Brasil se ha convertido en el mayor mercado mundial de esta droga, con al menos 370.000 adictos entre los que hay 50.000 niños.
La llaman “Cracolandia”, una ciudad en el centro de otra, São Paulo. Centenares de personas se juntan allí para compartir su desgracia y su adicción. Cualquiera que viva cerca evita pasar por ese tramo que hiede intensamente a basura y orín, aunque la zona está prácticamente desierta con edificios antiguos casi abandonados.
A inicios de año, el ayuntamiento decidió iniciar el programa “Brazos Abiertos” para brindarles a los drogodependientes habitaciones en hostales cercanos, desayuno, comida y cena, además de asistencia sanitaria, a cambio de que hagan diferentes tipos de trabajos como barrendería o jardinería. Los que se adhieren a la iniciativa trabajan de lunes a viernes de ocho a doce del mediodía y ganan un total de 5 € diarios.
“Me encanta aprender sobre plantas y convivir con la naturaleza, al fin y al cabo es nuestra madre. Mi vida ha cambiado, yo antes no dormía, no me alimentaba, no quería saber de nadie”, comenta Poliana Alexandra, del norte de Brasil, que hace tres años dejó el vicio, aunque todavía hoy arrastra las secuelas.
Con 200 millones de habitantes, Brasil se considera el mayor mercado del mundo de crack y el segundo de cocaína, con al menos 370.000 adictos, entre ellos 50.000 niños y adolescentes, según un estudio publicado por la Secretaría Nacional de Políticas sobre Drogas. “São Paulo es una megalópolis y el crack en esta ciudad es un grave problema. Nuestro mayor desafío es disminuir el consumo de esta droga, una droga que es muy barata y que por eso afecta a los más vulnerables”, asegura la Luciana Temer, secretaria de Asistencia y Desarrollo Social.
Problemática social
Además de arrastrar el vicio crónico, los usuarios de Cracolandia padecen enfermedades como tuberculosis o el SIDA. Con el objetivo de atenuar los síntomas, se ha instalado una tienda de asistencia social en la misma calle para ofrecerles diferentes servicios médicos. “Algunas personas piensan que son zombis y que se tienen que exterminar, pero trabajando aquí te das cuenta de que son personas que tienen una historia de vida detrás”, admite Temer.
El crack, a diferencia de la cocaína, se absorbe más rápidamente y llega al cerebro en cuestión de segundos. Produce temblores y crea una sensación de placer similar a un orgasmo, según relatan algunos, que dura cinco minutos como máximo. Este motivo, sumado a su precio barato, crea una fuerte dependencia.
“Mi vida acabó después de conocer el crack. No me divertía ni salía con mis amigos. Ahora soy feliz, gracias a las personas que nos ayudan”, recuerda Vanessa. Su caso representa tan solo el 25% de drogodependientes que acaban recuperándose con éxito. El resto, sin embargo, abandona el tratamiento o recae de forma involuntaria, según apunta un estudio de la Secretaría Municipal de Desarrollo Social.
Ivone Ponczek, directora del Núcleo de Estudios e Investigaciones en Atención al Uso de Drogas, trabaja a diario con ese tipo de casos e insiste en que el 75% que fracasa en la recuperación es por motivos externos: “las familias de estas personas están completamente desestructuradas. En muchos casos hacen lo que han visto en casa, ya que muchos padres también consumen”.