Preservar y progresar Pareciera ser inevitable que algo tan delicado como el equilibrio entre patrimonio histórico-cultural, propiedad privada y urbanismo sea siempre motivo de escándalo y no de debate.
Llama la atención la vehemencia de la puja que se ha planteado últimamente entre conservacionistas del patrimonio histórico y cultural de Mar del Plata y los constructores e inversores que pretenden aprovechar la ola, hoy un tanto devaluada, que convirtió a los ladrillos en refugio seguro del ahorro de los argentinos.Decíamos entonces que la ciudad no se caracterizó a lo largo de su historia por cuidar de dicho patrimonio y fue entonces común ver caer bajo la picota a verdaderas joyas de la arquitectura de nuestra propia y particular “belle epoque” sin que una sóla voz se levantara para evitarlo.
nbspAsí ocurre que en la actualidad lo poco que queda en pié es motivo de disputas inacabables en las que de ambos lados se mezclan principios aceptables con intereses económicos. Y ello termina generando verdaderos escándalos en los que el tráfico de dinero se convierte en algo habitual y logra esconder su obscenidad detrás de una realidad incontrastable: no existe legislación suficientemente clara en la materia.
El hecho de que el cuidado de un valor a la vez tangible (la construcción) como etéreo (su valor histórico cultural) no haya sido objeto de creación de normas claras, definitivas y naturales es de por sí demostrativo de la falta de interés, de capacidad o,quizás, de honestidad para sacar del ámbito de los gobernantes toda cuestión que al quedar sujeta a interpretación sea a la vez factible de “cobrar favores”.
En medio de tantas cuestiones poo transparentes, las partes en conflicto ponen sobre la mesa toda la artillería de sus esgrimidos derechos sin lograr que las cosas entren en un carril de naturalidad.
En los últimos tiempos ha nacido una tendencia que, junto con la cuestión de fondo, merece ser estudiada y debatida.
Se trata de respetar la estructura de los viejos chalets en todos aquellos casos en los que es posible construir “sobre ellos” sin modificar su esencia arquitectónica.
Algo como lo que se ha presentado para llevar adelante en el chalet edificado en 1925 cuyo propietario era Alula Baldassarini, sobre el que el Ejecutivo municipal elevó a consideración del Concejo Deliberante un proyecto de ordenanza por el cual se pretende autorizar a la firma “Falucho y Sarmiento SA” para que adopte indicadores urbanísticos especiales para levantar un edificio de 11 pisos, rescatando la actual construcción para ser destinada a lugares comunes y salones multiespacio del mismo.
La empresa Tetomali SA presentó días atrás una nota ante el mismo Ejecutivo pidiendo que se desafecte del Código de Preservación Patrimonial al chalet “Villa Concepción Unzué de Casares”, ubicado en calle Olavarría 2134; más conocido por ser el lugar en el que funciona el complejo gastronómico “La llorona”. El proyecto presentado, al cual tuvo acceso LIbre Expresión, respeta en su totalidad la vieja casona, destinando también su estructura a usos del tipo antes descripto, espacios comerciales y de esparcimiento y comida.
¿Por qué no discutirlo?, ¿por qué no intentar que una lucha que aún de largo aliento tiene final asegurado se convierta en un acuerdo que preserve el pasado y asegure el progreso?
Es bueno recordar el caso de Villa Silvina y todos los disparates que se dijeron cuando la familia Giancaglini la adquirió con destino a la construcción de un anexo de su histórico establecimiento educativo.
Hoy, cuidada y preservada hasta en el último detalle, es una muestra acabada de que ese mix entre modernidad e historia sirve para preservar a esta y no frenar a aquella. Y miles de alumnos marplatenses han pasado por ese edificio aprendiendo en el propio escenario el valor de una época fenomenal de Mar del Plata.
¿Cuántos años pueden pasar antes que por razones de seguridad el viejo Chateau Frontenac deba ser demolido?. ¿Sirvió de algo entonces preservarlo?.
¿Y el Hotel Royal, que ya supone un riesgo cada vez mayor para terceros?.
¿Y el Hurlingam, abandonado a la mano de Dios mientras espera que su propietario (Amado Boudou) haga algo con su decadencia terminal?
En un tema en el que se mezclan intereses generales con intereses particulares debe asumirse con responsabilidad una norma constitucional que la demagogia barata suele dejar de lado: el sagrado valor de la propiedad privada.
Y si un interés general se eleva sobre tal dogma debe ser entonces el estado el que se encargue del mantenimiento y puesta en valor de estas propiedades, algo que a todas luces no ocurre.
Estudiemos entonces estas opciones intermedias que son copia fiel de normas de urbanismo que ya fueron probadas con éxito en algunas de las principales capitales del mundo.
Y por favor…no dejemos temas tan delicados en manos de los fanáticos.