Según el economista de Cambridge, la escasa reinversión en tecnología fue lo que les hizo perder competitividad y empleos.
La forma de pensar de una época es como el acento de una nación: invisible para los que viven en ella, evidente para los que están fuera. Al economista surcoreano Ha-Joon Chang no le hizo falta salirse de su época para identificar las fallas que aceptamos sin cuestionar del capitalismo, el acento de nuestra era. En el año 2011, su libro 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo (Debate) lo hizo famoso en todo el mundo por poner esas fallas sobre la mesa pero el especialista en Economía del Desarrollo de la Universidad de Cambridge ya había dedicado años y libros al tema. En ¿Qué fue del buen samaritano:naciones ricas, políticas pobres (publicado en inglés por Bloomsbury Press), Ha-Joon cuestionaba ya en 2007 la existencia de la libertad de mercado y la idea neoliberal de que las naciones aún por industrializar debían adoptar el libre comercio sin ningún tipo de restricción si querían progresar. Un cuestionamiento por el que hoy muchos lo comparan, erróneamente, con el discurso proteccionista del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
En conversación telefónica con Clarín, Ha-Joon detalló en qué casos se justifica la protección en las industrias nacientes de economías emergentes usando el mismo criterio que emplearía para fundamentar el cuidado de los niños en una familia: “Cuando son jóvenes, los protegemos al 100%, les damos todo para que crezcan, se vayan haciendo independientes de nuestra ayuda, hasta que crecen y los dejamos solos. Este principio general no rige para EE.UU. porque su industria ya es adulta. Lo que Trump está queriendo hacer no tiene nada que ver con mi tesis. Es como si siguiéramos dándole plata a nuestros hijos cuando tienen 45 años”.
– ¿Y los que dicen que esa industria adulta estadounidense sufrió una competencia desleal de países con sueldos miserables y escasa protección a los trabajadores?
– Eso es otro tema, el llamado dumping social según el cual las peores condiciones laborales y salariales de algunos países les dan ventaja para competir. Pero yo creo que es un argumento incompleto porque le falta considerar otro punto. Esos trabajadores cobran menos, sí, pero en esos países tampoco hay buena infraestructura, no hay buen sistema educativo y el sistema no funciona bien. Los bajos salarios de esos trabajadores son, en parte, un reflejo de la baja productividad de sus economías. No es justo que exijamos que esos trabajadores tengan la misma protección que los alemanes, suecos, o estadounidenses, porque así no podrían competir. Exigir eso es no reconocer que trabajan en un ambiente más hostil a la productividad.
– ¿Por qué se han perdido empleos en la industria estadounidense?
– La acusación contra China o contra el comercio mundial está equivocada. La razón por la que la industria de EE.UU. perdió, primero contra Japón y luego contra Alemania, Corea y China, es porque las empresas no invirtieron lo suficiente en máquinas y tecnología. En las últimas décadas el sistema financiero estadounidense se llevó todo el dinero de las corporaciones. En los años 50 y 60, las empresas reinvertían en su operatoria hasta el 60% de sus beneficios. Ahora solo reinvierten el 5%. ¿Cómo esperan seguir al día con los últimos avances en tecnología y mejorar su productividad?Es el sistema financiero, y no la competencia de China, el que está debilitando a la industria estadounidense. Pero como es natural los que tienen dinero y poder no están interesados en admitir eso. Por eso culpan a los chinos.
– ¿Y la montaña de dinero que llega de todo el mundo a Wall Street? ¿No mejora la financiación de esas empresas para reinvertir?
– Sí, ese dinero está llegando al sector corporativo pero lo están usando para las cosas equivocadas:altísimos dividendos para accionistas y astronómicos salarios para CEOs que ni siquiera hacen bien las cosas. El dinero no está fluyendo hacia la tecnología, las máquinas y la capacitación de los trabajadores. Ese es el problema.
– ¿Qué responsabilidad tiene la desregulación del sector financiero de las últimas décadas?
– Mucha. El permiso para crear complicados productos financieros, especialmente los derivados, hizo posible hacer dinero con dinero. Ya no hacía falta invertir en fábricas, granjas o negocios para generar rendimientos. Por otro lado, la apertura de los mercados de capitales ha hecho extremadamente impacientes a los accionistas, que siempre tienen otro lugar disponible al que llevar su dinero. Quieren resultados en un año, muchas veces en seis meses. Por eso los CEOs tienen entre 1 y 3 años para maximizar el valor para esos accionistas.
– ¿Cómo maximizan el beneficio a corto plazo?
