Tiene 35 metros de diámetro y pesa unas 1.000 toneladas. Está en Malargüe, Mendoza, y sigue las misiones de la Agencia Espacial Europea en Marte, Mercurio y otras regiones del Sistema Solar. Para qué la usan los científicos argentinos.
Una inmensa estructura de hierro y concreto de mil toneladas, dormida en medio de un árido desierto, a 1.500 metros de altura sobre el nivel del mar, de golpe se despierta y apunta su “mirada” hacia el espacio más profundo. Entonces se activan todos los circuitos: los que reposan sobre su base, los del centro de operaciones y también los del comando central ubicado en Alemania, donde está el “joystick” desde donde se planea y se maneja todo.
Estamos a unos 50 kilómetros de Malargüe, al sur de la provincia de Mendoza, en una zona volcánica sumamente ventosa y al costado de una ruta de ripio-serrucho que afloja las costillas hasta al más armado. Por sus condiciones geográficas y por el acceso a servicios de infraestructura que se necesitan, la Agencia Espacial Europea (ESA) eligió este remoto lugar para montar una estación de seguimiento de sus misiones espaciales: tanto las que están ahora en Marte, como la que fue a Venus, la que viaja hacia Mercurio (y llegará en 2025), o la nave Rosetta -que hace poco logró el histórico descenso de su robot Philae en la superficie de un cometa-, entre tantas otras. También trabaja en forma coordinada con otras agencias espaciales, como la NASA (de EE.UU.) o la japonesa JAXA.
La antena espacial Deep Space Antenna 3 (DSA 3) tiene 35 metros de diámetro y 40 de altura y, por la electrónica que esconde en su interior, es la más moderna de las que tiene la ESA sobre la Tierra. Un ”fierrazo” tecnológico que explora el espacio profundo y que se complementa con otras dos estaciones ubicadas en España y en Australia. De este modo, al estar ubicadas a unos 120° unas de otras, logran cubrir el espacio en 360° a todo momento.
Para una antena como la DSA 3, la Luna -esa que tanto nos fascina y tantos recuerdos trajo en estos días- está a la vuelta de la esquina. A “apenas” 384.400 kilómetros. Casi nada, desde la perspectiva de un equipo que tiene por objetivo tomar contacto con las misiones que viajan por lo más lejano del cosmos, a más de 2 millones de kilómetros de la Tierra. Por eso el tamaño de la antena y por eso la enorme potencia de sus equipos. De otro modo no se puede llegar tan lejos.
Diego Pazos, responsable del equipo de Mantenimiento y Operación de la estación de Malargüe, explica que la antena establece diversos tipos de contactos con las misiones que están en el espacio: hay de telecomando (les indican a los satélites las maniobras que tienen que hacer); de telemetría (precisan su ubicación); y de ciencia (recepción de datos por parte de los instrumentos que las naves llevan a bordo).
Para cada misión, son los científicos los que determinan qué tipo de información se está buscando. Y para eso cada nave va cargada con distintos instrumentos de investigación. Todos los datos de ciencia que llegan a Malargüe viajan por fibra óptica hasta el Centro Europeo de Operaciones Espaciales (ESOC) de Darmstadt (Alemania). La antena de Malargüe, bromea Pazos, sería como “la última parte del Wi Fi” de un gran control remoto que se maneja desde Europa.
Pero no es un Wi Fi cualquiera. La DSA 3 debe lanzar una señal capaz de viajar millones de kilómetros (mucha potencia), y además hacerlo con una precisión tal que el contacto se produzca en forma correcta a semejante distancia. Para lograrlo, los ingenieros deben tener en cuenta la rotación de la Tierra y calcular en qué lugar exacto del espacio estará la nave en el momento que lanzan la señal, que puede demorar varios segundos en llegar viajando a la velocidad de la luz. Algo así como un pase de Bochini en profundidad para que el delantero llegue justo y haga el gol. La sincronización es tan delicada que en Malargüe se usan relojes atómicos, de extrema precisión.
La estación tiene distintos sectores, pero el elemento central es la antena parabólica de 35 metros de diámetro, que recibe las ondas electromagnéticas desde el espacio y, mediante una serie de espejos en su interior, las va guiando hasta dos espejos dicroicos cuya función es separar las distintas frecuencias y quedarse con las que se necesitan (aquellas que envían las misiones). Además de recibir las señales, la antena también transmite.
“Una vez que la señal es recuperada del ruido y amplificada, se la baja a una frecuencia intermedia que permite su demodulación y decodificación. Ya decodificada, se transforma en unos y ceros para conformar paquetes de datos, que viajan por fibra óptica a ESOC, donde están los centros de control de las distintas misiones”, explica Pazos, que dirige las operaciones satelitales de Telespazio Argentina, empresa italiana que está a cargo de la operación de esta base.
La ESA llegó a Malargüe tras descartar otras nueve posibles ubicaciones. Fue en 2007, cuando comenzó la búsqueda de la ubicación para su tercera antena del espacio profundo. Necesitaban que esté sobre el continente americano, pero eligieron que fuera en el hemisferio sur para que, entre las redes de la ESA y de la NASA, hubiera tres estaciones en el norte y tres en el sur. Y necesitaban que tenga la última tecnología, porque sería, a partir de entonces, la única capaz de recibir las toneladas de información que enviraría la misión GAIA, que en esos años empezó a hacer un censo de 1.000 millones de estrellas de nuestra galaxia. Aún hoy sigue con esa tarea.
Después de estudiar diversas posibilidades en Chile y la Argentina, la ESA finalmente se quedó con Malargüe y la estación empezó a funcionar en 2012, tras la firma de un convenio con la Argentina, a través de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). El acuerdo establece que los científicos argentinos pueden usar el 10% del tiempo de la antena para proyectos de investigación, en radioastronomía y la astrofísica.
