La exclusión social en la tercera edad amenaza con convertirse en un fenómeno masivo en la locomotora económica europea. Medio millón solicitaron la ayuda de subsistencia mínima en 2015.
Joseph H. tiene 75 años. Trabajó hasta los 71 como enlosador. Actualmente recibe 416 euros mensuales por su renta pública de jubilación. Paga 400 de alquiler por su apartamento de una sola habitación en Múnich. Para llegar a fin de mes, se ve obligado a pedir la ayuda de subsistencia básica al Estado alemán. Un ayuda insuficiente para comprar los medicamentos que necesita y poder comer todos los días. Por eso acude de vez en cuando a una cocina comunitaria de su barrio, donde, además de comer caliente, recibe alimentos de forma gratuita.
Harry N. también tiene 75 años. Trabajó hasta los 41 como funcionario del Ministerio de Finanzas, hasta que una enfermedad lo incapacitó. Su pequeña jubilación no le da para llegar a fin de mes, por eso hasta ahora hizo trabajos a tiempo parcial para complementarla. Desde que perdió su último empleo busca envases retornables en papeleras y contenedores de basura para sacarse unos euros diarios. Lo hace cuando cae la noche o bien temprano, antes de que salga el sol: le da vergüenza ser visto por vecinos o conocidos.
Además de la edad, Joseph y Harry comparten tres características: son jubilados, son pobres… y son alemanes. Son parte de más del 15% de jubilados de la mayor economía europea afectados por la pobreza, según datos de la Oficina Federal de Estadística de Alemania. Una pobreza que se refleja en las peticiones de ayudas públicas: más de medio millón de jubilados solicitaron la ayuda de subsistencia mínima el pasado año. Una cifra que se ha doblado en la última década y que seguirá creciendo en los próximos años si algo no cambia en Alemania, un país muy envejecido y en el que la familia juega un papel prácticamente residual.
Informe demoledor
El caso de Harry está extraído del último informe anual sobre la pobreza en Alemania de la asociación Deutscher Paritätischer Wohlfahrtsverband. La conclusión de apartado dedicado a la exclusión social en la tercera edad en Alemania es simplemente demoledor: “La pobreza en la vejez amenaza con convertirse en un fenómeno masivo en los próximos años, pues sabemos que el precio de la vida, como la vivienda y la energía, sube, mientras que el valor de las jubilaciones no deja de bajar”. ¿Cómo ha podido llegar uno de los países más ricos del mundo a esta situación?
“Se trata de un problema creado en casa. Hace 15 años se decidió debilitar el sistema público de pensiones, con distancia el principal pilar de la seguridad en la vejez para más de 90% de la población alemana. Se tomó esa decisión para mantener bajas las aportaciones al sistema estatal de pensiones”, asegura a El Confidencial Joachim Rock, autor del informe. “Al mismo tiempo, se apostó por fondos de jubilación privados, que hoy apenas aportan una solución para los jubilados pobres o amenazados por la pobreza, y que en fases como la actual, de tipos de interés muy bajos, apenas arrojan dividendos”.
Como muchos otros críticos de la política económica de los últimos gobiernos federales, Joachim Rock responsabiliza directamente a la Agenda 2010, el paquete de reformas y recortes sociales introducido en 2003 por el Gobierno rojiverde del excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder. “La Agenda 2010 mantuvo una política de reducción de las cuotas al sistema público de pensiones a costa de su eficiencia. El fomento de minijobs y de la precariedad laboral también aumenta la pobreza en la vejez”, apunta Rock.
La estabilidad del sistema público de pensiones es un viejo debate en Alemania. La grave crisis demográfica que sufre el país, generada por la baja tasa de natalidad y el envejecimiento poblacional debido a la creciente esperanza de vida, no sólo pone en jaque el propio modelo productivo germano, sino también su sistema de seguridad social y su Estado del bienestar. El Gobierno de Schröder decidió en su momento reducir las aportaciones al sistema público de pensiones y fomentar seguros de jubilación privados (complementarios de las jubilaciones públicas) a través de subvenciones estatales. Lo que parecía una decisión previsora se ha revelado más de una década después como un sistema fallido, como reconoció recientemente el actual gobierno de Gran Coalición formado por democristianos y socialdemócratas.
Rebelión en la tercera edad
Alemania, año 2030: más de un tercio de los jubilados vive por debajo del umbral de la pobreza; hay prisiones especiales para personas mayores de 65 años debido a la creciente criminalidad en la tercera edad, como por ejemplo los asaltos a farmacias en busca de medicamentos impagables; la cifra de suicidios crece escandalosamente entre la población mayor; y un grupúsculo denominado Comando de Ancianos Iracundos protagoniza ataques, atracos y acciones reivindicativas en un país que ha dejado en la cuneta a buena parte de su vejez.
