacía revivir el maldito generador. Y se fue poniendo nerviosa: “¿Se puede comprobar el ritmo cardíaco? ¿Cuál es la frecuencia cardíaca? ¿Puedes cerrar la puerta, por favor?”.
Cuarto de hora después el corazón de la bebé ya no respondió, pero Jessica siguió con el masaje cardiaco, como si no quisiera aceptarlo. Birgitte Gundersen, la doctora, salió de la sala de urgencias. “Ya puedes parar”, le dijo a Jessica. Luego le comunicó a su madre, sentada a su lado, la muerte de Nyanene. Ya fuera de las puertas del hospital, la pediatra descargó su ira. “La única razón por la que murió el bebé es porque el generador dejó de funcionar”, dijo, llorando y con la voz quebrada.
Nyamuoch puso a su hija en una modesta tela como mortaja y la llevó a su aldea para enterrarla, según cuenta Straziuso. Nyanene no alcanzará ni la categoría de cifra, porque al no haber muerto en un bombardeo, no se considerará un muerto más de la guerra. Como la mayoría de las víctimas del conflicto civil de Sudán del Sur (mujeres violadas, niños soldado, adultos torturados en contenedores metálicos hasta morir) su recuerdo quedará en ese limbo llamado daños colaterales. Como en la saga de Mad Max, la gasolina, como la comida o el agua potable, se ha convertido ya en una cuestión de vida o muerte. Como curiosidad, el presidente Salva Kiir tuvo que destituir al ministro de petróleo porque se lo estaba llevando crudo.
Las colas para echar gasolina son kilométricas en la capital. Las restricciones afectan hasta al aeropuerto. Hace unas semanas, a las 5 de la tarde, cuando llegan los vuelos internacionales, la torre de control se quedó ciega. Los aviones comenzaron a llamar por radio para pedir permiso para aterrizar. Como respuesta, el silencio. Hasta seis aparatos comenzaron a dar vueltas sobre Juba a la espera de alguna señal. Cuando el combustible comenzaba a acabarse en los aparatos, el piloto de Ethiopian Airlines se hizo cargo de la situación e hizo de torre de control desde el aire ordenando aterrizajes. Hasta el parlamento se quedó sin luz cuando el presidente subió a hablar al atril. No hay gasolina para nadie.
Mientras, en el quirófano, gracias al cirujano cubano Manuel López, Nyaduel ha salvado la vida. Una bala le alcanzó en el abdomen y mató al hijo de nueve meses que llevaba dentro de su vientre, pero al menos ella vivirá. El equipo médico trabaja con muy pocas medicinas, porque el conflicto también ha cortado el transporte de fármacos. “Desafortunadamente ella perdió al bebé, pero fue muy afortunada. La bala entró por el abdomen, pero el útero está bien y podrá intentar ser madre de nuevo”, dice Igor, el otro cirujano que la atendió.
El equipo del CICR en Maiwut está formado por profesionales de Japón, Australia, China, Jordania, Senegal, República Checa, Australia, Suiza, Italia, Kenia y Sudán del Sur.
En esta zona se produjo una matanza hace tres meses. Hombres armados procedentes de la ciudad etíope de Gambella mataron a más de 200 personas y se llevaron secuestrados a 100 niños. En el hospital aún amputan piernas de heridos y suturan agujeros de bala mal curados por aquella masacre.
Después de casi tres años de guerra, el país está tan desgastado en sus recursos que ya no se producen grandes combates por una cuestión de agotamiento. Los ejércitos, tanto el nacional como los rebeldes, han sufrido tantas bajas y sus soldados están tan hambrientos que se repliegan a sus cuarteles. Cuando cojan fuerzas, volverán a la lucha de nuevo. El problema, dentro de la limpieza étnica que sufre el país, es que no hay una sola autoridad que frene los crímenes de guerra: “Ahora los militares del gobierno van a sus anchas. Roban, violan y matan con total impunidad por las calles”, dice una fuente humanitaria desde la capital, Juba.
La agencia Associated Press denunció la violación masiva de decenas de mujeres junto a una base de Naciones Unidas. Dos de ellas murieron por las heridas producidas por los abusos. Uno de los asaltos, por parte de soldados del gobierno sursudanés, se produjo ante la mirada de las tropas de pacificación chinas sin que hicieran nada para evitarlo. Pekín despliega Cascos Azules en Sudán del Sur mientras vende armas a sus contendientes.
Hace cinco años, cuando el país aún no daba sus primeros pasos, un dólar se cambiaba por 3,5 libras sudanesas. Hoy, el precio oficial supera las 47, y es una cifra irreal porque en las calles, el mercado negro roza las 70. Es decir, que la economía está destruida. El país no produce nada y lo que produce, mangos de los árboles, no pueden llevarlos a las zonas con problemas de hambruna porque no hay camiones, ni gasolina ni carreteras asfaltadas. Los grandes proyectos quedaron aparcados o a medio construir. La potabilizadora de aguas, por ejemplo, nunca llegó a funcionar. Cuando hubo que comprar los químicos para tratar el agua del Nilo, se acabaron los fondos. Ahora es un fósil junto al río.