Mediación y creatividad: por qué Portugal es el nuevo país ‘cool’ de Europa

La ciencia, el deporte, la innovación, la capacidad de diálogo y el creciente ‘soft power’ son los elementos que están haciendo que nuestros vecinos se estén convirtiendo en un modelo a seguir.

También ellos eligieron Portugal, que está de moda. El primer viaje de Estado de Felipe VI y doña Letizia tras el desbloqueo político en España discurrió la semana pasada entre Oporto, Guimarães y Lisboa. El país vecino se ha convertido en el alumno aventajado de Europa, en el renovado modelo ‘cool’ para la escena internacional. Le avalan méritos propios, éxitos políticos, sociales, culturales y deportivos mediante: baja el desempleo, la lengua portuguesa recupera relevancia y la Eurocopa 2016 luce flamante en sus vitrinas, mientras las instituciones internacionales copian su gestión de despenalización de las drogas y el turismo hace caja a marchas forzadas, un ex primer ministro dirigirá la ONU, los partidos políticos dialogan y alcanzan acuerdos…
Quién lo iba a decir en mayo de 2011, cuando la troika tomaba las riendas de su soberanía. Las medidas impuestas por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Internacional para inyectar 78.000 millones de euros causaron estragos durante tres años, 36 largos meses para la ciudadanía lusa, que en las calles no hablaba de ‘ajustes presupuestarios’ sino de ‘secuestro’. La desconfianza se dilató más allá del ‘rescate’, cuando la República se asfixiaba en la corrupción, presa de la falta de transparencia y de los conflictos de intereses. Ni siquiera los primeros repuntes económicos, cuando las finanzas empezaron a reflejar crecimientos por encima de la media del continente, se salvaban de las sospechas. Nadie creyó entonces en la sostenibilidad del ‘milagro’ portugués. “La crisis ha llegado para quedarse” era el diagnóstico generalizado.
Desde entonces han pasado muchas cosas. Dentro, todas las que caben hasta convertir el 17% de desempleo en un 11 por ciento (todavía por encima del 8% de media registrado en la época precrisis), según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística. Y fuera, la proyección de una cosecha multidimensional que sitúa a Portugal como el ejemplo a seguir en muchos ámbitos, la senda de referencia en la que posan su mirada otros países.
Lo cierto es que 2016 comenzó con incertidumbre. La que arrojaba una coalición de izquierdas al mando del Parlamento, fruto de la insuficiente victoria liberal-conservadora en los comicios de finales de 2015 y del posterior acuerdo, a modo de cuadratura del círculo, entre el social-liberalismo representado por el Partido Socialista (PS), el comunismo ortodoxo del Partido Comunista Portugués (PCP) y la izquierda alternativa y eminentemente urbana del Bloco de Esquerda (BE).
Al contrario de lo que sucede en buena parte de Europa y del mundo, en Portugal la austeridad y los recortes provocaron que parte del electorado abandonara los postulados de la anterior pareja ejecutiva, los conservadores del Partido Social Demócrata (PSD) y la derecha del Centro Democrático y Social-Partido Popular (CDS-PP), que se presentaron en ‘pack’ a las elecciones parlamentarias. Su pírrico triunfo (se dejaron 800.000 votos por el camino) abrió la rendija por la que resollaba la oposición, que aparcó sus diferencias y, contra todo pronóstico y tendencia, logró unos acuerdos que mantiene casi un año después, bajo la figura del actual primer ministro, António Costa (PS).
Todos los expertos consultados por El Confidencial coinciden en que esa capacidad de diálogo y de encuentro sustenta precisamente las bases del actual rumbo portugués. “El éxito internacional está asociado a la imprevisible estabilidad de un Gobierno de izquierdas, en una época en la que esa tendencia va a contracorriente; no sólo en Europa sino también en América, donde las propuestas populistas de derecha ganan fuerza y donde la austeridad aún domina buena parte del discurso”, indica la investigadora del Centro de Estudios Internacionales ISCTE-IUL, Miriam Costa.
Del equilibrismo político, síntoma de debilidad o de fortaleza según a quién se pregunte, forma parte inexcusable incluso la bancada conservadora. Y es que, la presidencia de la República la ocupa el candidato del PSD y del CDS-PP, Rebelo de Sousa, quien a principios de año se impuso en las elecciones presidenciales, con el 52 por ciento de los sufragios. Portugal es un régimen semipresidencialista o, lo que es lo mismo, su poder Ejecutivo está dividido entre el primer ministro (Costa, elegido por el Parlamento) y el presidente (Sousa, por sufragio directo), así que los debates diarios y las responsabilidades compartidas están asegurados bajo este panorama, con reuniones semanales entre los dos primeros espadas del país.

