Alarma la brutal escalada de casos de suicidio adolescente en el país

El año pasado más de 800 chicos de 15 a 24 años decidieron quitarse la vida en el país. La tasa de estas muertes creció más del doble en las últimas dos décadas.

Hace tiempo, no mucho tiempo, que psiquiatras y psicólogos vienen alertando sobre un drama al que no todos parecerían querer mirar en su real magnitud. Por incomodidad. Acaso por desconocimiento. O por miedo. Por lo que sea, el drama sigue ahí y sus cifras, ante cada nueva medición, generan preguntas repletas de zozobra y desconcierto. ¿Por qué? ¿Qué hacer? El intento de suicidio protagonizado esta semana por una chica en plena clase no sólo conmueve y despierta estupor: también corre el velo de una realidad que, en silencio pero ante nuestros ojos, tiene a personas cada vez más jóvenes sumidas en cuadros de desoladora y feroz depresión y, como si el futuro fuese una pesadilla intransitable, convencidas de que la única salida posible es el suicidio. ¿Por qué? ¿Qué hacer?
Hace poco, muy poco, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó un pedido para que los gobiernos se ocupen de mejorar la salud y la calidad de vida de los adolescentes. Lo hizo en el marco de la Conferencia Mundial sobre Salud Adolescente celebrada en mayo pasado en Canadá y tras describir el escenario de amenazas con el que conviven varones y mujeres en buena parte del mundo. Nuestro país no escapa al drama. Más bien lo contrario: un simple repaso por las estadísticas locales permite ver que las lesiones, la violencia, el consumo de drogas, la depresión, el embarazo adolescente y el suicidio juvenil configuran el mapa de riesgos de los chicos en la Argentina.
“El adolescente siente que tiene el futuro clausurado”, sintetiza el psiquiatra Héctor Basile, miembro de la Red Mundial de Suicidólogos, que integra la Organización Mundial de la Salud-. Cuando les pregunto qué quieren hacer, cuál es el proyecto de vida, la mayoría no sabe bien qué responder. Y estamos hablando de lo que sería un norte en un mundo que, hay que reconocer, es cada día más caótico”.
El avance de la depresión en el mundo actual tal vez no sea ninguna novedad. Pero lo que es nuevo, según la propia OMS, es que en la última década la depresión aumentó de manera llamativa en los chicos, ese segmento al que décadas atrás nadie imaginaba o quería imaginar asociado a cuadros depresivos. “El número de niños y adolescentes, de 12 a 25 años, que padecen depresión es tan alto como en los adultos -asegura Shekhar Saxena, director del departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS-. El problema es que no se detecta porque no hay conciencia de su real incidencia”.

LA ESCALADA

Lo dicho: el drama desatado esta semana en un aula del Colegio Nacional es apenas la punta de un iceberg que avanza de frente y, se lo vea o no, sigue avanzado. Ojos que no ven, problema que crece. Según uno de los últimos informes de Unicef, del año 2015, unos 3.533 niños, niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años de Argentina tuvieron muertes evitables: accidentes, suicidios o agresiones.
Para el organismo internacional, la tasa de suicidios entre los chicos argentinos de esa franja etaria -de 10 a 19 años- creció más del doble en las últimas dos décadas. Concretamente, pasó de 2,5 durante el trienio 1990-1992 a 6,9 durante el trienio 2013/2015 cada 100 mil habitantes.
“En Argentina hubo una suba importante, particularmente en el rango etario de los adolescentes: entre los 19 y los 30 años aumentó muchísimo”, apuntan desde el Capítulo de Suicidología de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).
El fenómeno se registra en casi todo el mundo y la Argentina no es excepción. Según la APSA, en nuestro país la tasa en el rango que va de los 19 a los 30 años es aproximadamente de 14 por 100 mil habitantes. De todos modos, quienes analizan el tema advierten que siempre “es difícil contar con estadísticas exactas de casos porque muchas defunciones no se registran como suicidios; se registran como muertes violentas o accidentales. Necesitamos cuanto antes generar bases de datos sobre esta problemática para poder hacerle frente”.
Entrar en el universo de las estadísticas es también entrar en un mundo de preguntas para las que no existen siempre respuestas. Quienes trabajan con la temática consideran, en líneas generales, que la explicación a por qué las muertes violentas por accidente, suicidio y homicidio son proporcionalmente altas en la adolescencia, hay que buscarla en las características particulares de esa etapa de la vida que va de los 10 a los 19 años.
“Por un lado, los adolescentes asumen constantemente conductas de riesgo como mecanismo para insertarse en la vida enfrentando adversidades como forma de probarse -dice Basile-. Por otra parte, si bien es cierto que el organismo tiene todos sus mecanismos de defensa fisiológicos en condiciones de optimización, su cerebro no ha madurado lo suficiente para manejar adecuadamente las conductas de riesgo. El sistema nervioso del adulto termina de madurar alrededor de los 20 o 22 años. Antes de eso, las reacciones son mucho más rápidas e intuitivas”.
Durante el año pasado, según el Ministerio de Salud de la Nación, 844 jóvenes de entre 15 y 24 años se suicidaron en la Argentina. La cifra, como se dijo, abre un signo de interrogación sobre cuáles son los motivos que llevan a los adolescentes a tomar semejante decisión. Y cuáles, además, las formas para prevenirlo.
“La adolescencia tiene dos significados: significa crecer pero al mismo tiempo padecer -sostiene Basile-. Los dolores del crecimiento no sólo son los físicos sino los anímicos, lo que hace que el adolescente sea más vulnerable a las crisis familiares o de pareja, al consumo de drogas, el rechazo, la violencia, el bulling…”.
Aunque la franja etaria analizada no es la misma, al analizar el informe de Unicef de 2015 se advierte la escalada del problema. Ese año, de acuerdo al informe, se registraron 438 casos de suicidios y el 75% de sus protagonistas fueron varones. Ese mismo año, como se apuntó, más de 3500 chicos de entre 10 y 19 años -diez por día- murieron por causas evitables: accidentes, suicidios o agresiones.
De acuerdo al análisis de Unicef, las expresiones más graves de violencia ocurren en privado y en los propios hogares, lo que vuelve difícil su detección y, claro, más dramático el cuadro. Sobre esto, otro dato para inquietarse: uno de cada tres adolescentes entre los 12 y 14 años y uno de cada cuatro entre los 15 y 17 años sufre castigos físicos por parte de sus padres. A esta situación se agrega que una de cada 10 víctimas de trata para explotación sexual o laboral son menores de 18 años.
Desde 2015, hay que decir, existe una ley nacional de prevención de suicidios que fue votada por unanimidad pero que, lugares comunes de nuestras miserias políticas, todavía no fue reglamentada. Dentro de lo que marca esa ley se encuentran tres puntos clave: que el suicidio sea declarado como interés nacional, que la salud pública se haga cargo de los tratamientos de personas con intentos de suicidio y que existan capacitaciones para familiares y profesionales que trabajan en el tema. Hasta ahora nada de lo que pide la ley se hizo. Y el drama sigue ahí, avanzando. Siempre creciendo.