¿Quién gobierna la Argentina? ¿Dónde está la Presidente? ¿Cuándo parará la espiral de deterioro en la economía? ¿Cuánto vale el dólar? Demasiadas preguntas sin respuesta. Y demasiadas respuestas que todos saben, pero nadie se atreve a darlas en voz alta. Una semana que ha sido determinante para entender que lo que viene, asusta.
En un escenario cambiante e inestable, donde el deterioro parece ser el único protagonista decidido a no abandonar la escena, el país se debate entre la incertidumbre y el desánimo de no saber quién está al frente del timón y qué es lo que se proponen los que, en teoría, manejan los hilos del poder.
Claro que en medio de semejante atolladero comienzan a aparecer tibiamente aquellos que, desde dentro del mundo kirchnerista, buscan diferenciarse del deshilvanado discurso oficial y tratan de decir lo que el hombre de la calle quiere escuchar desde hace tiempo.
¿Defección? ¿Traición? ¿Oportunismo? Tal vez. Pero ya ni eso importa frente a la estrepitosa decadencia de un gobierno que ha hecho todo mal y ha perdido cualquier contacto con la realidad, si es que alguna vez lo tuvo.
Y en el medio, las versiones. Que convergen en la convicción de que estamos frente a un adelantamiento de las elecciones presidenciales, que debería ocurrir antes de que la inestabilidad actual nos arrastre a otro de los dramas nacionales que, en forma de estallido, parecen querer cerrar las décadas de “fiesta” en las que la megalomanía y la estupidez se apoderan de nuestros gobernantes y también de una generosa porción de nuestra gente.
Pero vamos por partes, ¿de qué cosas se hablaron en la semana que pasó?
El pecado de Daniel Scioli
Daniel Scioli dijo claramente lo que el hombre de la calle repite quedamente cada día. ¿No ha llegado el momento de revisar la legislación que prohíbe a las Fuerzas Armadas combatir el narcotráfico?, ¿no es esta, acaso, una guerra? Aunque seguramente será criticado por los “fedayines” del oficialismo, para quienes retener la historia como rehén ha sido un gran negocio, el Gobernador supo interpretar como nunca antes lo que la gente quiere.
Hoy, todos tomamos conciencia de la gravedad que el problema ha adquirido para el futuro del país. El narcotráfico condiciona la vida y la salud de las futuras generaciones y, además, se convierte en una amenaza presente vinculada a la criminalidad y a la violencia sorprendente que observamos en el delito cotidiano.
¿Es un problema de seguridad interior? Si lo miramos desde el lugar de los hechos que conocemos, pareciera que sí. Pero si, por el contrario, aceptamos que el tráfico de drogas es hoy parte de una multinacional integrada por un verdadero ejército que opera en distintos lugares del mundo y utiliza diferentes países para cerrar su círculo de negocios, la respuesta merece al menos una mirada más amplia.
A la Argentina entra droga, en forma de pasta base o cristales, proveniente de Bolivia, Colombia, Brasil o Paraguay. Y una vez en nuestro territorio, es procesada y enviada en un porcentaje importante a países europeos o a los EEUU.
¿Es realmente un problema de seguridad interior? ¿No estamos frente a una agresión que viene del exterior y repercute de diferentes formas en nuestro país?
El tema merece, por lo menos, ser discutido. Y si al final del debate concluimos que la letra de la Ley de Defensa de la Democracia se opone al espíritu de la misma norma, tendremos que producir los cambios que fuesen menester.
Por ahora, al menos Scioli se atrevió a poner el tema sobre la mesa. Y no es poco.
Lo que todos callan
Ya nadie duda de que el ocaso de Cristina es inevitable. Aunque los más fanáticos defensores de la Presidente suponen que una retirada anticipada, disfrazada de un problema de salud que requiera una atención permanente (y lejana), pondría a la Jefa de Estado ante la posibilidad de retornar por sus fueros, pasado un tiempo prudencial.
Las noticias sobre la economía nacional, sumadas a las muy preocupantes predicciones acerca de lo que será este año en el mundo entero, han terminado de convencer a las espadas del oficialismo de que cualquier sueño de recuperación ha pasado a ser solo eso, un sueño.
A esta mirada preocupante se suma otra no menos crítica. La primera línea del kirchnerismo ha tomado nota de la rápida defección de muchos que hasta ayer daban “la vida por Cristina” y que ahora, más visible o más solapadamente, buscan el abrigo de otros soles que alumbran por el lado de Tigre o La Plata.
En la decisión de adelantar los comicios han contado con el favor de Daniel Scioli quien, de esta manera, adquiriría una doble ventaja sobre Sergio Massa, el único dirigente que hoy aparece con posibilidades de interponerse en su viejo sueño presidencial.
Sin embargo, en la Casa Rosada se murmura un Plan B que, aunque descabellado, no es novedoso en el peronismo. Efectivamente, y tal cual lo hiciese el menemismo en 1999, hay quienes en los despachos oficiales piensan encumbrar una candidatura “pura” que lleve al peronismo dividido a la elección para “ayudar” a lograr un triunfo del Frente Progresista Cívico y Social.
Creen que cualquier candidato estaría en condiciones de hacerse, aun en el peor de los escenarios, de un 10 o 15% de los votos; con ello sería suficiente para que gane la elección “el tercero en discordia”.
Y tiran el nombre del juez Eugenio Zaffaroni como el único capaz de retener el voto progresista que, aun declinante, hoy sigue acompañando el relato cristinista.
El magistrado, en tanto, acerca leña al fuego al anunciar que “no llego al 2015 en la Corte”. ¿Simple casualidad? Difícil. Máxime cuando uno de los escenarios físicos de estas reuniones fue el domicilio particular del integrante de la Corte.
Sueñan con repetir en poco tiempo el “golpe de Estado” que volteó a Fernando De la Rúa, y con hacerlo en un momento en que la imposibilidad de gobernar del nucleamiento de centro izquierda haga que la gente extrañe la personalidad arrolladora de la Presidente.
Saben que el próximo gobierno deberá encarar un fuerte ajuste del gasto público. Y sueñan con un desgaste acelerado al que, como siempre, ayudará un sindicalismo acostumbrado a que sus momentos de esplendor se dan siempre en gobiernos peronistas y en tiempos de crisis.
“Si dividimos por tres” se entusiasman, “en dos años estamos de vuelta en el poder”.
Partida de gitanos
Verá el lector que los escenarios son diversos, y que cada uno de ellos sirve a unos y perjudica a otros.
El que debamos transitar en la segunda mitad de año dependerá, entonces, de la capacidad estratégica de los actores. Y de su inteligencia para tejer alianzas que convoquen al electorado. También, de su habilidad para esquivar las trampas que desde cada uno de los sectores del pan-peronismo se tenderán para pegar a unos y a otros con todas aquellas cosas que enojan a la gente.
Lo cierto es que la decisión está tomada: entre el 15 de enero y el 15 de febrero, los argentinos concurriremos a las urnas para elegir nuevo Presidente.
La gente, una vez más, solo será testigo y actor de reparto de esta ensalada.