Científicos platenses intentan aprender de los insectos funciones que ayudarían a hacer más efectivos los fármacos actuales.
Se la conoce popularmente como “mosca de la fruta” y aunque sus diferencias morfológicas con los seres humanos resultan notables, ambas especies presentan características genéticas en común. De ahí que un grupo de científicos del Centro de Investigaciones Cardiovasculares de La Plata la ha escogido para estudiar enfermedades cardiovasculares humanas y tratar de mejorar las terapias disponibles en la actualidad.
Si bien el uso de la Drosophila melanogaster como modelo para el estudio de enfermedades humanas no es nuevo (se la utiliza desde principios del siglo pasado para mejorar el entendimiento de la diabetes, el Parkinson, el Alzheimer y otros trastornos neuronales), solo dos equipos de investigación en Estados Unidos venían experimentando con ella para enfermedades cardiovasculares hasta que en 2012 se abrió esta linea de investigación también en nuestra ciudad.
“Estas moscas miden unos 4 milímetros, pero pese a las diferencias, su corazón y los genes que lo hacen funcionar trabajan de la misma manera en ellas que en nosotros”, explica Paola Ferrero, investigadora asistente del CONICET y responsable del proyecto en el Centro de Investigaciones Cardiovasculares.
“Nosotros estudiamos el efecto del envejecimiento en la mosca y después lo extrapolamos para ver cómo repercute en el corazón del humano. Podemos observar si un gen está aumentado o disminuido y qué impacto tiene sobre una enfermedad cardiovascular de origen genético. Esto no existía en el país como línea de investigación”, afirma la experta, quien trabaja en colaboración con colegas de la Universidad Autónoma de Chiapas y constituye un equipo de referencia en la temática a nivel regional.
Con este enfoque, los investigadores platenses se concentraron en ciertos genes que no se sabía que tuvieran implicancia sobre el funcionamiento del corazón y descubrieron que sí lo tienen al menos en las moscas, por lo que podrían tenerlo en el hombre también. Su hallazgo fue publicado recientemente en la revista científica PLOS One.
“Vimos que hay ciertas proteínas que además de cumplir su función tradicional regulan el manejo del calcio y la fisiología cardiovascular. Esta nueva función, desconocida hasta el momento, nos permite inferir que si modificamos sus niveles de expresión el corazón se maneja distinto, cambia la frecuencia cardíaca o la fuerza con la que se contrae. Y eso puede ser un punto importante de regulación farmacológica”, agrega Ferrero.
Entre las ventajas de trabajar con este tipo de moscas, los investigadores cuentan con el hecho de que se conozca el mapa completo de su genoma y que su corto ciclo de vida permita acelerar los procesos de estudio: “Si uno quiere hacer un experimento crónico en un ratón, las tareas pueden extenderse por dos años. En una mosca la expectativa de vida es de 80 días como mucho, así que en aproximadamente dos meses podemos ver qué le pasa a una generación entera”, explica la investigadora.
Sin embargo, dado que el corazón de las moscas mide alrededor de un milímetro, “para poder realizar los estudios bioquímicos tenemos que reunir cerca de cien y tener además gran habilidad y destreza manual”, comenta Manuela Santalla, licenciada en Genética y becaria doctoral de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires en el CIC.
Junto a Ferrero y Santalla también trabajan en el proyecto Carlos Valverde, investigador asistente del Conicet en el CIC; Alicia Mattiazzi, investigadora superior, y Ezequiel Lacunza, investigador asistente del Conicet en la facultad de Ciencias Médicas de la UNLP.