El presidente discutió con los rusos las capacidades de espionaje de un aliado estadounidense clave que obtuvo información sobre planes terroristas del EI.
¿Reveló Donald Trump información altamente clasificada al ministro de Exteriores ruso Serguéi Lavrov y al embajador Serguéi Kislyak solo para presumir de ello? La Casa Blanca lo niega rotundamente, pero la historia ha sido confirmada de forma independiente por tres medios estadounidenses: el Washington Post, el New York Times y BuzzFeed.
Según estos, Trump habría discutido con los emisarios rusos, durante la visita oficial de Lavrov a Washington, información de inteligencia sobre un plan terrorista del Estado Islámico. La información estaría relacionada con la posibilidad de que ordenadores portátiles puedan ser utilizados en vuelo para realizar algún tipo de atentado, algo que ya ha llevado a EEUU a prohibir portar computadoras portátiles en el equipaje de mano en vuelos procedentes de Oriente Medio. Trump, además, habría discutido con los rusos las capacidades de espionaje de un tercer país, aliado de EEUU en Oriente Medio, que es quien habría proporcionado los datos. Del mismo modo, reveló el territorio bajo control de los yihadistas donde el socio estadounidense consiguió la información secreta de espionaje.
El hecho de que el encuentro con Lavrov y Kislyak se produjese apenas un día después de que el presidente despidiese al director general del FBI James Comey (según su propia admisión, por su investigación sobre los contactos del equipo de campaña de Trump con Rusia) ya había hecho saltar algunas alarmas en Washington. Pero esta revelación amenaza con provocar una debacle en el seno de la comunidad de inteligencia.
Para empezar, la información estaba considerada tan sensible que los miembros de los servicios de inteligencia estadounidense habían decidido no compartirla ni siquiera con otros países amigos. La revelación, por supuesto, se hizo sin el permiso del aliado que la había facilitado en primer lugar. ¿Y por qué motivo haría Trump algo así? Aparentemente, para alardear. “Me pasan información de inteligencia fantástica. Tengo a gente que me pasa información fantástica todos los días”, habría dicho Trump, según un testigo presencial.
Un funcionario que habló con el Washington Post lamentó que, tras la conversación el embajador ruso, cuyas reuniones con miembros del equipo de Trump están en el centro del polémico intervencionismo del Kremlin en las elecciones de 2016 en Estados Unidos, “seguro que envió un buen cable repleto de los detalles”. “Es mucho peor de lo que se ha reportado”, ha declarado otro funcionario a BuzzFeed. La Casa Blanca inmediatamente informó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) para reducir el impacto de las revelaciones que, pese a no revelar métodos de espionaje utilizados, podría afectar a la capacidad de Washington y sus aliados para detectar nuevas amenazas. Además, se puso sobre aviso a al menos a un miembro del Comité de Inteligencia del Senado, cuya identidad aún no ha sido revelada.
Crisis política y de inteligencia
¿Se le pueden exigir a Trump responsabilidades legales por este error? Realmente no: como presidente, entra dentro de sus competencias desclasificar casi cualquier información que competa a su Administración o a las anteriores. Pero las consecuencias en política interna y, sobre todo, en materia de cooperación con servicios de inteligencia aliados, pueden ser devastadoras.
De hecho, “el aliado [en Oriente Medio] había advertido repetidamente a los funcionarios estadounidenses que cortaría todo acceso a esta información sensible si era compartida demasiado ampliamente”, según un ex oficial de inteligencia consultado por el New York Times. “En este caso, el miedo es que Rusia sea capaz de determinar exactamente cómo se recogió la información y pueda impedir los esfuerzos de espionaje de este aliado”, afirma el diario estadounidense.
La Casa Blanca ya había conseguido encolerizar a uno de los socios clave de EEUU en materia de inteligencia, el Reino Unido, cuando uno de los colaboradores de Trump acusó sin pruebas al GCHQ, la versión británica de la NSA, de haber espiado al entonces candidato presidencial para hacerle un favor a Barack Obama. El GCHQ apareció en el horizonte cuando los críticos le hicieron notar a Trump que sus alegaciones de que Obama había ordenado un operativo de vigilancia contra él eran absurdas, debido a la ingente cantidad de restricciones legales existentes en las instituciones estadounidenses, que imposibilitaban semejante “trabajito”. Pero en esta teoría de la conspiración, lo imposible se volvía posible si eran los británicos quienes habían hecho el trabajo sucio. Cuando Londres protestó formalmente, la Administración Trump se negó a ofrecer una disculpa.
Del mismo modo, la revelación ha desatado la ira y el caos en las filas republicanas. Altos funcionarios se desplazaron ayer a la Casa Blanca, donde varios periodistas presentes pudieron escucharles discutir a gritos en varias salas. “Obviamente están en una espiral descendente y tienen que encontrar una forma de lidiar con todo lo que está pasando”, declaró el senador republicano Bob Corker, que encabeza el Comité de Relaciones Exteriores. “Lo peor de todo es que hay un equipo de seguridad nacional realmente bueno, pero el caos que se está formando por falta de disciplina está creando un entorno preocupante”. “No tenemos forma de saber qué se dijo, pero proteger los secretos de nuestra nación es prioritario. El portavoz espera una explicación plena de estos hechos por parte de la Administración”, afirmó por su parte Doug Andres, representante de Paul Ryan, portavoz de la Cámara.
Con este incidente, Trump parece confirmar los peores temores de la comunidad de inteligencia: su incapacidad para guardar un secreto, ni aunque la seguridad nacional dependa de ello.