Mano dura con los “chalecos amarillos” en Francia

Frente a los ‘chalecos amarillos’, el Gobierno de Emmanuel Macron lo ha intentado todo. Primero, intentó minimizar el movimiento de protesta. Luego, diabolizarlo. Contra las cuerdas, el presidente reculó y entonó su mea culpa. Pasada la tregua navideña, llega el momento de la mano dura.

“A la ultra violencia, opondremos la ultra firmeza”, ha anticipado el ministro del Interior, Christophe Castaner. La consigna estaba clara y la ha madrugado el titular de las Cuentas Públicas, Gérald Darmanin: “Frente a la ultra violencia, hace falta ultraseveridad”.

Ha sido el primer ministro el que ha puesto la letra a la música. Édouard Philippe ha comparecido en el telediario de máxima audiencia (TF1) para anunciar las medidas para “garantizar el orden público”.

Además de 80.000 policías en las calles el próximo sábado, el Gobierno va a endurecer la ley. Para castigar a quienes participen en manifestaciones no comunicadas a la policía previamente, como ocurre en la mayoría de la convocatorias de los ‘chalecos amarillos’. Además se endurecerán las sanciones contra quienes oculten su rostro. Y contra los vándalos que aprovechan para asaltar tiendas. Y quiere que los condenados a prisión sean puestos entre rejas efectivamente.

El primer ministro, que claramente quería reafirmar la firmeza del Gobierno aunque estuvo impreciso, reveló que de los 5.500 detenidos presentados a la Justicia, mil han sido condenados por los tribunales.

Inconcreto, se declaró favorable a la creación de un fichero de manifestantes violentos, como reclaman los sindicatos policiales. Funcionaría a la manera del fichero de ‘hooligans’ del fútbol que tienen prohibido el acceso a los estadios de fútbol. Manifestarse en la calle es un derecho básico y no es tan fácil impedir el acceso a la calle como a los que van a un estadio.

Desde el primer acto de protesta masivo (siempre en sábado) el 17 de noviembre, 10 personas han muerto, en su mayoría en accidentes de tráfico en bloqueos de carreteras. Ha habido 1.500 manifestantes heridos, 53 de gravedad, y 1.100 heridos entre las fuerzas de seguridad.

La jornada más violenta fue la del Acto III. Aquel 1 de diciembre fue asaltado y pintarrajeado el Arco de Triunfo, donde está la tumba del soldado desconocido e incendiada la prefectura de Puy en Velay. Las escenas de guerrilla urbana y pillaje en París dieron la vuelta al mundo.

Desde el pico de participación del primer sábado (290.000 manifestantes en toda Francia), la cifra de asistentes fue descendiendo. La Navidad parecía ir a extinguir la protesta. Sobre todo, después de que Macron abandonara el alza de la tasa sobre el gasoil, que fue lo que prendió la mecha del movimiento. Pero el pasado sábado 50.000 salieron a la calle.

Y lo que es peor, volvió la violencia. Espontánea, como la del ex boxeador Christophe Dettinger, ex campeón de los semipesados de Francia. El ‘Gitano de Massy’ noqueó a un gendarme (15 días de baja). Se entregó este lunes tras mostrar su arrepentimiento en un vídeo y fue detenido. Y menos espontánea: un grupo derribó la cancela del ministerio del Portavoz del Gobierno y éste tuvo que ser evacuado. En la jornada, la policía hizo cerca de 300 detenciones.

La violencia amenaza con contaminar a la policía. Un comandante, condecorado con la legión de honor, está siendo investigado por asuntos internos tras emprenderla a golpes con un manifestante.

Los vaivanes del Gobierno ante un movimiento al margen de sindicatos y partidos (aunque apoyado expresamente por la extrema derecha de Marine Le Pen y la extrema izquierda de Jean Luc Mélénchon) han sido evidentes. Entre otras cosas, por la popularidad de la protesta. Pese a la violencia, un 55% de los franceses apoya a los ‘chalecos amarillos’ según un sondeo publicado el pasado jueves (Odoxa para Le Figaro).

Con el cambio de táctica hacia la ultra severidad, Macron intenta la del “judoka” en expresión de Jérôme Fourquet, director de Opinion de Ifop. “Macron intenta sacar beneficio de la crisis arrancando a la derecha una parte de su electorado moderado”, declaró a ‘Le Figaro’.

De momento, las encuestas señalan a los ultras de Le Pen como favoritos para las elecciones europeas (entre el 20 y el 24%, de intención de voto). Macron quería polarizar la batalla electoral entre europeístas y euroescépticos, esto es radicales de ambos extremos. Batalla servida.

Ayer, esta tendencia se puso de manifiesto a escala europea. En una inusitada maniobra entre países miembros de la Unión Europea, los dos líderes del gobierno populista italiano mostraron su apoyo a la causa de los ‘chalecos amarillos’.

“Chalecos amarillos ¡no cedan!”, escribió en su blog el viceprimer ministro Luigi Di Maio, líder del Movimiento Cinco Estrellas. “Como otros gobiernos, el de Francia piensa sobre todo en representar los intereses de las élites, aquellos que viven de los privilegios (…) algunas políticas implementadas son realmente peligrosas, no sólo para los franceses, sino también para Europa”, añadió.

“Yo apoyo a los ciudadanos honestos que protestan contra un presidente que gobierno contra su pueblo”, afirmó el otro viceprimer ministro italiano, Matteo Salvini, jefe de la Liga (extrema derecha), aunque condenó con “total firmeza” la violencia”.