Un año redondo: deporte, cultura y turismo

Sucedió el pasado 10 de julio. Éderzito António Macedo Lopes, Éder, un deportista sin palmarés ni trayectoria reconocida, un tipo al que nadie esperaba, un dorsal más condenado al ostracismo entre tanto renombre ilustre de la final, pasó a la historia. Su gol en el minuto 109 de la prórroga, para más inri ante la anfitriona Francia y en su estadio fetiche, Saint-Denis, simboliza a la perfección ese punto de inflexión que sirve para separar las malas rachas de las buenas. Y Portugal está ahora en una estupenda. Su primer título continental de fútbol en categoría absoluta, la Eurocopa 2016, podría haber llegado mucho antes, sin ir más lejos en 2004, pero lo hizo cuando lo hizo.
Para un un país con tendencia a la ‘saudade’, esa mezcla melancolía, derrotismo y fatalidad que canta como nada ni nadie el fado, aquel derechazo desde fuera del área despertó la autoestima de un pueblo que, ahora sí, confía en su modelo. A los éxitos futbolísticos (a los que es imposible referirse sin citar nombres como los de Cristiano Ronaldo en el campo de juego y Jorge Mendes en los despachos) se une el deporte en general, con medallistas este 2016 (entre los Juegos Olímpicos de Río y el Campeonato Europeo de Atletismo de Ámsterdam) como Telma Monteiro (judo), Patrícia Mamona (triple salto), Sara Moreira (media maratón) y Dulce Félix (10.000 metros), entre otros.
Ese ‘soft power’ que representan los diferentes atletas otorga a la República una presencia internacional que se traslada más allá de las pistas y de las canchas. Porque con pasaporte luso hay casos actuales de éxito en la ciencia (el neurólogo António Damásio), el cine (la actriz Daniela Ruah), la gastronomía (el chef José Avillez), la música (la fadista Mariza) o el arte (la escultora Joana Vasconcelos). En el ámbito académico, seis portugueses se cuelan en la lista de los científicos más citados del mundo que elabora anualmente Clarivate Analytics.
Tantos buenos resultados acaban por impregnar incluso a lo que (casi) siempre ha funcionado bien, en este caso, el turismo, uno de los tradicionales motores de la economía lusa. En 2015 se batieron récords de visitantes extranjeros en un sector que continúa su tendencia al alza: sólo el pasado septiembre, último mes del que el Instituto Nacional de Estadística arroja cifras, dejó cerca de 350 millones de beneficios.
Tampoco la política se escapa al ‘boom’. El último botón de muestra es el nombramiento de António Guterres como secretario general de Naciones Unidas, cargo que no asumirá hasta el próximo 1 de enero. El ex primer ministro luso (PS, 1995-2002) sucederá a Ban Ki-moon al frente de la organización internacional. Por delante, cinco años de liderazgo de sello lisboeta, con la pacificación de Siria y la reforma de la propia organización como dos de los principales retos. Para el cargo sonaron varias mujeres (Michelle Bachelet, Vesna Pusic, Rebeca Grynspan, Irina Bokova, Kristalina Ivanova, María Ángela Holguín, Helen Clark), pero el noveno secretario general de la ONU será nuevamente un hombre, por vez primera portugués. Con la República en la cresta de la ola, no podía ser menos. Una plataforma más para promocionar #Portugal como modelo por antonomasia y el respaldo perfecto para fortalecer esa renovada autoestima.
Sigue la estela de compatriotas que ya ostentaron cargos de responsabilidad en la esfera mundial, como José Manuel Durão Barroso, Jorge Sampaio, Mário Soares y Diogo Freitas. Desde la Revolución de los Claveles en 1974, la efeméride que cambió para siempre la historia lusa -despedida abrupta a la dictadura y bienvenida progresiva a la democracia-, apenas cinco de los anteriores primeros ministros y presidentes no han ocupado cargos institucionales tras abandonar su puesto. ¿Casualidad? En un artículo publicado en el portal del Foro Económico Mundial, el CEO de Granito & Partners, Rodrigo Tavares, aporta cuatro posibles motivos: gozaron de prestigio internacional como destacados opositores frente al régimen fascista; el sistema de gobierno interno exige elocuencia mientras labra una excepcional capacidad para mediar en conflictos; la posición diplomática de Portugal suele ser neutral, no generando recelos en otros líderes; y, por último, su pasado colonial les brinda una amplia visión del mundo.

