La inseguridad y los barrios fuera de la ley son temas centrales de la campaña para las decisivas elecciones de Renania del Norte-Westfalia.
Los rostros de los pasajeros que viajan en el tranvía 903 que lleva a Marxloh anticipan que no se dirige al lugar en el que uno sueña que crezcan sus hijos. Ojeras, pelos desteñidos, bocas destentadas y cuerpos engordados viajan hasta el barrio conocido en Alemania como una no-go area (área a la que no ir), un lugar donde recomiendan no ir si quiere uno estar a salvo.
En Marxloh, un distrito del norte de Duisburgo es precisamente donde se ha acuñado el término no-go area, que se ha convertido en un arma arrojadiza omnipresente en la campaña de las elecciones regionales de Renania del Norte-Westfalia. El resultado de los comicios que se celebran este domingo decidirá en buena medida las posibilidades que tiene la canciller Angela Merkel de lograr su cuarto mandato.
La imagen de este suburbio en el resto de Alemania es terrorífica. La prensa alemana habla de clanes familiares que controlan Marxloh y de la justicia paralela que supuestamente rige la vida del barrio. Pero lo cierto es que Marxloh ni es una favela brasileña, ni hay balas perdidas esperando a que uno pase por allí. Marxloh es un gueto empobrecido, donde el 60% de sus 20.000 habitantes es de origen extranjero y donde viven aquellos que no tienen posibilidad de escapar. Porque el que puede, se va.
La basura se acumula en las aceras y hay edificios que se caen a trozos. Es fácil encontrar viviendas vacías y hay multitud de tiendas que han echado el cierre para siempre y los locales han quedado abandonados. Por la calle pasan BMW y Mercedes con cristales tintados a gran velocidad. En la parada del tranvía, un joven con la cabeza rapada y pantalones y gorra de camuflaje detalla su viaje ideológico y político. “Mire, yo he sido siempre miembro del SPD [socialistas alemanes], pero ahora voy a votar en blanco. A mi hijo le atacaron con un cuchillo y desde entonces, veo las cosas de otra manera”, dice Oliver O´Donnay, ayudante de laboratorio de 52 años. “Mi madre vive aquí, pero yo tengo miedo de venir por la noche”.
Los dos grandes partidos, democristianos y socialdemócratas, llegan muy igualados a las urnas y durante la campaña han competido por ver quién ofrece más policías, más cámaras y más deportaciones de indocumentados. No es posible que haya lugares en Alemania en los que supuestamente no entra ni la policía y que están vedados al ciudadano medio; no es posible que “nuestras mujeres” no puedan ir tranquilamente por la calle por la noche, repiten los políticos, en alusión a Marxloh y a los ataques sexuales en Colonia de hace año y medio en Nochevieja.
La oleada de robos en domicilios, los fallos en la lucha antiterrorista (al autor del atentado del mercado de Navidad en Berlín lo dejaron escapar las autoridades renanas) y la degradación de barrios como Marxloh o el norte de Dortmund se entremezclan en un plancton electoral que contribuye a crear una sensación de inseguridad que no siempre coincide con la realidad. La CDU de Angela Merkel, asociada con una línea más dura en materia de seguridad, tiene bastante que ganar con este debate.
Cuenca minera
La historia de Marxloh es también la de la cuenca minera del Ruhr, la del declive de la industria pesada y la reconversión asimétrica. Miles de vecinos de Marxloh, muchos de ellos gastarbeiters (empleados extranjeros) turcos, trabajaron en ThyssenKrupp, la acería cercana, que a partir de los años setenta redujo drásticamente las plantillas. Sin salarios ni poder adquisitivo comenzó el declive y el cierre de los comercios. Comenzó la huida de los más pudientes y la llegada de los desposeídos.
Desde hace unos tres años, cuando Alemania levantó las restricciones a la libre circulación, han desembarcado en Marxloh unos 4.000 rumanos y búlgaros, protagonistas del verdadero problema de integración. “Vienen porque hay muchísimas viviendas vacías, pero no hablan alemán, no tienen formación y aparecen y desaparecen”, explica en un restaurante turco Manfred Slykers, trabajador de la acería y representante del SPD del barrio, en el que ha crecido y donde vive. Cree que lo de la no-go area es una tontería que explotan los políticos, pero “sí, claro, aquí hay gente fuera de la ley. Dos calles más allá mataron a tiros a un chico de 15 años hace dos semanas”. Señala Slykers una cámara de seguridad instalada en una farola; una rareza en Alemania, un país poco dado a la videovigilancia por motivos de privacidad.
