El investigador indio Sajoy K. Guha lleva cuatro décadas luchando para que su anticonceptivo masculino sea comercializado.Su patente es barata y reversible. Sin embargo su gran efectividad provoca recelos en la industria farmacéutica. ¿Puede ser ésta la gran revolución sexual del siglo XXI?
El currículum de Sajoy K. Guha no cabe en estas líneas, pero diremos a modo de presentación que nació en la India hace 76 años, es bioingeniero médico y ejerce de profesor emérito en el Instituto de Tecnología de Kharagpur. Guha lleva cuatro décadas intentando sacar adelante el proyecto de su vida, conocido como RISUG (acrónimo de Inhibición Reversible de Esperma Bajo Guía). El marketing no es lo suyo, eso está claro. Lo suyo es la Ciencia, con mayúsculas. El invento, que ya se encuentra en fase 3 de análisis clínico (el último antes de su comercialización), es un anticonceptivo masculino no hormonal, reversible, efectivo, duradero y barato. El primero en llegar hasta aquí desde la vasectomía, que empezó a aplicarse hace más de un siglo.
Pero hay un problema. Como siempre cuando se trata de buenas noticias. El suyo ha resultado ser un método demasiado efectivo, duradero y barato como para abrir el apetito de la industria farmacéutica, que además vería peligrar los 10.000 millones de dólares al año que supone el mercado de los anticonceptivos femeninos. Los fabricantes de preservativos tampoco estarían contentos: la patente de Guha se llevaría un buen pellizco de los 3.200 millones de euros que mueven anualmente.
La innovadora técnica, esa por la que ha luchado con escasos recursos y una convicción a prueba de la más kafkiana de las burocracias, consiste en inyectar una pequeña cantidad de gel en el conducto deferente, el canal por el que pasa el esperma en el escroto. El gel está compuesto por un polímero con carga eléctrica positiva, que daña las cabezas y las colas de los espermatozoides, de carga eléctrica negativa, provocando así su infertilidad. Si se desea volver al estado inicial, otra inyección disuelve la sustancia y los pequeños muchachos pueden volver a hacer su trabajo, siempre que no sirvan como ofrenda a Onán, autor de la primera marcha atrás que se recuerda.
El método se aplica en 15 minutos con anestesia local, no tiene efectos secundarios conocidos, logra una efectividad del 98%, similar a la del preservativo en condiciones ideales (en la práctica existe un 16% de riesgo de embarazo) y dura más de 10 años con una única dosis. Y, conviene no olvidarlo, estamos hablando de la India, un país en el que el uso del condón está mal visto y el acceso a otros métodos no es ni barato ni sencillo. Un país en el que el 40% de las mujeres casadas o con pareja no usa ningún anticonceptivo y otro 40% recurre a la ligadura de trompas definitiva.
¿Por qué no ha conseguido salir adelante en todos estos años un proyecto tan revolucionario? Según Modesto Rey Novoa, ginecólogo y portavoz de la Sociedad Española de Contracepción (SEC), «no es un problema tecnológico, ni científico, sino fundamentalmente relacionado con algo tan injusto como que la anticoncepción se ha entendido social e históricamente como un problema de la mujer, porque quienes sufren las consecuencias más inmediatas de un embarazo no deseado son ellas».
Por eso espera que las reticencias iniciales de la industria tengan los días contados. «Es un momento en el que culturalmente es más probable que los hombres puedan asumir esa corresponsabilidad. Hay quien dice que la mezcla entre agujas y genitales produce en los hombres un rechazo inmediato. Y hay parte de verdad en eso. Pero los hombres llevan décadas haciéndose vasectomías y el paso definitivo puede estar más cerca. Ahí es la industria la que tiene que aprovechar este momento y lanzarse a desarrollar anticonceptivos masculinos».
De momento, la única salida de Guha para que su técnica saliera adelante ante la escasez de fondos ha sido colaborar con la Parsemus Foundation, una organización sin ánimo de lucro establecida en Berkeley, California. Sus investigadores llevan varios años trabajando en su propia versión del anticonceptivo, llamado Vasalgel, que en los países pobres se podría comercializar entre los 9 y los 18 euros (370-570 euros en los países ricos) y que el pasado abril presentó los resultados positivos de su investigación con primates. Parsemus está actualmente buscando financiación y voluntarios para lanzar el ensayo clínico en humanos, con el año 2020 para su comercialización como horizonte más optimista.
El trabajo de Guha también ha contribuido a inspirar a algunos de sus colegas, que proponen otras prometedoras alternativas, todas en fase de desarrollo: la conocida como pastilla de las sábanas limpias (porque no afecta al orgasmo pero impide la eyaculación); las aplicaciones médicas de la Gendarussa, una planta originaria de Indonesia con propiedades esterilizadoras en los hombres; y, por último, una enzima capaz de modificar la proteína Eppin, que recubre los espermatozoides, para que no puedan fecundar el óvulo.
Modesto Rey destaca la reversibilidad en todos estos métodos, algo «más necesario hoy que nunca. Debido a los cambios sociales, la tasa de divorcios, el encuentro con otras parejas en la madurez, la paternidad y maternidad tardías… se generan otro tipo de necesidades que hace 30 años no eran tan manifiestas».
Sin embargo, nadie más que Guha ha desarrollado en paralelo otras investigaciones tan fascinantes como de campos médicos tan amplios. Desde un corazón artificial basado en la estructura cardiaca de las cucarachas hasta el uso de la nanotecnología para acabar con el cáncer de próstata. Cualquier otro se habría rendido antes en una carrera tan larga, plagada de obstáculos, dificultades y algún que otro fracaso. Pero Sujoy Guha no es cualquiera. Sujoy Guha es un verdadero héroe.