Muchos hemos sostenido que no existe posibilidad de reiteración de una situación similar a la de diciembre del 2001. Sin embargo, la insistencia del Gobierno en tomar medidas disparatadas comienza a poner en duda aquella certeza.
Al estallar la Argentina en el final del gobierno de Fernando De la Rúa, la situación real del país era muy diferente a la actual, tanto en el frente interno como en el externo.
La inflación, contenida por la insistencia del presidente y de su antecesor para mantener una convertibilidad que ya demostraba signos de agotamiento a mediados de 1995, había llevado la paridad cambiara a una brecha que, a poco de andar, se ubicaría en casi un 300%. Las reservas nacionales, comprometidas en su totalidad por la inmensa deuda externa, se ubicaban apenas por arriba de los U$S 14.000 millones. Y la fuga de divisas amenazaba con extinguirlas en menos de un semestre.
El riesgo país había superado los 5000 puntos. La destrucción del empleo colocaba la desocupación por arriba del 25% y el subempleo llegaba a un 22%. El precio de la soja, que por entonces ya suponía el principal ingreso fiscal, apenas superaba los U$S 180 por tonelada. Y por sobre todo, la ciudadanía le había dado la espalda a la política; a punto tal, que en las elecciones legislativas de ese año el ausentismo electoral había superado el 45%.
En pocas palabras, la explosión era inevitable. Y el enojo social, unido a la incapacidad absoluta del gobierno, solo ayudaba a acercarla en el tiempo y a agrandarla en su gravedad. Situación que era observada por un peronismo cebado que olía la cercanía del regreso al poder y que se disponía a “intervenir” para acortar los términos. Y la Argentina estalló en mil pedazos…
Hoy, las reservas se ubican aún por arriba de los U$S 32.000 millones y la soja oscila en la cercanía de los U$S 500 por tonelada. La masa de desocupados y subocupados ha caído notoriamente, a pesar de estar encubierta por planes sociales de baja calidad y de supervivencia. Y la sociedad, aun muy lejos de lo deseable, ha crecido en sus niveles de participación. Para demostrar su enojo con el Gobierno, los argentinos no se quedaron en sus casas, fueron masivamente a votar.
Lo que era una deuda externa de más de U$S 120.000 millones se suplantó por una deuda interna aún mayor, que supone una hipoteca imposible de levantar para la seguridad social y las reservas del país. Pero no puede ser exigida desde el exterior como aquélla, y encuentra a un país que se bajó del mundo y malvive sin la ayuda del crédito externo.
Esta última circunstancia, que en cualquier caso supone una desgracia, se convierte insólitamente en una circunstancia de alivio al momento de tener que remontar las negruras del horizonte. Esta vez, al menos, no tendremos que aceptar recetas tan trilladas como ineficaces a la hora de compensar obligaciones con terceros por los derechos básicos de la sociedad.
Y para completar el cuadro, todo parece indicar que la lucha por el poder se está dando por ahora dentro del peronismo. Mientras tanto, las otras fuerzas se contentan con tirar piedras de poca envergadura desde la vereda de enfrente.
Y cuando el peronismo discute el poder, discute el poder. Jamás deja que sus diferencias terminen birlándoselo.
Luces amarillas
Sin embargo, en las últimas semanas comienzan a titilar luces amarillas que amenazan con tornarse rojas si no se frena la aceleración de los efectos negativos que está produciendo sobre la economía una serie de medidas alocadas del gobierno de Cristina Kirchner. Medidas que no solamente ponen en evidencia la voluntad de no escuchar los reclamos de la gente sino que, además, son demostrativas de una impericia alarmante en la conducción de la cosa pública.
La decisión tomada con el llamado “cepo cambiario” tuvo, desde el principio, un efecto claramente contrario al buscado. Desde el mismo momento de su implementación, se aceleró la fuga de capitales y se disparó la cotización de un dólar paralelo que hoy vale un 60% más que el oficial.
De nada valieron las amenazas, las extorsiones o los absurdos “feriados cambiarios” decretados por el Gobierno. Cada vez que se reabrían las operaciones, la moneda norteamericana seguía buscando un techo que parece no haber encontrado todavía.
La semana pasada, las trabas a la liquidación de exportaciones conocieron la cumbre de la insensatez. La pretensión de obligar a las cerealeras y exportadores a financiarse en el exterior, a liquidar sus divisas en el país al cambio oficial y pagar dicha financiación con dólares que el Gobierno no les dará, las obliga a comprar moneda norteamericana al precio blue. Estos obstáculos abren un panorama muy oscuro para nuestra economía: la lógica indica que los afectados retendrán las ventas, y ello solo servirá para que las casi vacías arcas del Estado reciban menos “aire” aún.
La inflación sigue tan robusta como hace un año. Las deudas del Estado comienzan a acumular graves demoras con proveedores y prestadores de salud. Y la fuga de divisas alcanza el mismo ritmo que en aquél 2001 que todos quieren olvidar. Nadie parece darse cuenta, en las cercanías presidenciales; y mucho menos la Presidente.
Perdida, aislada de la realidad, notoriamente afectada en lo emocional, Cristina sigue sin dar una sola señal de haber entendido algo de lo que pasa. Y si no se corrige la dirección, si el torpe y paupérrimo “morenismo” sigue campeando en las medidas que se toman y no se sincera rápidamente la realidad económica, es muy posible que entonces sí nos acerquemos peligrosamente a la situación de aquellos días.
Por ahora, son luces amarillas, pero en un semáforo oficial que parece haber prescindido de las verdes. Salvo, claro está, que tanto delirio dirigista tenga la oculta intención de generar una crisis que “justifique” un estado de excepción y una estatización de la economía al estilo Venezuela.
Pero sería demasiado loco que alguien lo esté pensando. ¿O no tanto? Prefiero, por ahora, evitar imaginarlo. ¿Y usted?