Dos lecciones que pueden extraerse de los sucesos de esta semana: una, que todo se repite; dos, que todo se repite. Como en la historia relatada en aquel inolvidable film “El Día de la Marmota”, todo ocurre una y otra vez, ad infinitum.
En la película interpretada por una jovencísima Andy Mc Dowell y un ídem Bill Murray, el hilo argumental puede describirse como sigue: Phil, el hombre del tiempo de una cadena de televisión, es enviado un año más a Punxsutawney, a cubrir la información del festival del Día de la Marmota. En el viaje de regreso, Phil y su equipo se ven sorprendidos por una tormenta que los obliga a regresar a la pequeña ciudad. A la mañana siguiente, al despertarse, comprueba atónito que comienza otra vez el Día de la Marmota, una y otra vez, hasta que el personaje revisa día tras día sus valores y advierte su egoísmo, su necedad y comienza a cambiar hasta encontrar en sí mismo un ser mejor.
Ni más ni menos que aquello a lo que estamos asistiendo sintomáticamente los argentinos. Una y otra vez, Argentina busca cambiar, y una y otra vez se repite a sí misma. Agotado el tiempo de Cristina Fernández, en el candelero están hoy, entre los posibles presidenciales, Daniel Scioli y Sergio Massa; curiosa y paradójicamente, ambos por el justicialismo, y ninguno de los dos lo es. Según el analista Jorge Giacobbe, la posición de Massa es absoluta, y está para campeonar electoralmente. Giacobbe describe a Massa como aquel que, preferido por las señoras para pareja de su hija, reúne todas las virtudes imaginables como depositario de la confianza general.
Estamos ante nuestro propio Día de la Marmota: un elegido que aparece preñado de virtudes extrañas poco comprobables. Sin programa, sin ideas, subido a un escenario mediático que instala falsos paradigmas que crearán una opción que inevitablemente llevará a otra decepción.
La misma cita cabe hoy para el escenario escandaloso que, iniciado en 2007 por Perfil, hoy suma espectacularidad con la apuesta de Jorge Lanata, que ubica a Lázaro Báez, al occiso Néstor Kirchner y a su sucesión política en el centro de la escena de lo delictual, o al menos, de lo fronterizo.
La presencia en cámara de los dos biarrepentidos Federico Elaskar y Leonardo Fariña, evoca claramente otra pieza notable de la cinematografía nacional, en este caso la excepcionalísima “Plata dulce”. En esa historia transcurrida durante el denominado Proceso de Reorganización Nacional –la dictadura, para el vulgo-, Carlos Bonifatti (Federico Luppi) cae bajo los cantos de sirena de un amigo de la infancia, Arteche (Gianni Lunadei), quien lo lleva del mundo fabril, probo y esforzado, al mundo financiero para él desconocido, el de la “plata dulce”. Inmediatamente sobreviene el cambio de vida, el arribo a los lujos, placeres, y luego, finalmente también llega un derrumbe que lo deja expuesto, arruinado y al borde de la cárcel, lo que lo hace gritar, gráficamente: “¡Arteche y la puta que te parió!”, en una, tal vez, de las expresiones groseras más oportunas de la historia del cine argentino.
Hoy, ante la situación que atraviesan Elaskar y Fariña, bien cabe preguntarse, en esta tragicomedia reiterada y perversa, quién es el gran prestidigitador que hoy asume el rol de Arteche. Si bien se anuncian nuevos datos y documentos con nuevas pruebas y elementos, todo lo que se ha expuesto hasta aquí alcanza para revelar una persistencia atroz en continuar por una misma ruta que drena ingresos públicos, crea pobreza y provoca muerte a diario, como los eventos criminales de Plaza Once, las inundaciones en La Plata y Capital Federal, y tantos otros que por repetidos, año tras año, dejan apenas una huella mínima en nuestra memoria. Todo ello convoca nuestra propia perplejidad ante la posibilidad nada remota de estar transitando nosotros, en carne y espíritu, nuestro Día de la Marmota.