Hay un total de 92 en igual cantidad de municipios; antes de fines de año cerrarán los primeros cuatro en San Vicente, Balcarce, Junín y Azul; provocan contaminación, enfermedades y accidentes viales.
En la montaña de basura donde se posan decenas de tordos, hay autos volcados y rotos, sandalias con brillos y barro, una bota marrón claro, una cava llena de agua, yuyos y residuos inmóviles. Pero casi no hay olor en el basural a cielo abierto de la ciudad bonaerense de San Vicente, sobre la ruta 58. Los desechos, que a lo largo de los años el municipio depositó allí sin tratamiento alguno, ocupan la mitad de las 16 hectáreas del predio.
Juan Medina pasea con sus dos sobrinos por la calle de tierra que bordea el lugar. Son del barrio Boedo 30 y, como otros vecinos de la zona, creen que las máquinas que se mueven por el basural trabajan en la construcción de un country. “Es lo que se comenta en el barrio”, dice. Pero se equivoca.
El 2 de junio la empresa Hesurmet empezó las tareas de saneamiento del basural de San Vicente, uno de los cuatro -los “más sensibles y peligrosos”– que el Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible (OPDS) se propuso cerrar durante este año. En la lista figuran además los de Balcarce, Junín y Azul; los dos primeros también están en proceso de limpieza, y en agosto arrancarán en Azul.
En el interior de la provincia de Buenos Aires existen 92 basurales a cielo abierto, en igual cantidad de municipios, que producen contaminación del suelo y del aire. En su mayoría, tienen una antigüedad de entre 15 y 20 años. “Esto ha generado el aumento de varias enfermedades infecciosas graves, como leptospirosis, brucelosis, dengue”, dijo Luis Merlino, médico sanitarista que asesora al OPDS. “No encontrás sólo una bolsa de nylon o una cáscara de huevo, encontrás hasta animales muertos”, agregó.
En el conurbano bonaerense los residuos se recolectan y se trasladan a la Ceamse; hay basurales a cielo abierto, pero son generados por los vecinos, de menor tamaño, menos antigüedad, y suelen cambiar de lugar. En cambio, en el interior son los municipios los que vuelcan los desechos sin tratar en predios. Se contaminan las napas y, como se realizan quemas de basura informales, se originan humos tóxicos.
Además de los cuatro basurales que serán eliminados este año, para 2018 el OPDS proyecta el cierre y el saneamiento de entre ocho y doce más, aunque aún no adelantaron cuáles serán.
Paso a paso
En San Vicente, las obras demandarán unos cuatro meses y una inversión de $ 14 millones. Consisten en la reconformación y recompactación de los residuos para que ocupen la menor superficie posible. Luego, la masa será cubierta con dos capas de suelo: una primera capa de baja permeabilidad, que evitaría el ingreso de agua pluvial, y otra de suelo vegetal, para favorecer la parquización del predio. Según Merlino, así se empiezan a acotar los focos de infección y la presencia de roedores, mosquitos y pájaros.
Para extraer los residuos, se realizan pozos de extracción de líquidos lixiviados, lo que genera la descomposición de los desechos, y se instalan tuberías para liberar gases. Luego, se perforan tres pozos en la primera napa de agua subterránea; estos conformarán la red de monitoreo de la evolución del estado base ambiental inicial, para que se pueda hacer el seguimiento de las condiciones de cierre. También se harán canalizaciones, cunetas y alcantarillas para los excedentes pluviales, según indicaron desde el OPDS.
“Esto es un mensaje para los intendentes, para que se preocupen y se ocupen. Además de la contaminación, hay muertes detrás. Junín, Balcarce, Azul y San Vicente son los más sensibles y los más peligrosos”, explicó Ricardo Pagola, responsable del organismo.
El de San Vicente es el más cercano a la zona urbana del Gran Buenos Aires. Alrededor del predio, hay varios proyectos de barrios privados encaminados. La ciudad está a menos de 20 cuadras, pero no sólo por eso la peligrosidad era alarmante. El intendente Mauricio Gómez (Cambiemos) y los vecinos coinciden con Pagola en que el problema, junto con la contaminación de las napas, lo constituyen sobre todo las muertes por accidentes de tránsito. Es que la niebla y el humo por la quema informal de residuos forman, muchas veces, una pared; al transitar las rutas que bordean basurales a cielo abierto se pueden observar estrellas pintadas en el cemento: recuerdan a las víctimas viales.
Gómez recordó: “Arrancó como un simple lugar donde tirar basura domiciliaria y después se desbordó. Estaba totalmente fuera de control. Padecimos 20 años este problema”. Ahora, los residuos que los vecinos de San Vicente generan ya se tiran en la Ceamse, lo que favorece el cierre del histórico basural a cielo abierto. Si los plazos se cumplen, en octubre el predio estará cubierto de pasto. El intendente informó que, además, tras las vacaciones de invierno se comenzará una campaña de separación de residuos.
A 20 cuadras de allí, cerca de la terminal, en el barrio Santa Inés, vive Liliana Díaz. Al igual que Juan Medina, ella tampoco tiene muy claro qué es lo que se está haciendo en el predio. Se entera por otros vecinos, “de boca en boca”.
Finalizados los trabajos, en octubre el predio de San Vicente se convertirá en un espacio verde; Pagola imagina que podría albergar una pista para kartings. En Junín (donde se invertirán $ 43 millones), Balcarce ($ 14 millones) y Azul (sin costo definido hasta el momento), tras el saneamiento, los terrenos seguirán destinados al acopio de residuos, pero en celdas transitorias y con el tratamiento que requieren para no contaminar las napas.