Investigaron 5 años y hallaron un método menos tóxico y más barato para tratarlo.
A tres décadas de su aparición, el Sida se convirtió en una enfermedad crónica. En los 80, recibir el diagnóstico del VIH significaba una condena a muerte. Hoy, los pacientes viven décadas. Y la epidemia plantea nuevos desafíos: por ejemplo, cómo hacer para que esos pacientes que ahora viven más, vivan también mejor.
Esa pregunta fue la que quisieron responder un equipo de investigadores argentinos liderados por Pedro Cahn, Presidente de la Fundación Huésped. Después de cinco años de trabajo, presentaron ayer en el 14° Congreso Europeo de Sida en Bélgica una nueva alternativa de tratamiento que es menos tóxico y más barato que el actual, e igual de efectivo.
La presentación de Cahn fue una de las más destacadas de la sección más importante –la dedicada a las novedades en terapia antirretroviral– del encuentro médico que termina hoy en Bruselas. En conversación telefónica con Clarín, el experto aseguró que la recepción fue excelente: “Nos han dicho que marca un hito en la historia del tratamiento antiviral. Estamos con la panza llena”, graficó el investigador.
Cahn remarca que su felicidad no sólo tiene que ver también con que éste fue el primer estudio internacional sobre Sida delineado y desarrollado por argentinos. El nombre que le pusieron es emblemático: GARDEL.
¿Qué propone esta nueva alternativa terapéutica? Actualmente, la mayoría de los pacientes con VIH utiliza una combinación de tres drogas. En este estudio, una de las utilizadas es la Lamivudina, que inhibe un mecanismo que se llama transcripción del virus: que se convierta de ARN a ADN y dé el primer paso para replicarse dentro de las células. La otra es el Lopinavir/Ritonavir (aunque son dos se consideran una), que evita que el virus se “corte” en pedacitos, salga de la célula y repita el proceso. Hasta ahora se recomendaba que se sume una tercera droga de una familia de fármacos llamada “inhibidores nucleósidos”, a la que pertenece también la Lamivudina y tiene su misma acción. La más conocida de este grupo es el AZT, primer antirretroviral aprobado en la década del 80.
Las drogas de este tercer grupo son las que Cahn y su equipo retiraron del cóctel, porque habitualmente se asocian a mayores efectos adversos, que pueden ser anemia, lipodistrofia (el “adelgazamiento” que se nota en algunos pacientes), daños renales, osteoporosis y alergia. Así, evitaron estas consecuencias, pero no perdieron efectividad: el 88,3% de los tratados logró llevar su carga viral a niveles indetectables. Del estudio –que demandó varios millones de dólares– participaron 535 pacientes de 27 centros de Argentina, España, EE.UU., Chile, Perú y México. Sus buenos resultados abrieron la posibilidad de investigar nuevas combinaciones de fármacos.
“Antes, había que evitar que los pacientes se murieran. Hoy ya se puede pensar en una expectativa de vida casi similar a la del resto de la población. Por eso tenemos que apuntar a bajar fuerte la carga viral, pero pensando en el futuro, es decir, evitando la toxicidad”, afirmó Omar Sued, director de Investigaciones Clínicas de la Fundación Huésped y uno de los responsables de la investigación. Otra ventaja colateral de retirar una droga es económica, ya que puede implicar una baja en el costo de la medicación por paciente de unos $ 400 mensuales.
En la Argentina, 40.000 personas están en tratamiento: el 70% están cubiertas por la Nación y el resto por las obras sociales, según datos de Fundación Huésped.
“De ninguna manera esto significa tirar por la ventana lo que se hizo hasta ahora, sino que se agrega una nueva estrategia de tratamiento. No estamos curando el Sida y los tratamientos son de por vida. Por eso, cuanto más amigables sean, mucho mejor”, concluyó Pedro Cahn.