Hoy, Vietnam es lo que podría haber sido Estados Unidos si hubiese derrotado a su implacable enemigo comunista. Los principales edificios comerciales del centro de la vieja Saigón, rebautizada en honor del Tío Ho, pertenecen a bancos o a corporaciones multinacionales. Y las marcas más cotizadas del mundo fabrican aquí sus productos pagando salarios muy bajos. Existe una dura legislación laboral sin libertades esenciales para la protesta.
Legiones de turistas fotografían los símbolos comunistas que aún abundan en plazas y avenidas como si fueran reliquias históricas. Porque las hoces y los martillos, al igual que las múltiples efigies de Ho Chi Minh, se han convertido en anacronismos sin sentido, rodeadas de anuncios de las marcas emblemáticas del consumo occidental. Y la constante mezcla de los anuncios de modernos objetos de lujo con las antiguas banderas rojas ofrece la mejor imagen de la hibridación económica experimentada por Vietnam.
La guerra de los 10.000 días dejó postrado al país, con sus infraestructuras devastadas y una sociedad arrasada por el dolor y la fatiga. El país permaneció diez años estancado, sin que la colectivización de tierras y fábricas diera los frutos esperados por los vencedores. Una economía muy centralizada y con la agricultura como base principal se mostró incapaz de hacer frente a la pobreza que afectaba a la mayoría de la población. Por eso, de forma realista, el Partido Comunista vietnamita adoptó, en diciembre de 1986, la política de renovación denominada “doi moi”.
El “socialismo de mercado” estilo chino
Con paso decidido, los dirigentes comunistas vietnamitas emprendieron un camino muy parecido al de sus vecinos de China: una peculiar economía mixta denominada “sistema socialista de mercado” que asume una alta inflación crónica, con salarios bajos y falta de libertades. Se efectuó una vertiginosa privatización de empresas estatales y se permitió la entrada al capital extranjero. Este audaz “giro capitalista” fue respaldado por dos factores: primero, el final del embargo norteamericano en 1994; y después, el ingreso de Vietnam en la Organización Internacional del Comercio en 2007.
Aunque su espectacular crecimiento económico se ha visto frenado durante los últimos años por la crisis financiera internacional, Vietnam presume de haberse convertido en la segunda economía más dinámica de Asia. Y se enorgullece de la reducción de la pobreza a menos del 12% de la población (con un 2% de pobreza extrema), mientras que en 1994 alcanzaba a un 60%. Es decir que, en el plazo de tan solo 20 años, ha mejorado sustancialmente la calidad de vida de unos 25 millones de personas.
Pero el panorama social presenta tantas sombras como luces, y así lo reflejan los datos estadísticos de su macroeconomía. Se está consiguiendo crear empleo para una fuerza laboral que aumenta en un millón de personas cada año. Pero la clase obrera ha perdido derechos y se ha extendido el trabajo a destajo. Aunque se ha conseguido la autosuficiencia alimentaria y se han multiplicado las exportaciones de arroz y café, los cultivos exhaustivos agotan las tierras y desde 1973 se ha deforestado una superficie de más de 100.000 kilómetros cuadrados.
Corrupción galopante y millonarios discretos
El Estado vietnamita controla el sistema bancario y el sector aún supone el 36% del PIB. Pero la corrupción se ha disparado, instalándose en el funcionariado. Los índices de fraude fiscal y aduanero son enormes. El soborno es una práctica habitual y buena parte de los recursos naturales del país se esfuma de la contabilidad estatal. Una Ley Anticorrupción promulgada en 2005 no sirvió de casi nada. Pero, ¿a quién le preocupa eso? “La corrupción es la hija bastarda del estatismo y el capitalismo“, se repite con resignación en los círculos gubernamentales.
Las dos grandes ciudades de Vietnam han cambiado de rostro. En el sur, Saigón ha desarrollado su antigua vocación mercantilista y le han brotado los rascacielos de cristal que siempre soñó. En el norte, la otrora espartana Hanoi se ha transformado en una urbe moderna, abierta y lúdica. Y se ha encarecido hasta alcanzar el nivel de Tokio pero con salarios mucho menores.
La retórica oficial continúa hablando de socialismo. Y una nueva casta de hombres de negocios la escucha en silencio. Son muchos, pero muy discretos. Aunque haya excepciones tan llamativas como el empresario cafetalero Dang Le Nguyen Vu, el extravagante multimillonario que se pasea alternando diariamente los distintos colores de sus diez modelos de Ferrari y sus cinco de Bentley. La revista Forbes le calcula una fortuna personal superior a 100 millones de dólares. Y dicen que ríe a carcajadas cuando alguien le pregunta irónicamente quién ganó la larga y sangrienta guerra de Vietnam