No es verdad que la policía no entre en el barrio. Vienen, pero siempre reforzados con varias patrullas, para evitar que una turba rodee a un coche policial, como ya ha sucedido. Aún así, en la policía creen que lo de Marxloh y la criminalidad es casi un caso de fake news, explica el portavoz Ramon van der Maat, en la sede de la policía de Duisburgo. “Hace poco más de un año, el sindicato policial quería más efectivos y para ejercer presión empezaron a hablar de que aquello era una no-go area y se fue extendiendo”. Explica que por ejemplo este año ha habido 55.600 delitos en Duisburgo, un 2,8% menos que el año anterior. Aún así, Renania del Norte-Westfalia sigue teniendo una cifra récord de criminalidad respecto a otros estados federados. “Hemos doblado el número de incorporaciones policiales en los últimos siete años. No hay mucho más que se pueda hacer. Es todo muy exagerado, después de las elecciones ya nadie hablará de esto”, piensa Van der Maat.
Caminan por una bocacalle de Marxloh una madre con su hija y su nieta, que han venido a comprar unos zapatos. La madre es cajera y tiene un minijob por el que cobra 450 euros al mes. Siempre vota al SPD y esta vez también lo hará. “Soy una trabajadora; la CDU es para los patronos”, dice Dagmar Keiper, de 54 años. Su hija, con el pelo teñido de rubio asegura que le da miedo ir sola por aquí, porque le dicen cosas. “Si vengo en coche, cierro todas las ventanas y los seguros”. Heinz-Werner Ring, un señor mayor, con gorro de caza, asegura que se está pensando votar a la ultraderecha de Alternativa para Alemania (Afd), que “todos los políticos mienten, todos son iguales. Siempre he votado a Merkel, pero ha dejado entrar a todos esos refugiados…”.
A la parroquia del padre Oliver acuden a la semana unas 1.000 personas a buscar comida, medicinas y ropa. A media mañana, el templo es un trasiego continuo de chicas con velo. “Atendemos sobre todo a musulmanes”, explica Oliver en su despacho, vestido con alzacuellos. El padre maldice el estigma que persigue a Marxloh y que cree lo sepulta en su miseria. “Cuando los jóvenes ponen en el currículum que son de aquí, nadie los quiere contratar. Aquí solo se quedan los mayores y los más débiles. Aquí hay problemas sociales, no policiales”.
Vestidos de novia
Porque Dios aprieta, pero no siempre ahoga, Marxloh tiene una singular tabla de salvación, sin la cual el barrio habría muerto hace tiempo. Este barrio es el paraíso de las novias. Aquí vienen los turcos de toda Europa para comprar sus vestidos de boda. Estambul o Marxloh, esa es la disyuntiva. Aquí hay hasta 40 tiendas de vestidos de princesas a partir de 1000 euros, con su cancán, mucho almidón y toneladas de lentejuelas y pedrerías varias.
Istek Celik, una joven de origen turco de 27 años que despacha en una de esas tiendas, dice que sí, que en Marxloh hay robos, pero que como en todas partes. Cuenta que ha trabajado en un hospital, “¡con mi velo y todo!”, y que a su hijo de cinco años le habla en alemán. Ya en la calle, un par de hombres esperan en una farola a que sus mujeres acaben de comprar. Regentan un restaurante de Kebab en Essen y han venido a comprar un vestido. Llevan 20 años en Alemania, pero no hablan casi el idioma. “Votaremos al SPD, sin duda. Son mucho mejores con los extranjeros”.
A unos diez kilómetros de allí, atardece en el centro de Duisburgo. Hoy hace bueno y las terrazas de la zona peatonal, están a reventar. En la más elegante, cuatro señoras enlacadas beben Aperol con pajita. Se declaran votantes democristianas y liberales. ¿Han estado en Marxloh? “Jamás. Lo hemos visto en las noticias. Aquello es un gueto, ¿no?”.