La inmensa mayoría de los imanes se han formado más allá de sus fronteras y muchos ni siquiera predican en alemán. Y el gobierno quiere acabar con ello formándolos en el país germano.
Casi todos de los imanes en Alemania son extranjeros. La inmensa mayoría se han formado más allá de sus fronteras y muchos ni siquiera predican en alemán. Berlín quiere acabar con eso para tratar de evitar que el islamismo aproveche ningún hueco para colarse. Y porque en muchas mezquitas, en demasiadas para gusto del Gobierno alemán, se intuye la larga mano de la Turquía del presidente Recep Tayyip Erdogan y su capacidad de influir políticamente en la principal minoría del país.
Se estima que en Alemania -con más de 82 millones de habitantes- viven unos cinco millones de musulmanes. Además, el país más poblado de la UE acoge a más de tres millones de personas de origen turco (entre los nacidos allí y sus descendientes) y decenas de miles de sirios, muchos de ellos refugiados llegados a partir de 2015. En todo el territorio nacional se calcula que hay unas 2.750 mezquitas y varios miles de imanes que cada viernes dirigen la oración en sus comunidades. Pero sólo unos 120 de ellos se han formado en Alemania.
La inmensa mayoría de los imanes que ejercen en Alemania proceden de otros países. Según un estudio de la fundación conservadora Konrad Adenauer, casi el 90%. La mayor parte proceden de Turquía, pero también hay un número importante del norte de África, de Albania, de la antigua Yugoslavia, Egipto e Irán. E incluso algunos de los nacidos en Alemania, como es el caso de los de ascendencia turca, viajan a Ankara y Estambul a formarse.
El Gobierno alemán percibe esta situación como problemática. La propia canciller Angela Merkel lo reconoció en una interpelación parlamentaria en el Bundestag, en la que abogó por aumentar los centros de estudios del islam en Alemania para poder satisfacer la demanda local de imanes con profesionales formados en el propio país, un modo también de controlar el tipo de islam que impartirían luego después esos imanes. “Necesitamos desde mi punto de vista también más formación para imanes en Alemania. Eso nos va a hacer más independientes y es necesario para el futuro”, aseguró. En este asunto le apoyan la mayoría de partidos en el arco parlamentario, de Los Verdes a los liberales, pasando por los socialdemócratas y sus propios conservadores (pero no la ultraderechista Alternativa para Alemania, AfD, que entiende la iniciativa como un paso más en la “islamización” del país).
Contra la radicalización
El Ejecutivo alemán trata así de atajar dos cuestiones bien distintas. La primera es la lucha contra la radicalización y la difusión del islamismo. Esto puede producirse porque los descendientes de turcos, que se manejan mejor en alemán que en la lengua de sus padres, no encuentran mezquitas en un idioma en el que se sientan cómodos y recurren a internet, donde proliferan los mensajes que promueven la radicalización. Pero también quiere evitar el gobierno los grupos cerrados que favorecen el integrismo. Un ejemplo a este respecto es Anis Amri, el terrorista que irrumpió con un camión en un mercadillo navideño en Berlín en 2016 y mató a 12 personas. Este joven tunecino acudía habitualmente a una conocida mezquita del barrio de Moabit frecuentada por salafistas.
El número de radicales detectados por los servicios secretos alemanes no para de crecer. Según las estimaciones de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV), la inteligencia interior, en 2018 en Alemania había unas 26.560 personas con potencial islamista, casi mil más que en el año anterior. La mayoría pertenecen a movimientos salafistas, aunque también hay miembros de los Hermanos Musulmanes e incluso de distintas células de Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS).
Frenar la influencia extranjera
El segundo problema es cualitativamente distinto. Es la creciente influencia de Erdogan en la sociedad alemana a través de la minoría turca que lleva décadas asentada en el país. El Ejecutivo en Berlín lleva años preocupado por los intentos de Ankara de utilizarlos en su beneficio político, tanto para cuestiones internas -como la activación de potenciales votantes conservadores en las elecciones- como en sus rifirrafes diplomáticos con Alemania.
