Casi imposible evitar referirse a lo que va camino de convertirse en un clásico de todos los tiempos, que no respeta estacionalidad, geografía u otras prioridades nacionales: el tema Maradona.
Alguna vez señalé, en una de mis columnas en este medio, que la cuestión de cómo Maradona vive su vida me tiene sin cuidado. Me rectifico. Me tiene con cuidado: me cuido de llevarlo a mi mesa, a mi cama, a mi cabeza no periodística, a mis mesas de café, a mis tertulias familiares o de amigos. Pero es inevitable abordarlo, porque corporativamente, la prensa es absolutamente coautora de los disparates de este señor.
Mire, es simple de toda simpleza. El señor fue enorme dentro de una cancha de fútbol. Un dotado, un habilidoso como no hubo dos en los tiempos en que seguirlo y dobleglarlo era tarea de otro mundo. En éste, él mandaba con la número cinco bajo el pie. Pero ese tiempo fue. Dejó recuerdos y nostalgia. Los recuerdos alimentan nuestra sensiblería futbolística y patriotera, pero la nostalgia nos lleva a hacer presente un crédito que como ser humano no tiene. Diego Armando Maradona, como persona, es un ser bajo, desagradable, maleducado, grosero, irrespetuoso, mentiroso, embaucador, prepotente, atropellador, que no duda en contradecir cada palabra que pronuncia con una acción que lo desdice al minuto siguiente. Y los periodistas, como corpus, alentamos a este individuo casi privado de actividad neuronal a alimentar su propia desgracia y la de muchas personas que lo rodean. Y otras que lo admiran y lo copian. Esa es la parte auténticamente preocupante.
Lo lamento por las personas que voluntariamente lo involucran en sus vidas. Y también por las que no lo eligieron y de todas maneras lo tienen. Pero más que nada lo lamento por los que de algún modo son las auténticas víctimas, que son aquellas que construyen, a partir de la naturalización de los movimientos nada naturales, nada elogiables, de la vida privada que no es nada privada por obra y gracia de él, del señor Maradona, la idea de que es una vida que vale la pena aplaudir, justificar y hasta emular. Y no sólo el periodismo amarillista y carroñero es coautor de tal despropósito: desde hace tiempo que asistimos en platea preferencial a las idas y venidas de sus truculentas historias en el prime time de todos los noticieros. Como si algo de lo que hiciera fuera noticia, en el más estricto sentido de la novedad…
Es cierto que el trapecista lo es antes de exhibir sus dotes en el show del circo. Pero sin un circo, ¿qué es un trapecista? Apenas un tipo que vuela solo, sin la compañía que compone la sorpresa ante ese gesto artístico de vulnerar la ley de gravedad. Si le cerramos el circo por ausencia de público, este trapecista torpe y desprolijo de la vida llamado Diego Armando Maradona se queda sin pan. Pan y circo, su oxígeno.