Decenas de vasijas halladas en la necrópolis de Saqqara aún contienen los ingredientes y las instrucciones para momificar a los muertos.
En las necrópolis del antiguo Egipto, como sucede en las cercanías de los cementerios de hoy, había talleres que, como las funerarias del presente, preparaban a los que se iban al más allá. Ahora, arqueólogos egipcios y alemanes han encontrado más de un centenar de vasijas de la funeraria de la ciudad de los muertos de Saqqara. Su análisis ha permitido identificar las sustancias que usaban para embalsamarlos. Mejor aún, muchas de ellas llevan inscritas lo que contenían e instrucciones de cómo y dónde usarlo para preparar a las momias para la vida eterna.
A pesar de contar con varios papiros de embalsamamiento y de los recientes análisis de varios restos momificados, el complejo proceso de momificación de la civilización egipcia sigue siendo en gran medida un misterio. Se sabía que usaban cera de abeja, betún obtenido del mar Muerto, aceites de cedro procedentes del actual Líbano o de pistacho venido de tierras persas y, en particular, el natrón (carbonato sódico), una sal utilizada tanto para la carne en salazón como para conservar los cadáveres. Pero faltaba cómo, cuándo y dónde usar cada material. Faltaban las proporciones y quedaba por identificar las sustancias concretas a la que se referían algunos términos egipcios, como antiu y sefet, que aparecen muy a menudo en los escritos. Esas instrucciones han aparecido en la cerámica.
La necrópolis de Saqqara fue la principal ciudad de los muertos de Menfis (capital del Imperio Antiguo) durante más de 3.000 años. En 2016, los arqueólogos descubrieron un taller de embalsamamiento a unos metros de la semiderruida pirámide del rey Unas. El taller contaba con varias estancias, pero destaca el wabet, la sala de evisceración. Allí encontraron más de un centenar de vasijas, muchas de ellas ya rotas y que son de hace entre 2.700 y 2.550 años. Usando dos sofisticadas técnicas de análisis de materiales (espectrometría de masas y cromatografía de gases), detectaron muchas de las sustancias usadas por los embalsamadores, pero también algunas desconocidas y, sobre todo, muchas mezclas que se desconocían. Lo mejor, según los autores del hallazgo, es que decenas de los tarros tienen instrucciones: inscripciones jeroglíficas que dicen lo que había dentro o cómo usarlo.
En una de las vasijas, por ejemplo, se destaca que su contenido es para usarlo en la cabeza. Tras la retirada del cerebro, que se hacía en el wabet, debía aplicarse una mezcla de resina de pistacho, brea de cedro y aceite de ciprés o enebro junto a esencia de elemi. Este último procede de una resina exudada por árboles del sudeste asiático del género Canarium. Aún hoy se puede conseguir en herbolarios, aunque se usa para el catarro. Para las vendas de lino con las que se envolvía el cuerpo, otra de las vasijas contenía otra mezcla de elemi, de nuevo aceite de ciprés, grasa animal y aceite, que el análisis químico sugiere que era de oliva. Para la piel y a aplicar al tercer día, otra vasija contenía acera de abeja calentada y grasa animal, ya fuera láctea o adiposa. Todo el proceso de embalsamamiento duraba 70 días, con sus oraciones y distintos tratamientos aplicados de forma secuencial.
El egiptólogo de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich (Alemania) Philipp Stockhammer, coautor del estudio, reconoce “estar fascinado por el conocimiento químico de los antiguos egipcios”. En una rueda de prensa virtual explicó: “En el proceso de embalsamamiento, una vez sacado el cuerpo de la sal de natrón [para desecarlo], la piel enseguida corre el riesgo de ser colonizada por microbios, que la devorarían. Sabían qué sustancias necesitaban poner en la piel, compuestos antibacterianos y antifúngicos para mantenerla bien conservada”. Tenían conocimientos microbiológicos, sin saber de bacterias.
