La oposición acusa al Gobierno islamista de la AKP de legalizar la violación.
Aunque la mujer sea menor, si hubo boda religiosa no es violación. Es lo que subyace en la propuesta del Gobierno islamista turco, que plantea posponer indefinidamente las penas de prisión para aquellos hombres que hayan mantenido relaciones sexuales con adolescentes tras haberse casado con ellas mediante una ceremonia religiosa —que además no sería legal porque la civil, única válida en Turquía, no está permitida para menores de 17 años—. La iniciativa de los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (en el Gobierno), que mañana se debate en el Parlamento, ha causado una gran polémica en el país, donde se han producido movilizaciones. El matrimonio infantil es una de las formas de violencia contra la mujer, según la ONU, que ya ha mostrado su preocupación por la reforma, pues existe gran riesgo de que esas bodas sean forzadas o que las menores consientan casarse presionadas por su familia.
El primer ministro, Binali Yildirim, ha defendido la medida alegando que en Turquía hay unos 3.000 casos de familias que “por no conocer la ley” esposan a sus hijos siendo menores incluso de 16 años. “Luego tienen hijos, el padre va a prisión y los hijos se quedan solos con su madre”, ha dicho. El Gobierno afirma que solo serán amnistiados aquellos que hayan mantenido relaciones con menores de forma consentida, “sin que medie la coacción o las amenazas”. La amnistía se aplicaría una vez y de manera retroactiva a los condenados antes del 16 de noviembre.
La oposición socialdemócrata y las organizaciones de mujeres consideran que la propuesta supone volver a introducir, por la puerta de atrás, una disposición legal que los propios islamistas eliminaron en 2005 y que permitía a un violador evadir la condena si desposaba a su víctima. La ley “fomenta los matrimonios forzados y legaliza el matrimonio con violadores”, afirmó Ömer Suha Aldan, diputado de la formación opositora CHP.
Retroceso social
Según la agencia de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), el 15% de los turcos llegan casados a los 18 años, y en muchos casos son las familias las que deciden estos matrimonios, especialmente en las zonas rurales. La Asociación Mujeres y Democracia (KADEM) cuestiona de la nueva ley cómo se evaluará la “voluntad” de una menor o la “ausencia de coacción” en estos casos de matrimonio forzado o sexo con menores.
En Turquía se han producido dos procesos en apariencia contradictorios: mientras la legislación contra el maltrato se ha endurecido, gracias a la lucha de las organizaciones feministas y también de las propias islamistas en el seno del partido gobernante, la sociedad se ha vuelto cada vez más conservadora y peligrosa para las mujeres. “Cuando el presidente (Recep Tayyip Erdogan) dice que no cree en la igualdad entre hombres y mujeres, o cuando otros miembros del gobierno dicen cómo deben vestir, reír o comportarse de las mujeres, las está poniendo en una posición de subordinación respecto al hombre y fomentando las agresiones”, afirma la abogada Hülya Gülbahar. Pone como ejemplo un sonado caso reciente en el que un hombre agredió en un autobús a una joven por vestir pantalón corto tras el cual, el primer ministro Yildirim, en lugar de criticar sin ambages el incidente, dijo que el hombre debía haberla reprendido y no agredirla. El juez dejó libre al atacante por considerar que no estaba en sus cabales. “Muchas mujeres han comenzado a renunciar a sus libertades por miedo”, denuncia Gülbahar.
En los últimos años, los tribunales turcos han dictado polémicas sentencias absolutorias o que rebajaban mucho la pena a los maltratadores. En 13 de los 26 juicios por homicidios machistas sentenciados en el primer semestre de 2015, hubo reducciones de condena por “buen comportamiento”, “arrepentimiento” o “provocación” por parte de la víctima, bien por el “modo de vestir” o porque “puso los cuernos” al agresor.
“LA POLICÍA NO HIZO CASO A LAS AMENAZAS DE MI MARIDO”
En los últimos 15 años, más de 5.000 mujeres han sido víctimas de asesinatos machistas en Turquía, una cifra muy por encima de la media europea. Handan Askin, de 30 años, estuvo a punto de engrosar esa terrible lista. “¡Sueño cada día con ponerme en pie!”, dice, y una lágrima le brota de sus ojos claros y se desliza por su rostro de luna antes de que sus gruesas manos se apresten a enjugarla. No es una metáfora. Está paralizada de cintura para abajo desde hace ocho meses, cuando su marido, al que había pedido el divorcio tras años de maltrato, le disparó.
El agresor no pudo matarla porque se le acabaron las balas. Su hermano, que la acompañaba cuando iba a recoger a sus hijos, también fue herido grave. “¡No es justo! No he hecho nada malo y soy yo la que sufre el mayor castigo”, lamenta.
Askin fue a la policía cuando su esposo comenzó a amenazarla. No le hicieron caso. “Me dijeron que probablemente mi marido exageraba. Pero yo les dije que tenía dos armas en casa y les inquirí qué ocurriría si decidía usarlas”, cuenta. “Me respondieron que, si las usaba, fuese y lo denunciase”.
Si no fuera por la camilla en un rincón y un montón de calcetines de niño pendientes de doblar sobre uno de los sofás, el pulcro y ordenado salón donde transcurre la mayor parte de sus días podría pasar por el escaparate de una tienda barata de muebles. No hay cuadros en las paredes, ni retratos junto al televisor, como si hubiese querido enterrar el pasado bajo una nueva capa de pintura. No extraña: ha vivido sus últimos años en medio de un infierno doméstico. Askin vive ahora en un nuevo hogar. Su dirección y su teléfono no aparecen en ningún listín. Tiene miedo. Dos personas acudieron a casa de sus padres instando a que abandonase el juicio: “Les dijeron que me retirase o acabarían el trabajo que dejaron inconcluso”.
No sería la primera vez, es frecuente que las mujeres se retiren del proceso. Las condenas poco ejemplarizantes que últimamente se han dictado en Turquía no animan a judicializar los casos, critica Gülsüm Kav, de la plataforma Pararemos los Asesinatos de Mujeres, que afirma que en el país la violencia contra las mujeres se ha agudizado. “Los crímenes son cada vez más monstruosos. Les vacían un cargador entero de una pistola, las queman o las despedazan”, apunta la abogada Hülya Gülbahar.
Askin tardó años en dar el paso para denunciar. Cuenta que los malos tratos llegaron apenas medio año después de casarse. “Yo era una chica muy sociable. Y entonces trabajaba”. Los gritos, los insultos. Las palizas, especialmente cuando él bebía. Pero, poco después, Handan quedó embarazada y eligió que su primera hija y luego su hijo crecieran junto a su padre, pese al tormento que suponía para ella. Optó por el silencio. “Yo entonces era muy ignorante, ahora mi visión ha cambiado”.