Investigadores del Hospital del Mar de Barcelona prueban con éxito en ratones que inhibir una proteína relacionada con el tumor de páncreas reduce su crecimiento y el riesgo de metástasis.
Poca o ninguna alternativa terapéutica hay hoy en día para abordar un diagnóstico de cáncer de páncreas. El tumor es escurridizo, sabe camuflar los síntomas hasta que la enfermedad alcanza un estado demasiado avanzado y, además, crea a su alrededor una especie de muro que impide actuar al sistema inmune y a los fármacos quimioterápicos. Sin embargo, investigadores del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) en Barcelona han encontrado ahora un haz de luz al final del túnel, un hilo del que tirar para mejorar el pronóstico y la evolución de este tipo de tumores. Los científicos han probado con éxito en ratones que, al inhibir la proteína Galectina-1 (Gal1), relacionada con la proliferación de las células tumorales, se reduce la agresividad y se frena el crecimiento del tumor. A falta de que estos estudios preclínicos se trasladen a un ensayo con pacientes reales, el hallazgo abre la vía a una posible diana terapéutica para mejorar la supervivencia.
El tipo de cáncer de páncreas más común, el adenocarcinoma ductal pancreático (supone el 85% de los casos detectados), tiene uno de los peores pronósticos: la supervivencia a cinco años apenas llega al 5%. “Es muy maligno. Se detecta en fases muy avanzadas, cuando ya no se puede hacer cirugía para extirpar el tumor. La sintomatología inespecífica y la localización del órgano dificultan el diagnóstico precoz. No hay métodos de screening y, además, responden muy mal a los tratamientos porque tiene una barrera física que hace que los fármacos no lleguen al tumor”, enumera la doctora Pilar Navarro, investigadora del IMIM y autora del estudio que ha abierto la puerta a una nueva diana molecular para combatir la enfermedad.
La “barrera física” a la que se refiere Navarro se llama estroma y funciona como una especie de muralla que evita que las células tumorales se expongan a los fármacos y al propio sistema inmunológico. Los artífices de este muro son los fibroblastos, un tipo de células que secretan proteínas y otras sustancias que favorecen la proliferación del tumor. En este ecosistema tan particular, los investigadores pusieron el foco en una de esas proteínas que generan los fibroblastos: la Galectina-1, unas moléculas que participan activamente en la evasión del sistema inmune. “Ya habíamos observado que en el páncreas sano no se expresa esta proteína y en el cáncer sí que está expresada de forma elevada, así que sabíamos que tenía que ver con el crecimiento del tumor: esta proteína promueve la vascularización del tumor [nuevos vasos sanguíneos para que pueda alimentarse y diseminarse] y que crezcan más las metástasis”, apunta Navarro.
Sobre estas premisas, los investigadores se propusieron eliminar esa proteína para ver cómo actuaba el tumor. “En el páncreas sano ya no hay expresión de esta proteína en la edad adulta. Sus funciones son las de bloquear respuestas autoinmunes, así que si la bloqueas no tiene por qué pasar nada porque su función también la realizan otras proteínas”, explica la doctora. Así, los científicos probaron la respuesta de las células tumorales de varias maneras: primero, en ratones tratados genéticamente a los que se les inhibió la Gal-1; luego con células de pacientes con cáncer in vitro en el laboratorio e in vivo en ratones; y, finalmente, a través de estudios moleculares genómicos de gran escala. El resultado fue claro: “validamos que inhibir la proteína Gal-1 tiene un efecto multidireccional porque ralentiza el crecimiento del tumor, frena las metástasis y recupera la respuesta inmunológica”, sintetiza la investigadora, que ha publicado el hallazgo en la revista científica PNAS.
El hallazgo sienta las bases de lo que podría ser una vía de tratamiento en el futuro. Los investigadores se muestran optimistas, pero también cautelosos: se trata de estudios preclínicos y falta un largo camino para que esto se traduzca de forma efectiva en pacientes reales. Las investigaciones siguen su curso y el siguiente paso es inhibir la proteína farmacológicamente —en este estudio se bloqueó genéticamente—. “Ya generamos anticuerpos para la Gal1 y también hay otros inhibidores químicos que podrían funcionar. Primero vamos a tratar al ratón con estos anticuerpos y luego, si todo va bien, lo trasladaremos a ensayos clínicos. Siendo optimistas, se necesitarán 10 años para verlo en pacientes”, sostiene la investigadora del IMIM.
La investigación, ha contado con la colaboración del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y de grupos de investigación de Estados Unidos y Argentina, ha sido financiada también a través de becas de la Asociación Española de Pancreatología y de la Asociación Cáncer de Páncreas.