Es el panorama que dibuja el documental en clave de ficción “2030. Rebelión de los ancianos”, emitido en 2007 por la televisión pública alemana ZDF. La película proyecta el posible futuro cercano de un país marcado por una política de pensiones fracasada. Un futuro ficticio, pero perfectamente verosímil atendiendo a las proyecciones que hacen expertos e institutos económicos. “Todavía no ha ocurrido, pero esto o algo parecido podría llegar pronto”. Con esta frase termina el docudrama de tintes preapocalípticos.
La pobreza en la tercera edad ha dejado de ser un fenómeno minoritario en Alemania. La de ancianos en busca de botellas retornables se ha convertido en una imagen habitual en sus paisajes urbanos. La exclusión social en la vejez está lejos de ser una ficción en la locomotora económica europea, sino que es más bien un fenómeno cada vez más visible. “Hay que tener ojo para darse cuenta. Cuando sales bien temprano de casa, es normal ver a jubilados caminando por las calles, algo en principio atípico. Pero si uno se fija bien, verá cómo muchos de ellos buscan botellas reciclables en contenedores de basura.Y eso asusta”.
El que habla es Hans-Jürgen Scheibe, un trabajador del sector de la construcción jubilado que ahora dedica parte de su tiempo a denunciar la creciente pobreza en la tercera edad. No ha visto la película “2030. Rebelión de los ancianos”; por eso, el nombre que él y sus colegas decidieron darle a la asociación que los representa tiene algo de premonitorio: “Seniorenaufstand” (“Levantamiento de jubilados”). Scheibe denuncia la alarmante pérdida de poder adquisitivo de los jubilados alemanes: “Las pensiones crecieron de 2003 a 2013 un 8,8%, mientras que los precios aumentaron un 19,3 y los salarios, un 18,95% en el mismo periodo”, declara Scheibe a El Confidencial citando estadísticas del sistema público de pensiones alemán.
Jubilación de dos velocidades
Hace años que economistas apuntan que las reformas de corte neoliberal que consiguieron sacar a la economía alemana de la profunda crisis de principios de siglo está creando una sociedad de dos velocidades: mientras un sector de población mantiene contratos laborales estables con buenas cotizaciones a la seguridad social, la precariedad laboral y los contratos de trabajo con pocas perspectivas ganan terreno en la primera economía del Viejo Continente. Esta sociedad de dos velocidades se proyecta también en las condiciones de vida en la tercera de edad. La vejez germana tampoco escapa la desigualdad.
Una de esas voces críticas es Marcel Fratzscher, presidente del Instituto para la Investigación Económica (DIW). Su último libro, ‘Lucha por la distribución. Por qué Alemania es cada vez más desigual’, apunta que Alemania es uno de los países más desiguales de la OCDE y advierte de lo que se le viene encima al país en materia de jubilaciones: “Debido al envejecimiento poblacional, el Estado alemán tendrá que aumentar hasta 2030 su crecimiento anual en más de un 2 por ciento para poder hacer frente a los costes adicionales en pensiones y sistema de salud”. Un avance del PIB poco realista a la vista del débil crecimiento de la economía mundial, de la que Alemania depende profundamente debido al fuerte peso de sus exportaciones.
Mientras, la creciente pobreza en la tercera edad impulsa paradójicamente a la punta de lanza de la nueva extrema derecha germana, el joven partido Alternativa para Alemania (AfD), que con toda seguridad obtendrá representación en el Bundestag en las próximas elecciones federales. Y paradójicamente, porque AfD presenta propuestas económicas de marcado corte neoliberal que están lejos de pretender fortalecer el sistema público de pensiones. Ello demuestra que AfD se ha convertido, sin duda, en el gran partido protesta de Alemania, capaz de capitalizar políticamente buena parte del descontento social de las clases medias y bajas del país pese a no ofrecer recetas económicas de corte social.
El profesor Joachim Rock cree que Alemania todavía está a tiempo de evitar un futuro como el proyectado por el filme “2030. Rebelión de los ancianos”. Pero para ello ve necesaria la introducción inmediata de medidas que den un vuelco a las proyecciones más apocalípticas: la estabilización y el aumento del nivel de las jubilaciones por encima del 50%, el reforzamiento de los elementos de solidaridad en el sistema público de pensiones, el fin al fomento público, financiado con el dinero de todos los contribuyentes, de planes de pensiones privados, y, sobre todo, la creación de empleo de calidad que aporte ingresos a la caja pública de pensiones. “Necesitamos una lucha decidida contra la pobreza. Y para ello, la política de pensiones del Gobierno alemán tiene que dar un giro de 180 grados”, sentencia Rock.