Una política exterior propia

Los manuales de historia recuerdan aquel liderazgo marítimo (y por ende económico y cultural) entre los siglos XV y XVII, con presencia en las diferentes partes del globo, desde América (Brasil), hasta África (Mozambique), pasando por Asia (Macao). En ese sentido, Portugal no tiene que reinventarse sino buscar en su pasado. No es la primera vez que esta República de apenas 92.000 kilómetros cuadrados y 10,5 millones de habitantes se erige como referente global.
En ésas está ahora el país, tratando de fortalecer y reafirmar su propuesta de negocios y comercio, para lo cual no pierde de vista que el portugués es la sexta lengua más hablada (tras el chino, el español, en inglés, el hindi y el árabe), lo que le facilita expandir su modelo (empresas incluidas), al tiempo que le brinda una vía de escape cuando no corren buenos tiempos. Así, las antiguas colonias fueron el destino preferido de las y los portugueses durante los tres años que duró el ‘mandato’ de la troika: sólo el primer año de intervención emigraron a estos destinos entre 100.000 y 120.000 ciudadanos. Angola y Brasil son dos de las naciones sin las cuales es imposible explicar los vaivenes de Portugal.
“No hay que restar importancia al hecho de que el Gobierno haya decidido estrenar una política exterior propia, recuperando muchos de los lazos existentes y caídos en el olvido, dándoles un contenido económico, tecnológico, científico y cultural; es decir, diversificando los atractivos”, subraya la investigadora del ISCTE-IUL, quien identifica “pilares fundamentales, como el diálogo, la búsqueda de relaciones múltiples y, sobre todo, la imagen externa de un país que defiende una lengua compartida, que tiene una mano de obra formada y especializada que ofrecer a sus inversores y que reúne ganchos suficientes más allá de la mano de obra barata y de bajos impuestos para las empresas”.
Mayor esperanza de vida y mejor educación, más producción y menor mortalidad infantil, con las renovables (el viento, el agua y el sol) generando la mitad de la electricidad que se produce. Es parte del balance que arrojan las tres décadas de Portugal al abrigo de la Unión Europea (en sus primeros años, Comisión Económica Europea). La evolución es incuestionable, revela el Instituto Nacional de Estadística, pese a las sombras, entre las que destaca que las fuentes de energía verde convivan con la factura de luz más cara de Europa, en relación al poder de compra, y que el mercado de trabajo luso sea tercero más precario de toda la UE. Uno de los perfiles más explotados es, por cierto, el de los teleoperadores, paradójicamente el destino de no pocos españoles.

Ejemplo en la política antidrogas

La educación es “el problema central de nuestra capacidad de crecimiento económico y desarrollo”, admitió poco después de aceptar su cargo el ministro de Trabajo, Solidaridad y Seguridad Social, Viera da Silva. Pero, en general, desde que el 1 de enero de 1986 ingresaron el club europeo, cosechan consecuencias positivas, como la batalla por la escolarización y el programa de Nuevas Oportunidades para adultos. En este sentido, la coalición de izquierdas se está centrando en cambiar el perfil de especialización, apostando por actividades de mayor valor agregado. Lo explica gráficamente el profesor de Economía en el Instituto Universitario de Lisboa Sandro Mendonça: “En los primeros 15 años Portugal mudó en términos de ‘hardware’: fueron los tiempos de las autovías y del “nuevo—riquismo”. En los siguientes 15 se cambió de ‘software’: fueron los tiempos de los avances en capital humano, de la inversión en ciencia y tecnología, de una apuesta por la cultura y la creatividad”.
Un ejemplo paradigmático es la política de despenalización de los estupefacientes. La heroína estaba a la orden del día en la década de los 90 y, tal y como ocurrió en otros muchos países, terminó convirtiéndose en un asunto de Estado. Un comité de expertos formado a la sazón decidió empezar a tratar a los drogadictos como pacientes y no como criminales. Su propuesta: que las sanciones administrativas sustituyeran buena parte de las sentencias de prisión, distinguiendo claramente entre uso recreativo y adictivo; en el primer caso, los sujetos recibirían una multa, mientras que se fomentaría que los segundos ingresaran en un programa de tratamiento pagado por el Gobierno. Los traficantes seguirían siendo criminales.
La propia ONU puso el grito en el cielo cuando las medidas empezaron a implementarse, allá por 2001. Tres lustros después, el número de sobredosis ha descendido significativamente y la edad de inicio de consumo se ha retrasado, tal y como corroboran estudios como el del think-tank Transform y el de la oenegé Open Society Foundation. Lejos de oponerse al modelo portugués, actualmente Naciones Unidas lo pone como ejemplo de mejores prácticas, como sucedió a finales del año pasado durante la Junta Internacional para el Control de Narcóticos (INCB, por sus siglas en inglés).
Hasta hace más bien poco, Portugal únicamente se hacía hueco en los medios de comunicación para aliviar sus vergüenzas: que si la corrupción, que si los incendios, que si el encarcelamiento de su ex primer ministro José Sócrates, que si novatadas mortales en la universidad, que si la troika, que si el desempleo… La tendencia ha cambiado paulatina y radicalmente. “Está muy bien despertarse sin escuchar cada día que vivimos en un país sin esperanza”, se congratula Miriam Costa, sin olvidar que “ya antes fuimos señalados como el país de la esperanza para caer después en la desgracia. Puede volver a suceder”. De apestado a alumno aventajado, ¿hasta cuándo? Mendonça también pide prudencia: “El mismo mundo que antes nos vomitaba quiere ahora tragarnos. Es necesario ser igualmente escépticos”.