El famoso enólogo francés asegura que el potencial de crecimiento internacional del malbec sigue intacto, pero reclamó medidas para ayudar a los productores locales.
A contramano de las voces que piden que la industria vitivinícola argentina debe apostar por una diversificación de su producción e incursionar con nuevas cepas, Michel Rolland sigue siendo un fundamentalista del malbec.
El winemaker más influyente del negocio del vino -hoy está trabajando con catorce bodegas de todo el mundo y se la pasa viajando seis meses al año- no duda a la hora de defender el potencial internacional que tiene el malbec, y asegura que todavía hay terreno para que la industria argentina siga creciendo de la mano de su emblemático varietal. “El país puede hacer buenos cabernet sauvignon, pero en este terreno tiene que competir con Francia y los Estados Unidos. En cambio, el malbec argentino no tiene rival y además cuenta con la ventaja de que sus vinos son buenos desde el Norte hasta el Sur. El país tiene la suerte de haber podido desarrollar una variedad casi privada”, señaló en diálogo con LA NACION.
Hace casi treinta años que visita la Argentina y asegura que en estas tres décadas, el cambio que vivió el negocio del vino fue completo. En la actualidad asesora a bodegas en todo el país, de Neuquén a Salta, y desde hace unos años también se decidió a invertir en un proyecto propio en el Valle de Uco, Mendoza, donde ya había puesto un pie trabajando con los inversores franceses que integran Clos de los Siete.
“A los inversores nos castigaron demasiado en los últimos diez años. Hoy está andando un poco mejor, pero no es tan fácil. La Argentina es un país fenomenal para invertir y hay mucha gente afuera que quiere hacerlo. Hay que ayudar a los productores nacionales”, asegura en su doble condición de asesor de proyectos para terceros y empresario bodeguero con inversiones propias en el mercado argentino.
-¿Cómo llegó al negocio del vino?
Vengo de una familia de viñateros. Me crié hablando del vino primero con mi abuelo y después con mi papá, y más tarde estudié Enología en la Universidad de Burdeos. La verdad es que nunca pensé que iba a viajar para hacer vinos en todo el mundo, pero siempre fui una persona muy curiosa, y cuando llegaba a un lugar iba a visitar los viñedos. Ahora, después de cuarenta y pico de años de trabajar en esto, puedo decir que soy un poco conocido en el mundo del vino.
-¿Cómo es su vida profesional? ¿Cuánto tiempo al año se la pasa viajando?
-En mi vida hay muchos viajes. Paso seis meses en Francia y seis meses afuera. Estoy dos meses en la Argentina, otros dos en Estados Unidos y el resto repartido en otros países. En total estoy haciendo vinos en catorce países y a lo largo de mi carrera trabajé en 21 naciones.
-¿Cómo evalúa la evolución que tuvo el vino argentino?
-Lo que vivió la Argentina no fue sólo una evolución. Cambió todo. Yo llegué al país en 1988. Y en esa época, la Argentina era un productor de vinos muy grande, pero enfocado exclusivamente en el mercado doméstico y casi no se exportaba. Lo que hacía el país era un producto barato y no de muy buena calidad. Hoy es al revés, desapareció prácticamente el vino de mala calidad. Y tenemos un producto muy bueno, aun en los vinos de entrada de gama que mejoraron muchísimo.
-Hace unos años que las exportaciones del vino argentino no crecen. ¿No hay un riesgo de estancamiento de la industria?
-Hoy no se crece tan rápido como quisieran los argentinos. Pero igual avanzó muchísimo. Recuerdo que hace diez años, cuando se estaba exportando por cerca de 500 millones, en una entrevista que me hicieron me preguntaron si algún día íbamos a llegar a 1000 millones. Y tres años después lo habíamos logrado. El país igualmente sufrió una crisis, especialmente a partir de 2008, que afectó a todos los mercados internacionales. Pero lo importante es que como quinto productor del mundo, la Argentina tiene su espacio y una imagen muy lograda a nivel internacional. No quiero sonar desagradable con los amigos chilenos, pero creo que la Argentina superó en imagen al vino chileno.
-¿Qué diferencia al vino argentino a la hora de salir al mundo?
-La cepa. No es fácil desarrollar un buen malbec en otras partes del mundo. En la Argentina se puede tomar un malbec muy bueno en Cafayate y también 2000 kilómetros al sur, en Neuquén. Sería como lograr hacer un muy buen cabernet sauvignon en Londres y en Marruecos. Algo imposible de conseguir en el hemisferio norte.
-A nivel local se discute si hay que seguir apostando al malbec o diversificarse. ¿Ve alguna cepa con mucha proyección?
-La Argentina tiene la suerte de tener una variedad que existe en otros países, pero que acá se da con una gran producción y gran calidad, lo que explica la fama bien ganada que tiene el malbec en todo el mundo. El país puede hacer buenos cabernet sauvignon, pero en este terreno tiene que competir con Francia y los Estados Unidos. En cambio, el malbec argentino no tiene rival y además cuenta con la ventaja de que sus vinos son buenos desde el Norte hasta el Sur. El país tiene la suerte de haber podido desarrollar una variedad casi privada. Estoy convencido de que hay que hablar del malbec, porque lo tiene solamente la Argentina.
-En la industria se habla mucho del terruño. ¿Es un concepto marketinero?
-El terruño existe. En todas las partes del mundo existe. Pero creo que el peligro de hablar tanto del terruño es olvidarse del producto. Lo primero que hay que hacer es el vino y después hablar del terruño.
-En los negocios hay una máxima que dice que a toda industria le llega su Airbnb. ¿Hay algo disruptivo en el mercado del vino?
-El mercado siempre está buscando algo nuevo. Así como en el mundo de los aviones están las aerolíneas low cost, en el vino hay fórmulas para captar la atención de los consumidores. Por eso hay que luchar todos los días. La competencia es muy grande y para ganar hay que ser mejor que todo el resto.
-En la Argentina no sólo trabaja como asesor, también está invirtiendo en una bodega propia en el Valle de Uco. ¿Qué lo llevó a apostar por el país?
-Desde un principio me encantó el país. Lo primero que conocí fue Cafayate, hace ya treinta años me enamoré del lugar y de los argentinos en general. Igualmente, trabajar con los argentinos puede ser un poco más complicado, y especialmente de entrada cuando no hablaba bien español.
-¿Cuál es el problema? ¿El ego que tienen los argentinos?
-Los argentinos no son tan fáciles para todos los días. De entrada fue un poco complicado. Este país tiene todo. Es una tierra maravillosa. Conozco muy bien todo el país. Y me encantaron los vinos, aun en un momento en que la producción no era tan buena se veía el potencial muy fuerte que tenía el país.
-¿El país tiene potencial para crecer en el negocio del vino o ya está maduro?
-Por supuesto que tiene un potencial enorme, pero hay que ver a nivel nacional las políticas para ayudar a los inversores. A los inversores nos castigaron demasiado en los últimos diez años. Hoy está andando un poco mejor, pero no es tan fácil. La Argentina es un país fenomenal para invertir y hay mucha gente afuera que quiere hacerlo. Hay que ayudar a los productores nacionales.