– Vendiendo activos, despidiendo a todos los empleados que puedan, exprimiendo a los proveedores y reinvirtiendo en acciones propias para que aumente su valor y el capital de los accionistas. Muy poco va hacia mejoras en la productividad. El cambio en el sistema financiero ha dado un poder gigantesco a los accionistas de corto plazo, que han hecho más débil a la economía real de los EE.UU. Los gerentes están cobrando hasta 80 millones de dólares por año a cambio de no invertir y de maximizar el beneficio de corto plazo. La falta de inversión, los despidos, o el maltrato a los proveedores puede significar mucho dinero en el corto plazo pero en el largo socava la competitividad. A los CEOs no les importa porque en 5 años están fuera. Para los accionistas tampoco es un problema porque siempre habrá otro país, otra empresa, o tal vez otro producto financiero donde poner el dinero. Pero cuando muchas empresas lo hacen, la economía de Estados Unidos o la de Reino Unido, que sigue un modelo similar, se debilita.
– ¿Sirvió la reforma financiera de Obama?
– Fue una mejora pero insuficiente. En cualquier caso, Trump quiere dar marcha atrás también con eso. Le deseo buena suerte porque así no va a hacer que los inversores pongan dinero en proyectos de largo plazo que mejoren la productividad. Al revés: va a dar más poder a los accionistas para obtener beneficios a corto plazo y estancar la competitividad de EE.UU. Igual que lo que dice de traer empleos de China y México subiendo aranceles. Lo único que va a conseguir, si lo hace, es que las fábricas se vayan a Vietnam o a Colombia, pero no van a volver a los Estados Unidos.
-¿Se ha vuelto demasiado poderoso el sector financiero como para regularlo?
– Tuvimos una gran oportunidad con la crisis de 2008, cuando se hizo evidente la incompetencia de mucha gente en el sector financiero. Era el momento para una reforma mucho más fundamental, como la de Frank Delano Roosevelt tras el Crash de 1929. Pero en Reino Unido y EE.UU. el sector se ha vuelto tan fuerte que es casi imposible. Desde los años 80, la mitad de los secretarios del Tesoro de EE.UU. han sido personas que trabajaban en la banca privada. Es como nombrar un fiscal anti mafia que antes trabajaba para la mafia. El poder del sector es tan grande que ha logrado evitar los cambios regulatorios y mantener esa progaganda de que la culpa no es del sistema financiero o de los banqueros, sino de todos esos afroamericanos pobres que tomaron prestado dinero para comprar casas que no se podían permitir. La gente ha sido informada tan mal que han elegido a Trump para cambiar el sistema, cuando él no es sino una parte del sistema.
– ¿Cómo logró desarrollar su industria Suiza, un país de altos salarios y donde el sector financiero también es muy poderoso?
– Es el país con mayor industria per cápita. Son sólo 9 millones de habitantes así que la producción total no es tan grande, pero en producción industrial por habitante es el primero. Además de la banca privada, la que todos conocemos, Suiza tiene un sector bancario doméstico que presta dinero para proyectos a largo plazo de pequeñas y medianas empresas y que no está desesperado por obtener grandes beneficios. Es una tradición germánica, también presente en Alemania y Austria, la de prestar y a veces hasta invertir en empresas que apuestan por la tecnología y el largo plazo, concentrándose en el crecimiento de la productividad y no en hacer ricos a sus accionistas de corto plazo.
– ¿Es sólo algo cultural? ¿Cómo se protegen de los accionistas de corto plazo?
– Es cultural pero hay instituciones y políticas que lo hacen posible, especialmente en Alemania. Allí tienen este sistema llamado de cogestión en el que las empresas con más de 500 trabajadores están obligadas a tener un comité de supervisión por encima de la junta directiva que regula el día a día. Si hay que cerrar una fábrica o hacer cualquier cosa grande, lo tiene que aprobar este consejo de supervisión en el que obreros y accionistas eligen al mismo número de representantes. Por supuesto el presidente es nombrado por los accionistas y él tiene el voto decisivo, así que si hubiera un enfrentamiento, lo ganarían los capitalistas, pero normalmente no funciona así sino a través de la negociación y del consenso. Eso protege a las empresas, que no autorizarán la venta de la empresa a accionistas de corto plazo que quieren deshacerse de los activos, sacar la plata y tirar la empresa a la basura. En lo referente a las pequeñas y medianas, Alemania también solía tener una ley que eximía a los familiares de un emprendedor de pagar derechos de herencia mientras mantuvieran la empresa operativa y creando empleos durante diez años. Mecanismos como estos fomentan el compromiso por el largo plazo. Y luego, claro, los bancos locales alemanes, en muchos casos propiedad de la comunidad o de los gobiernos regionales, y también comprometidos con la preservación y el crecimiento de empresas de la economía real en la región. Así que es un poco cultura pero no sólo eso. También hay un marco institucional que fomenta la gestión de largo plazo.