Con Mosul y Raqqa a punto de caer, Al-Baghdadi se vuelve más elusivo; su captura, estiman, igual podría llevar años.
El líder del grupo terrorista Estado Islámico (EI), Abu Bakr al-Baghdadi, está a punto de perder los dos principales centros de su “califato”, y aunque se encuentra en plena fuga, su captura podría llevar años, según advierten autoridades y expertos.
Los combatientes de EI están cerca de la derrota en las dos principales ciudades del territorio bajo su control -Mosul, en Irak, y Raqqa, en Siria-, y las autoridades creen que Al-Baghdadi se mantiene alejado de ambas, escondido en los miles de kilómetros cuadrados de desierto que hay entre las dos.
“Al final, será abatido o capturado, no será capaz de permanecer oculto para siempre”, sostuvo Lahur Talabany, jefe de la unidad antiterrorista del gobierno del Kurdistán iraquí. “Pero para esto todavía quedan unos años”, añadió.
Una de las principales preocupaciones de Al-Baghdadi es garantizar que quienes lo rodean no lo traicionen por los 25 millones de dólares de recompensa que ofrece Estados Unidos por llevarlo “ante la justicia”, explicó Hisham al-Hashimi, que asesora sobre el grupo jihadista a gobiernos de Medio Oriente.
“Sin territorio que gobernar abiertamente, no puede seguir reivindicando el título de califa”, afirmó Al-Hashimi. “Es un hombre en fuga y el número de sus partidarios se está hundiendo a medida que pierden territorio”, destacó.
Las fuerzas iraquíes recuperaron buena parte de Mosul, la ciudad del norte de Irak que el grupo terrorista tomó el 14 de junio de 2014 y desde la que Al-Baghdadi se autoproclamó “califa”, o líder de todos los musulmanes, el 29 de junio de ese mismo año. Raqqa, su capital en Siria, está prácticamente rodeada por grupos de árabes y kurdos sirios.
El último video público que hay de Al-Baghdadi es precisamente el que lo muestra vestido con una túnica negra declarando el califato desde un púlpito de la mezquita Grand al-Nouri de Mosul en 2014.
Nacido Ibrahim al-Samarrai, Al-Baghdadi es un iraquí de 45 años que rompió con Al-Qaeda en 2013, dos años después de la captura y muerte de su fundador, Osama ben Laden. Creció en una familia religiosa, estudió teología islámica en Bagdad y se unió a la insurgencia jihadista salafista en 2003, el año de la invasión de Irak liderada por Estados Unidos. Fue detenido por los norteamericanos, que lo liberaron un año después tras considerar que no era un objetivo militar.
Tímido y reservado, según Al-Hashimi, se encuentra escondido desde hace poco en la frontera entre Irak y Siria, una zona escasamente poblada en la que los drones y los extranjeros son fáciles de localizar.
El Programa de Recompensas Antiterroristas del Departamento de Estado puso una recompensa de 25 millones de dólares por él, la misma que había por Ben Laden o por el ex presidente iraquí Saddam Hussein y que se mantiene para el actual líder de Al-Qaeda, Ayman al- Zawahiri. Ni Saddam ni Ben Laden fueron traicionados, pero las recompensas complicaron sus movimientos y comunicaciones.
“La recompensa crea preocupación y tensión, restringe sus movimientos y limita el número de sus guardaespaldas”, destacó Fadhel Abu Ragheef, un experto en grupos extremistas de Bagdad. “No permanece más de 72 horas en un mismo lugar”, precisó.
Al-Baghdadi “se tornó nervioso y muy cuidadoso con sus movimientos”, señaló Talabany, cuyos servicios están directamente implicados en combatir los planes de EI. “Todo su círculo de confianza se está haciendo más pequeño”, añadió.
Su último discurso grabado se remonta a principios de noviembre, dos semanas después del inicio del asalto sobre Mosul, cuando instó a sus seguidores a combatir a los “infieles” y “hacer que su sangre fluya como ríos”.
Las autoridades estadounidenses creen que dejó a sus comandantes de operaciones junto a los seguidores más radicales para combatir en Mosul y Raqqa, con el fin de centrarse en su propia supervivencia.
Al-Baghdadi no usa teléfonos y tiene sólo un pequeño número de correos para comunicarse con sus principales ayudantes.
En la cúspide de su poder hace dos años, EI “gobernó” sobre millones de personas en un territorio que cubría el norte de Siria pasando por localidades y aldeas a lo largo de los valles del Tigris y el Éufrates hasta las afueras de Bagdad, la capital de Irak.