Los niños recolectores de hortalizas en la selva amazónica no gastan más calorías en su vida cotidiana que los niños en los Estados Unidos, pero sí gastan las calorías de manera diferente.
Ese hallazgo proporciona pistas para comprender y revertir las tendencias mundiales en obesidad y la mala salud metabólica, según un investigador de la Universidad de Baylor, de Estados Unidos, en un estudio publicado en ‘Science Advances’, la revista de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia.
“La sabiduría convencional sugiere que un estilo de vida cada vez más sedentario y libre de gérmenes, lo que se traduce en un bajo gasto de energía diario, es un factor principal que subyace en las crecientes tasas de obesidad infantil en muchos países”, señala Samuel Urlacher, profesor asistente de Antropología en la Universidad de Baylor.
“Los hallazgos de nuestro estudio desafían esa noción –asegura–. Demostramos que los niños amazónicos con estilos de vida físicamente activos y retos inmunológicos crónicos en realidad no queman más calorías que muchos más niños sedentarios que viven en los Estados Unidos”.
“Esta similitud en el gasto de energía sugiere que el cuerpo humano puede equilibrar de manera flexible los presupuestos de energía en diferentes contextos –añade–. En última instancia, comer demasiado,y no es sedentarismo, puede ser el núcleo del aumento de peso a largo plazo y la transición nutricional global que a menudo comienza durante la infancia”.
Los modelos estándar en nutrición humana suponen que el uso habitual de energía es “aditivo”, de modo que el ejercicio y otras tareas metabólicas aumentan el gasto energético diario total, que es la cantidad total de calorías que los humanos queman cada día. Cuanto más ejercicio se haga más calorías totales se gastan.
Sin embargo, ese modelo ha sido cuestionado cada vez más por estudios que sugieren que el gasto energético diario total está “restringido” dentro de un rango humano relativamente estrecho. Es decir, hacer más ejercicio y gastar menos calorías en otras tareas metabólicas para no acumular calorías adicionales en general.
Hasta ahora, ninguna investigación había probado directamente estos dos modelos opuestos de uso de energía entre los niños que viven en entornos complicados.
Para investigar cómo los niños gastan calorías, Urlacher y sus colegas recogieron datos energéticos de 44 niños Shuar recolectores y horticultores (de 5 a 12 años) y los compararon con los de niños industrializados de Estados Unidos y el Reino Unido.
Los shuar son una población de alrededor de 50.000 personas que viven en la aislada región amazónica de Ecuador. Sin un fácil acceso a las tiendas y la tecnología que ahorra trabajo, continúan confiando principalmente en un estilo de vida basado en la subsistencia de la caza, la pesca, la alimentación y la horticultura a pequeña escala.
Para medir el gasto energético, los investigadores utilizaron métodos de seguimiento de isótopos y respirometría tradicionales, la primera vez que se utilizó un enfoque de última generación entre los niños de una población basada en la subsistencia.
Esta nueva información se combinó con datos que reflejan actividad física, actividad inmune. Los resultados brindan un fuerte apoyo a las limitaciones y compensaciones en el gasto energético de los niños.
El estudio encontró que los niños shuar son aproximadamente un 25% más activos físicamente que los niños industrializados y tienen aproximadamente un 20% más de gasto de energía en reposo que los niños industrializados, lo que en gran medida refleja una actividad elevada del sistema inmunitario.
Pero, a pesar de las grandes diferencias en el estilo de vida y la asignación de energía, la cantidad total de calorías que los niños Shuar gastan todos los días es indistinguible de la de los niños industrializados.
“Estos hallazgos avanzan el trabajo previo entre adultos, mostrando que el gasto de energía también está limitado durante la infancia”, señala el coautor Herman Pontzer, profesor asociado de Antropología Evolutiva en la Universidad de Duke.
Los investigadores argumentan que debido a que las compensaciones que subyacen a la limitación energética pueden a menudo limitar el crecimiento físico, dicha limitación tiene implicaciones para la comprensión de los trastornos del crecimiento infantil y su mayor riesgo asociado de obesidad adulta y enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2 y la hipertensión. Específicamente, los hallazgos implican que un alto grado de actividad física e inmunológica puede reducir la energía disponible para el crecimiento, incluso cuando los alimentos son abundantes.
Una conclusión clave del estudio es que el cambio rápido en la dieta y el aumento de la ingesta de energía, sin disminuir la actividad física o la carga de enfermedades infecciosas, pueden ser la base más directa del aumento de peso crónico que impulsa el aumento global de la obesidad.
Sin embargo, “el ejercicio sigue siendo de vital importancia para la salud y el control del peso, dados sus efectos sobre el apetito, la masa muscular, la función cardiopulmonar y muchos otros factores –destaca Urlacher–. Nuestros resultados no sugieren lo contrario. Todos deberían cumplir con los niveles diarios recomendados de actividad física”.
Los investigadores reconocen varias formas de mejorar su estudio en el futuro, incluida la consideración de un rango de edad más amplio de niños, la comparación de poblaciones de estudio adicionales y la recopilación de datos longitudinales que abarcan el desarrollo económico y la variación del estilo de vida dentro de una sola población en transición. Por ello, continuarán buscando formas de aplicar mejor sus hallazgos para mejorar la salud entre los shuar y otras poblaciones a nivel mundial.