El nacimiento ocurrió el lunes por cesárea en un hospital de Melbourne y constituye un récord en ese país.
El caso de una pareja australiana de 62 y 78 años que el lunes tuvo su primer bebé a una edad en que habitualmente se es abuelo volvió a instalar en todo el mundo un fuerte debate en torno a los límites éticos en los tratamientos de fertilización asistida. Y es que más allá de los riesgos médicos, son numerosas las voces que advierten sobre el complejo dilema que implica este tipo de decisión.
La pareja, cuya identidad se mantiene en reserva, tuvo una niña que nació por cesárea en un hospital de Melbourne ocho semanas antes de lo previsto, pese a lo cual se encuentra bien. Su concepción -según informaron ayer medios australianos- se logró con un óvulo donado y mediante una fertilización in vitro practicada fuera del país.
Ocurre que en Australia -donde el polémico nacimiento marcó un récord por la edad de la mujer- la ley sólo permite recibir tratamientos de fertilidad a mujeres de hasta 53 años. De ahí que la madre, que llevaba años intentando quedar embarazada- tuvo que recurrir a una clínica en el exterior.
La noticia del alumbramiento desató la reacción de las principales entidades médicas de su país. “Hay otras prioridades en la salud de las mujeres. ¿Alguien pensó en cómo será la adolescencia de esa niña? Es egoísta, está mal”, escribió en las redes sociales el presidente de la Asociación Médica Australiana, Michael Gannon.
El doctor Andrew Pesce, experto en obstetricia y ginecología y ex presidente de la misma entidad, reclamó que se prohiba esta tipo de situación. “Si las autoridades establecen un límite legal para la maternidad evitaría situaciones como la de esta mujer que quiso ser madre a una edad avanzada. Ayudaría a los médicos poder decir ‘lo siento mucho por usted pero no puedo, está prohibido’”, señaló.
PADRES-ABUELOS
Nacido a partir de los tratamientos de fertilización asistida, el fenómeno de los llamados “padres-abuelos” ha generado en los últimos años casos de enorme polémica; entre ellos, el de Carmen Bousada, la española que en 2006, a sus 67 años, se convirtió en la madre primeriza con más edad en el mundo y murió meses más tarde dejando huérfanos a sus gemelos.
Justamente para evitar este tipo de situaciones es que en la mayoría de los países se impide que las mujeres mayores de cincuenta años puedan realizarse tratamientos de fertilidad. “Si bien se trata de una medida que tal vez parezca arbitraria, está basada en estudios de riesgos-beneficios”, explica la doctora Pía Zgrablich, especialista en fertilidad y directora médica de la Clínica Gestar.
“Y es que a mayor edad de la mujer, mayor es el riesgo de que sufra hipertensión durante su embarazo, lo que genera un retardo de crecimiento intrauterino, Pero además hay más chances de diabetes gestacional, un cuadro que trae aparejada dificultades tanto para ella como para su bebé”, detalla Zgrablich, quien aclara que esa restricción en la edad de las pacientes, pese a surgir de recomendaciones de la Sociedad Médica y no de una ley, “se cumple bastante en nuestro país”.
Lo cierto es que más allá de los riesgos médicos, está el dilema ético que implica traer un hijo al mundo a edades avanzadas. “En casos como éstos el derecho a la paternidad entra en clara colisión con el derecho de los niños a crecer con una familia. Porque lo cierto es que si bien las expectativas de vida se han estirado mucho en los últimos años y nadie sabe cuánto va a vivir, ser padre pasada cierta edad implica generar un huérfano a corto plazo, condenar a ese niño a quedarse sin padres antes de que pueda valerse por sí mismo”, señala el médico bioeticista José Luis Mainetti, coordinador del Comité de Etica del Celabe.
Aunque aclara que no hay una regla preestablecida sobre cómo crecerán los hijos de padres adultos mayores, dado que son los vínculos lo que marcan en cada caso una particularidad, el médico psicoanalista Ricardo Rubinstein reconoce que en estos casos “la ecuación de cuidado se invierte ya que serán los hijos quienes deban cuidar de los padres” a una edad en que tal vez no están preparados aún.
“Ser hijo de un padre adulto mayor, implica que ese niño va a disfrutar de su padre poco tiempo”, apunta Rubinstein, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina, quien reconoce que el hecho de que los padres mayores suelen tener la vida resuelta y mayor disponibilidad para compartir”, tal vez les ofrezca en compensación un tiempo juntos de mayor calidad.