Estos recelos se centran en la Unión Turco-Islámica de Asuntos Religiosos (Ditib), la mayor asociación de mezquitas e imanes turcos de Alemania, con unas 960 comunidades (un tercio del total). Este colectivo mantiene estrechos lazos con el Gobierno turco. De hecho, el Directorio de Asuntos Religiosos (Diyanet), un ente que depende directamente de Erdogan, paga los salarios de los imanes turcos enviados al extranjero. La cosa no queda ahí. La Ditib ha sido investigada por la Fiscalía Federal alemana por un presunto delito de espionaje contra supuestos opositores de Erdogan. Las pesquisas, que finalmente fueron archivadas, apuntaban a que la información recopilada se enviaba a Ankara a través del consulado turco en Colonia.
No obstante, la influencia extranjera no se limita a Turquía. El Gobierno alemán es consciente de que en los últimos años han aumentado de forma considerable las donaciones a comunidades musulmanas desde Arabia Saudí y Catar, dos países con un extenso historial de financiación del extremismo en terceros países. El dinero no proviene directamente de los estados, sino de fundaciones religiosas generosamente regadas con petrodólares.
Según una estimación del Land de Renania del Norte-Westfalia, sólo Arabia Saudí habría donado varios millones de euros a comunidades islámicas en Alemania. Pero no hay ningún registro fiable de estas transacciones. Los bancos no tienen obligación de comunicarlas a las autoridades -a menos de que haya indicios de fraude o financiación del terrorismo- y un porcentaje no desdeñable de ellas emplea circuitos tradicionales no oficiales que escapan a cualquier tipo de fiscalización gubernamental.
El ministro de Exteriores, Heiko Maas, ha pedido Arabia Saudí y Catar que voluntariamente declaren estos movimientos de dinero. Parece ser que Alemania ya ha llegado a un acuerdo sobre este asunto con Kuwait, aunque los detalles no han trascendido. En el otro extremo, el ministro del Interior, Horst Seehofer, ha pedido a las comunidades musulmanas en Alemania que persigan la autonomía financiera, para acabar con “la influencia extranjera”. En el Berlín político se discute ahora la conveniencia de ampliar la tasa religiosa que pagan católicos y protestantes para financiar su culto también a los musulmanes.
“En Alemania y en alemán”
Alemania instauró en 2010 los estudios islámicos en sus universidades. Y poco a poco, con apoyo financiero público, logró que empezasen a extenderse los cursos de formación para imanes en alemán. Como el de la Universidad de Osnabrück, que comenzará este verano y cuenta con una dirección independiente del centro de estudios formada por académicos y organizaciones islámicas alemanas.
La Ditib se sumó también a la iniciativa y este mes arrancó el segundo año de su ciclo de formación de personal religioso. “Hoy es un día importante”, señaló Marcus Kerber, del Ministerio de Interior, en la apertura del curso. “La mayor comunidad islámica en Alemania comienza la formación práctica de personal religioso, de imanes, predicadores y pedagogos. En Alemania y en alemán”, subrayó en un acto en Colonia. No obstante, otras grandes organizaciones musulmanas, como el IGMG, no se han sumado. Alegan querer evitar cualquier “interferencia estatal” alemana en sus cursos de formación.
Berlín sigue atacando este asunto desde distintos ángulos. El Ministerio del Interior presentó el pasado noviembre un plan con siete millones de euros para favorecer la integración social de las mezquitas en sus comunidades. La iniciativa pretende contribuir a la organización de actividades y proyectos sociales, y lograr así disipar recelos entre vecinos. Aunque de fondo está su afán por limitar la influencia extranjera. Además, el pasado octubre el Ejecutivo anunció un plan para exigir como requisito al personal religioso de origen extranjero un cierto nivel de alemán.