La historia de Knut Ole Viken está ligada al bosque. Cuando era niño, pasaba los veranos con su padre en remotos bosques cercanos al Círculo Ártico.
Allí, medían el crecimiento de los árboles, la base de la naturaleza salvaje de Noruega. 27 años después, Viken lleva suficiente tiempo trabajando en el bosque como para notar un cambio. Al contrario de lo que ha pasado en muchos otros bosques, éste ha sido positivo.
Noruega estuvo una vez a punto de perder casi todos sus bosques. Tras siglos de talas, el país había consumido gran parte de sus recursos naturales, antes enormes. Pero todo esto ha cambiado. Hoy, Noruega tiene el triple de madera en los bosques que la que tenía hace 100 años. La tala anual solo supone la mitad de la madera que crece cada año, así que los bosques están creciendo. Este crecimiento es suficiente para limpiar un 60% de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero.
A fuerza de madera
“En el siglo XIX, había mucha explotación forestal. Exportábamos gran cantidad de madera a Europa desde nuestra costa oeste”, dice Viken.
“A nivel local, los granjeros utilizaban la madera para calentar las casas y el pastoreo de los animales impedía que los bosques se recuperaran. Esto significa que, cuando se cortaban árboles, no había ningún plan para plantar o regenerar”.
A finales del siglo XIX, el gobierno se dio cuenta de que no iban a quedar árboles. Decidió entonces hacer algo bastante radical: empezar a medir el bosque. En 1919, el gobierno noruego puso en marcha un ambicioso plan. Noruega se convertiría así en el primer país del mundo en evaluar el estado de sus bosques.
Mientras que otros países europeos habían medido algunas áreas, el inventario nacional noruego implicaba que el gobierno podría utilizar esta información para evaluar la trayectoria a largo plazo de sus bosques y tomar medidas al respecto. Podrían hacer una estimación de qué áreas estaban más sanas, cuáles estaban creciendo más rápido, cuánto se podía explotar de forma sostenible, y qué aspectos del bosque deberían preservarse como hábitat de especies en peligro.
Un trabajo difícil
Viken forma parte de esta evaluación a largo plazo. Se hace desde hace casi un siglo y ahora la lleva el Instituto de Investigación Bioeconómica de Noruega. Cada año, 25 trabajadores forestales toman medidas en un quinto de las parcelas monitoreadas en el largo plazo, a lo largo de todo el país.
Tras cinco años, la investigación se completa y el programa vuelve a empezar, volviendo a medir los mismos lugares. Cada ciclo de 5 años se toman medidas en 15.000 lugares. No es tan fácil. “A veces hay una lucha real para llegar al terreno”, dice Viken. “Puede haber mucha nieve y viento, estar muy húmedo y frío. Muchos días solo podemos alcanzar un sitio a la vez”.
Pero hay gente que también cuestiona el programa. Por ejemplo, algunos visitantes critican que los árboles bloquean la vista de las majestuosas montañas y fiordos por los que es famosa Noruega. Otros apuntan que, mientras que ahora hay más madera que antes en el país, no queda mucho bosque salvaje.
Solo alrededor del 4% del bosque está protegido como reservas naturales y parques nacionales. El resto se maneja con objetivos económicos, sobre todo la cosecha de madera sostenible, y acabará siendo cortado en algún momento. Cuando se corta el bosque, se reemplaza a menudo a través de programas controlados de reforestación. Cuando la industria replanta el bosque, lo que crece suele ser un grupo de árboles menos diverso que los que había antes.
Así que aunque hay más madera en estos bosques manejados, hay con frecuencia menos biodiversidad, y estas áreas nuevas no parecen espacios salvajes.
Cambio climático individualizado
En las últimas décadas, el gobierno ha revisado su enfoque. En especial, se pone más atención en preservar la biodiversidad, por ejemplo en áreas que tienen especies raras y en peligro. Las nuevas prácticas también incluyen medir la cantidad de madera muerta en el suelo del bosque, ya que es un hábitat vital para los insectos en peligro.
Esto puede ser una buena noticia. Pero los bosques noruegos se enfrentan ahora a un reto sin precedentes: el cambio climático propiciado por el hombre.
Los bosques del norte de Escandinavia, Canadá y Rusia son algunas de las zonas que más se están calentando de la Tierra. No está claro cómo los árboles van a lidiar con un clima más templado, y el gobierno quiere averiguarlo.
“Si realmente queremos entender cómo las cosas van a responder en el futuro, la mejor manera es entender cómo han respondido en el pasado”, dice Chelsea Chisholm, del Centro de Macroecología, Evolución y Clima de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca.
Pero todos los árboles responden de maneras diferentes. “El cambio climático no está pasando a nivel de las especies, está pasando a nivel del árbol individual”, dice Chisholm. “La capacidad de un árbol determinado de responder a los cambios en la temperatura y la precipitación a lo largo de su vida está en su ADN”.
Cada árbol tiene su conjunto único de genes, que ayuda a determinar trazos como la altura y el tamaño y forma de sus hojas. Estos trazos también se ven afectados por el ambiente del árbol y su historia vital, de igual forma que una persona puede tener un gen que permite que sea muy alto pero acaba siendo bajito si no come mucho de niño.
Chisholm y sus colegas están recogiendo datos genéticos y atributos de los árboles y luego combinando esos datos con la historia vital de los mismos, que en muchos casos se lleva documentando casi 100 años.
Entendiendo cómo estos árboles han respondido al cambio climático que ya ha tenido lugar en el último siglo, esperan predecir cómo responderán a los cambios todavía mayores del próximo.
Los humanos dependen de los bosques por muchas razones: proporcionan energía para calentar nuestras casas y productos que proporcionan seguridad económica y hay lugares en los que podemos disfrutar de la naturaleza.
Noruega ha logrado salvar sus bosques del colapso, pero resulta que esta era solo la mitad de la batalla. El próximo reto es prepararse para un futuro más caliente.