El 90% sigue al mando de ese “control remoto” ubicado en Alemania, que -fiel al espíritu germano- ya tiene programado y automatizado qué hará la antena en cada minuto y cada segundo de los próximos 365 días.
El desarrollo de instrumentos y observaciones: el uso que le dan los científicos argentinos
Un prototipo de instrumental (hardware y software) que facilita la interpretación y procesamiento de los datos radioastronómicos; observaciones radioastronómicas en colaboración con el Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA; y un próximo llamado a proyectos de investigación para usar la antena en temas como comunicaciones, instrumentación y control, procesamiento digital de señales, metrología de radiofrecuencia, tiempo y frecuencia. Estos son algunos de los usos que la Argentina le da a la estación espacial DSA 3 de la ESA en Malargüe, según informaron a Clarín fuentes de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).
Por el convenio que la CONAE firmó con la ESA, la comunidad científica argentina puede hacer uso del 10% de tiempo de la antena de Malargüe. Entre las observaciones que se hacen, afirman desde CONAE, están las de “continuo” (miden la cantidad de energía electromagnética emitida por objeto en el espacio), de “líneas espectrales” (energía emitida o absorbida por los átomos y moléculas que dependen de la estructura de cada elemento), y de “pulsares” (objetos muy masivos que rotan a grandes velocidades emitiendo energía en forma de pulsos, como un faro).
Uno de los últimos objetos estelares estudiados fue 0521-365, una galaxia con un núcleo activo, cuya información fue recibida el 2 de julio pasado.
“Estas acciones relacionadas al uso de la Estación DSA 3 permiten estimular los desarrollos tecnológicos en ingeniería electrónica, formar recursos humanos y posicionar así a la Argentina en las líneas de investigación a nivel mundial que utilizan tecnología de punta”, dijeron a Clarín desde la CONAE.
El 10% del tiempo, precisan en la ESA, no es por día, sino en el uso general que se hace del equipamiento.
Las misiones de la ESA por el Sistema Solar
Entre las que ya terminaron su vida útil y las que están por venir, la Agencia Espacial Europa (ESA) suma más de diez misiones científicas en el Sistema Solar. Desde la estación de Malargüe en estos momentos se están siguiendo cuatro: dos que están en Marte (Mars Express y Exomars), Gaia (que por efecto de la gravedad del Sol y la Tierra está “estacionado” en un punto del espacio conocido como el segundo punto de Lagrange), y BepiColombo (que se lanzó hace más de un año y llegará a Mercurio dentro de seis).
Además, desde esta estación también se comandarán las siguientes misiones: Solar Orbiter, un satélite que va a orbitar el Sol para estudiarlo; Exomars 2020, otra misión a Marte que perforará la superficie hasta 10 metros de profundidad para su análisis; Juice, que va a explorar Jupiter y explorará la posible aparición de mundos habitables alrededor; y Euclid, que tendrá como objetivo estudiar la materia oscura en el espacio.
En el pasado, al antena DSA 3 también siguió el devenir de Rosetta, que fue lanzada en 2004 hacia el cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko, donde llegó con éxito y pudo hacer descender su robot Philae cargado de numerosos instrumentos científicos. También Venus Express, que terminó su misión en 2014 y que investigó la atmósfera venusiana y el plasma del entorno.
En agosto de 2016, desde Malargue se realizó el contacto más lejano jamás realizado por una antena de ESA: recibió señales desde la sonda Cassini (un proyecto de la NASA, la ESA y la italiana ASI desde Satrurno, a más de 1.400 millones de kilómetros de la Tierra.
Del escepticismo a la fascinación, la visión de dos alumnos porteños que visitaron la antena espacial
Todo comenzó para ellos con una actividad que la Agencia Espacial Europa (ESA) organizó el 9 de abril junto a la CONAE y el Gobierno de la Ciudad por el “Día del Espacio”. El programa era atractivo, sobre todo porque implicaba salir por un rato de la escuela para ir junto a sus compañeros al Planetario de Palermo. Allí, especialistas de la ESA hablarían sobre cómo se desarrollan y operan las misiones espaciales, cómo funciona la antena de Malargüe, los programas que apuntan a conocer más a fondo la Tierra, su entorno espacial, el Sistema Solar y el Universo.
La “excursión” no salía de lo común hasta que llegó la hora de los sorteos. Un alumno de primaria y otro de secundaria se ganaría la posibilidad de ir a conocer, en vivo y en directo, la antena de la ESA en Malargüe. Y los ganadores fueron… Lucas Gana (12) de la escuela 15 de la Comuna 10 y Lucio Mazzola (16) del Instituto Vocacional Argentino.
Y allí estaban Lucas y Lucio a bordo de un avión -por primera vez en su vida para ambos- viajando hacia lo desconocido. Muy callados y respetuosos, los dos llegaron sin mayores expectativas. Conocían muy de lejos las misiones, las agencias espaciales y las formas que toman contacto desde la Tierra hasta el espacio profundo.
Todo era un viaje más hasta que llegaron a la antena, vieron su imponente tamaño y lo que es capaz de hacer, y de golpe creció el entusiasmo y surgieron todas las preguntas. Especialistas de la estación espacial los guiaron por los distintos sectores de la estación, al tiempo que crecía el interés.
Tras la visita, Lucas dijo que lo que más le impresionó es el fuertísimo viento que se produce al acercarse a la antena. Esto se produce por el efecto de “túnel de viento” que hace semejante mole. Lucio agregó que “es impresionante la tecnología que tiene la estación, cómo está todo bien organizado, y cómo puede interactuar con el espacio”. “En la última clase de física vimos movimiento rectilíneo uniforme. Eso puede ser interesante, pero esta experiencia es otra cosa”.