La pequeña ciudad de Roseburg busca respuestas al asesinato de 10 personas a tiros en un campus universitario.
Cientos de vecinos de Roseburg, un pequeño pueblo de Oregón, se juntaron en señal de duelo en un parque municipal al caer la noche de uno de los días que van a marcar a esta comunidad. Por la mañana del jueves, un hombre identificado como Chris Harper, de 26 años, abrió fuego contra las aulas del Umpqua Community College, un campus de formación profesional. Murieron 10 personas entre escenas de horror. En medio de un mar de velas encendidas, un hombre llamado John Blackwood tomó el micrófono y dijo: “Soy profesor de UCC. Esto no nos va a marcar. No nos va a intimidar esta gente. Nosotros nos plantamos ante este tipo de gente. El lunes volveremos a clase, dispuestos a aprender”.
Pasaban pocos minutos de las 10.30 de la mañana cuando en el ordenador del profesor Blackwell apareció un aviso de correo electrónico. Decía: Tiroteo en el campus, bloqueo de seguridad, esto no es un simulacro. A continuación, cerró las puertas del aula en el que hablaba de informática esa mañana para unos 50 estudiantes y bajó las persianas. Así estuvieron tres horas, relataba Blackwell a EL PAÍS durante la vigila de la noche. Su propia hija es estudiante en el campus. Los móviles de los estudiantes empezaron a sonar. Todo el mundo llamaba a todo el mundo y enviaba textos. Un estudiante relató que era difícil encontrar conexión a ratos.
Finalmente, oyeron a la policía en el pasillo. Hacía solo una semana que habían repasado lo que había que hacer en una situación así, “aunque nunca piensas que vaya a ocurrir en un sitio como este”, por lo que se sabían el procedimiento. Se pusieron todos en el centro del aula con las manos en alto. La policía tiró la puerta abajo y los cacheó uno por uno. “Les dimos las gracias varas veces por su buen trabajo”, decía Blackwell. En los centros educativos de EE UU tener memorizado un protocolo de tiroteo es tan normal como saber la ruta de evacuación de incendios.
En un corro de chicas con velas en la mano, Kristen Sterner lloraba sobre el hombro de su amiga Clarissa Welding. Estaban en el campus en la mañana del tiroteo y no saben nada de una amiga suya, cuyo nombre ya está en las redes sociales. Tienen 18 años y crecieron en Roseburg. Aseguran que “esta es una comunidad donde la gente tiene las casas abiertas, los coches abiertos y la gente entra en tu casa, ese tipo de comunidad”. Están horrorizadas con las informaciones que aseguran que el supuesto asesino avisó de sus planes en un foro de Internet y hubo gente que le animó. No se imaginaban que algo así podría suceder en sus vidas. “Una vez hubo un tiroteo en el instituto”, dice una. “Sí, es verdad, pero ese se suicidó”, contesta otra.
Mientras hablan, desde el escenario improvisado en el parque Stewart de Rosenburg se lee una plegaria y luego todos rezan un Padre Nuestro. Esta es una comunidad mayoritariamente republicana, blanca y cristiana, explican los vecinos. Roseburg es uno de esos pueblos americanos donde se sorprenden de que a alguien le sorprenda la facilidad con la que se puede adquirir un arma. “Esta comunidad es muy pro armas. Aquí puedes entrar en un supermercado Wal-Mart a comprar un arma sin problemas”, explicaba el estudiante de UCC Ryan Gomez. Él mismo, con 18 años, tiene “varias armas”. “Es algo normal. Es la forma en la que te educas. Creces con ello. Aquí te enseñan de pequeño a disparar a cosas como te enseñan a montar en bici”. Su familia es de Oxnard, California, pero sus padres se mudaron a Roseburg “porque era un sitio más seguro”. Piensa, como muchos, que no hace falta control sobre las armas, sino centros de enfermos mentales, que no hay “porque no hay presupuesto”.
Este pueblo de 21.000 habitantes, el 90% blancos, se levanta este jueves con preguntas como el móvil del asesino y las identidades de las víctimas, aún sin confirmar y que en la noche del jueves eran el centro de los rumores entre los vecinos. Pero nadie parece preguntarse nada sobre las armas en sí. Jodie Jodyitckowitc nació en Roseburg y ha vivido aquí casi toda su vida. El jueves por la noche acudió a la vigilia con sus tres hijos. “Les digo que vivan cada día de su vida como si fuera el último. Nunca se sabe”.