Después de muchos años de lucha en el sentido contrario, los franceses comenzaron a “acostumbrarse” a las hamburguesas y hoy han cambiado sus hábitos alimenticios.
Los franceses están viviendo una nueva historia de amor “gourmande” con “le burguer”, como llaman a las hamburguesas. Después de décadas de considerarla comida basura, y con el líder contestatario José Bove convertido en leyenda por desarmar tornillo a tornillo un local de McDonald’s como protesta, “le burguer” está desplazando al sándwich en Francia. Una hamburguesa cada dos sándwiches es el nuevo promedio de ventas en un país, donde se vendieron 970 millones de “burguers” en 2013.
La moda comenzó con una neoyorkina y su original idea. Una caravana bautizada “El camión que echa humo”, que cada día se instala en un barrio diferente de París para vender hamburguesas pero al estilo “hechas en casa”. Un éxito y la ruptura de una histórico estereotipo. Las colas pueden tener una cuadra a la hora del almuerzo frente a la caravana. En el año 2000 solo se vendía una hamburguesa cada nueve sándwiches y una cada siete en 2007, según la empresa de marketing Gira Conseil. Bernard Boutboul, su director, explicó que el 75% de los restaurantes tradicionales franceses tiene una hamburguesa en su menú y en un tercio de los casos opaca las ventas de bifes o pescados.
En esa clase de restaurantes, las hamburguesas crecieron en las ventas un 40%. Dejaron de ser sinónimo de una mala comida y se sirve como un plato de alta gama gracias a su diversificación y al uso de productos de buena calidad. El emblema culinario “yankee” fue aceptado en Francia ante un cambio de actitud frente a la comida norteamericana gracias a la globalización y los viajes al extranjero de los estudiantes, que los reclamaban al regresar.
“Le burguer” está ocupando el lugar del tradicional sándwich de jamón y manteca o el muy francés “croque monsieur” de jamón y queso, la vieja comida rápida del país. El boom de “le burguer” también está relacionado con el lento cambio de estilo de vida de los franceses frente a la crisis y las demandas de las empresas, que quieren cortar el sacrosanto intermedio de una hora y media para almorzar y reducirlo a 30 minutos.