Aldeas cristianas del sur del Líbano, atrapadas en el fuego cruzado entre Hezbolá e Israel

Remeish forma parte de una docena de aldeas cristianas, que conviven con una población mayoritaria musulmana chií en el sur del Líbano. Los cristianos no apoyan a Hezbolá ni su ofensiva contra Israel en la frontera. Sin embargo, están sufriendo las consecuencias de una guerra que ha llegado a sus puertas.

Una multitud entra en la iglesia de la transfiguración para celebrar la misa del domingo. El bullicio generado en el templo, en medio de saludos de cortesía entre vecinos y el griterío de los niños antes de tomar asiento en los bancos de madera, contrasta con el silencio sepulcral en el pueblo.

Ir a misa se ha convertido en la única actividad social de los habitantes de Remeish. Los rayos del sol penetran en las vidrieras de la iglesia, creando una atmosfera de espiritualidad, entre cánticos religiosos y rezos.

Desde que comenzaron los enfrentamientos fronterizos, el pasado 8 de octubre, la iglesia no ha dejado de oficiar misa diaria. “Como padre espiritual de cada uno de los miembros de esta comunidad, las puertas de la iglesia seguirán abiertas, mientras aquí quede un solo cristiano”, sentencia Najib Al Amil, sacerdote octogenario.

El padre Najib recuerda que, durante los 33 días de guerra del verano de 2006, su iglesia acogió a más de 21.000 desplazados de los pueblos vecinos. “Aquí no hay combatientes de Hezbolá, no van a bombardear”, insiste. El sacerdote reconoce que, “aunque la situación no es segura, por ahora está controlada”.

“Queremos vivir en paz, no nos metemos en política ni religión”
Este pueblo cristiano, a dos kilómetros de la frontera del sur del Líbano, ha quedado atrapado en medio del fuego cruzado entre Hezbolá e Israel. Cerca del 40% de un total de 12.000 residentes han huido desde que comenzaron a caer los proyectiles en las colinas cercanas.

Los que se han quedado esperan que se pueda evitar la guerra, pero se preparan para la posibilidad de que empeoren las hostilidades. “Somos cristianos y queremos vivir en paz. No nos metemos en política ni en religión. Cada uno tiene su fe y su opinión”, señala por su parte Boulos El Hajj.

Este profesor retirado tiene una pensión de 100 dólares al mes, por lo que tiene que seguir trabajando como agricultor para poder mantenerse económicamente. Por ese motivo, Boulos ha decidido quedarse en el pueblo porque aquí tiene sus tierras y sus abejas. “Los cultivos de tabaco y olivas son nuestro medio de vida. Este año hemos podido salvar la cosecha, pero si la guerra se alarga las tierras de cultivo se secarán y no habrá cosechas el próximo año”, advierte.

Sus hijos y sus nietos están en Beirut y espera pasar las navidades junto a su familia en Remeish. “Las Navidades siempre las hemos pasado aquí. La costumbre es celebrar la misa del Gallo en la iglesia de la Transfiguración. Lo llevo haciendo toda la vida y espero hacerlo este año también”, puntualiza.

Los residentes que se han quedado en Remeish esperan que se pueda evitar la guerra, pero se preparan para la posibilidad de que empeoren las hostilidades.

El instituto público de Remeish, ahora cerrado por las tensiones fronterizas, se ha convertido en un hospital de campaña improvisado, gracias a la municipalidad y a organizaciones benéficas que han ayudado a instalar una docena de camas y material médico para poder atender a los heridos. El doctor George Madi se encarga de supervisar el equipo sanitario, formado por médicos y enfermeras locales, que incluye también a un grupo de voluntarios de la Defensa Civil.

El doctor George explica que el hospital de campaña se creó para “anticiparnos a los cortes de carretera, como ocurrió durante la guerra de 2006. Remeish está en el corazón de la región de Ben Jbeil, una de las zonas más atacadas por la artillería y los aviones de guerra israelíes, por lo que si las hostilidades empeoran los residentes de esta localidad cristiana fronteriza quedarían aislados. “Aquí solo podemos ofrecer tratamientos rápidos y de primera urgencia como es frenar hemorragias, no tenemos material quirúrgico para operaciones, pero podremos salvar vidas”, insiste el doctor.

Alma El Shaab, un pueblo fantasma en medio de los bombardeos
El paisaje que nos acompaña a la localidad de Alma El Shaab, otra aldea cristiana al este de la frontera, son laderas de bosques arrasados como consecuencia de los bombardeos y fuego de artillería. Este pueblo cristiano a pocos kilómetros de la línea azul en la región de Naqoura, donde se encuentra el cuartel general de las Fuerzas de paz de la ONU, en sus siglas en español FINUL, solía tener medio millar de habitantes en invierno, pero ahora solo quedan 80 vecinos.

Al llegar a Alma Al Shaab da la sensación de estar en un pueblo fantasma. En la entrada del pueblo hay un cartel de bienvenida al hotel “Alma Verdi”.

Allí encontramos a Milad Aid y su perro, los únicos en el hotel. La mujer y los hijos de Milad se han marchado a Beirut, pero él ha decido quedarse para coordinar la entrega de alimentos a las personas mayores que no han abandonado la aldea, las labores de extinción de incendios, y contar y reportar diariamente el número de ataques aéreos y de artillería sobre Alma Al Shaab.

Desde que comenzaron los ataques fronterizos, hace dos meses, “no hemos recibido ninguna ayuda, ni se han puesto en contacto con nosotros para preguntar sobre el estado del pueblo y sus habitantes”, sentencia Milad, en referencia a la falta de actuación del Gobierno y las fuerzas del Ejército libanés.

Milad se ha quedado en el pueblo por militancia, porque si no “lo protegemos nosotros, nadie lo hará”. Aquí, en Alma al Shaab no se ha permitido que “ninguna facción política o milicia se establezca. No queremos que nuestro pueblo sea rehén de ningún grupo”, puntualiza.

Aun así, aunque los milicianos de Hezbolá no hayan usado Alma el Shaab como zona militar para lanzar sus ataques con cohetes contra Israel, una decena de viviendas y el depósito de agua del pueblo han sido dañados por morteros de tanque israelíes.

Jamil al Haddad, cristiano libanés octogenario, reconoce que ya está mayor para ir y venir. “He vivido ya muchas guerras y sigo aquí. No voy a irme ahora”, sentencia, sentado en el porche de su casa, que construyó cuando se casó con su esposa hace más de medio siglo.