Una vasija contiene un compuesto a base de aceite de ricino, usado como antiséptico y fungicida. En seis tiestos hay información sobre sustancias para lavar el cuerpo, reducir el olor corporal y hasta devolver la tersura a la piel. Otros contenían compuestos a base de goma damar, usada todavía hoy como barniz, para aplicar en la piel. En varios hay adhesivos naturales para amortajar el cadáver con el lino. También encontraron fórmulas específicas para tratar el hígado y el estómago una vez vaciados.
El trabajo, publicado en Nature, ayuda a relacionar algunos términos de los papiros de embalsamamiento con la sustancia a la que realmente se referían. En una nota de prensa, la investigadora de la Universidad de Tubinga (Alemania) y directora de la excavación, Susanne Beck, cuenta que “se conocían los nombres de muchos de los ingredientes para el embalsamamiento desde que se descifraron los antiguos escritos egipcios, pero hasta ahora, solo podíamos suponer qué sustancias había tras cada nombre”.
El mejor ejemplo de este problema lo ofrece su colega de universidad y principal autor del estudio Maxime Rageot: “La sustancia etiquetada por los antiguos egipcios como antiu se ha traducido durante mucho tiempo como mirra o incienso. Pero ahora hemos podido demostrar que en realidad es una mezcla de ingredientes muy diferentes que pudimos separar”. En concreto, el antiu usado en la necrópolis de Saqqara era una mezcla de aceite de cedro, de enebro o ciprés y grasas de origen animal.
Puestos sobre el mapa todos los ingredientes del proceso de momificación, se puede observar lo lejos que llegaron los embalsamadores egipcios. El aceite de argán procedería del norte de África, los aceites de ciprés y enebro podrían venir tanto del sur de Anatolia como de la península Ibérica. De mucho más lejos venía la goma damar, obtenida de una resina del Shorea selanica, un árbol que hoy es endémico de las Molucas, en Indonesia. Y el elemi de los embalsamadores es generado en la corteza de unos árboles que crecen en las actuales Filipinas, pero también en las selvas del África ecuatorial, en el extremo del entonces mundo conocido. Como dice Rageot, “en última instancia, la momificación egipcia desempeñó probablemente un papel importante en el inicio de las redes globales”.
El antropólogo físico y paleopatólogo de la Universidad de Alcalá Jesús Herrerín López, que no ha intervenido en esta investigación, destaca que, al llevar inscrito lo que contenían, se ha podido relacionar lo escrito con la sustancia que efectivamente había. “Hasta ahora, las equivalencias se habían hecho partiendo de bases filológicas, haciendo una traducción del significado de la palabra (por ejemplo, “mirra”), atendiendo a lo que sabíamos de esa sustancia a través de las descripciones literarias y/o por el uso que se le daba. Este trabajo presenta una prueba física de cómo hay que relacionar una palabra con la sustancia adecuada”, dice. Y resalta otra aportación: “Hay vasos que nos dicen en qué parte del cuerpo deben utilizarse, cuestión que tampoco estaba totalmente clara anteriormente”, escribe Herrerín desde Luxor, donde la semana que viene se abre al público la tumba del Proyecto Djehuty, el más ambicioso de la egiptología española en la actualidad.
La arqueóloga de la Universidad Americana en El Cairo Salima Ikram, ajena a este trabajo, destaca en un correo la relevancia del embalsamamiento para los antiguos egipcios: “La momificación era un modo de transformar al difunto de un ser humano en uno divino que puede vivir para siempre. La idea es que el alma pueda reanimar al cuerpo después de su metamorfosis”. Herrerín también lo destaca: “La momificación era requisito imprescindible para culminar un tránsito exitoso hacia la eternidad. Evidentemente, las clases altas estaban muy interesadas en ello. Pero también el resto de la población. Lo que ocurre es que el acceso a los productos utilizados durante este complicado proceso no estaban al alcance de todos”.