Antón Pirulero

El el Día del Abogado, algunas consideraciones sobre la ley y el amparo que debería proveernos y, visto y considerando las circunstancias, no provee.

Estoy escuchando por millonésima vez cierta sentencia jurídica que, entiendo, en su origen pretendió lo que luego, con el correr de la vida y sus particularidades, se disvirtuó hasta acabar en un cliché. Que se repite y se repite sin siquiera reflexionar un segundo al respecto.
En principio, la ley establece que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Lo que parece en sí un argumento de determinación, en realidad, no es más que una presunción. Y sobre esa presunción se ha erigido una catedral de derechos y responsabilidades de unos y otros. Sin embargo, no es lo mismo la presunción de inocencia, que la inocencia hasta que se pruebe lo contrario. Para ponerlo en paisano: Mangeri no es inocente hasta que se pruebe si es el asesino de Ángeles Rawson. Mangeri YA ES inocente o culpable, sólo que el corpus social, incluida la justicia, todavía no lo sabe. La justicia estará haciendo, creo, espero, supongo, quiero pensar, lo posible por saberlo. Allí radica el principio de inocencia, en esa presunción que no es determinativa sino, aunque parezca y sea redundante, puramente presuntiva, especulativa en el mejor sentido posible de la protección de la inocencia si la hubiere. Tampoco se confirma lo contrario, es decir, que si Mangeri es efectivamente culpable, y la justicia no encuentra la forma de probarlo indubitablemente, se convierta en inocente. Será otro culpable más impune, pero jamás inocente. Y si es inocente de lo que judicialmente se le achaca, espero, deseo, pretendo, quiero que tanto su defensa legal como todo el sistema de administración de justicia lo deje perfectamente establecido, a derecho, con base en pruebas irrefutables, científicas, no argumentales, y mucho menos las que suelen producirse para consuelo y satisfacción mediáticas.
Y aquí voy a un aspecto secundario del tema, aunque no menos impactante. Estoy, en este preciso momento, escuchando a conductores televisivos decir que no están ni a favor ni en contra del acusado por la muerte de Ángeles Rawson, que están “defendiendo la integridad de una chica que ya no está”. ¿Cómo? No sabía que era tarea periodística defender la integridad de nadie, víctima o victimario. Aquí no está en juego la integridad de Ángeles Rawson, sino las circunstancias violentas de su muerte. Muchachos, qué confusión, por favor. El trabajo del periodista es informar cómo marcha la causa penal, tratar de ofrecer un detalle al que jamás accedería el ciudadano de a pie de no ser por la intermediación periodística. Pero editorializar constantemente, asignándole con las palabras y los tonos, a asuntos de una delicadeza sustancial, de procesos que tienen que ver con la vida y la muerte, la libertad o la falta de ella, una subjetividad que sólo le es propia a uno de los poderes de la República en esta instancia, es alta traición a la opinión pública en este tránsito hacia la condena o la absolución de un sujeto.
Dejemos que cada uno atienda su juego, como en el Antón Pirulero. Que para eso lo aprendimos de niños.