Tiene 17 años y es adicto desde los 13. Dicen que sale a robar para comprar drogas. Y que necesitan que el Estado los ayude a rehabilitarlo. “Nadie hace nada”, se quejan.
Madre y padre no tienen vergüenza cuando hablan de su hijo. Tampoco cuando, quebrados por la angustia que les produce la adicción que padece, le reclaman al Estado catamarqueño que los ayude a conseguir un lugar donde rehabilitarlo y sacarlo de las drogas. Todo lo contrario: están desesperados. El chico tiene 17 años, ya acumula 50 causas penales por robo y nada parece poder detenerlo.
“Coki”, el hijo de Sergio Dante Lobo (39) y María Lucía Nieva (41), tenía 13 años cuando las drogas –en particular, los ansiolíticos y otros psicofármacos– comenzaron a hacer estragos en su vida. Por esa época empezó a robar en las casas de los vecinos de su barrio, en la localidad catamarqueña de Piedra Blanca. Se llevaba lo que encontraba –desde ruedas de auxilio hasta cámaras, celulares, ropa, zapatillas, mangueras y garrafas– para canjearlo por pastillas.
Pronto sus vecinos fueron a ver a sus padres para reclamarles. “Nos decían que nosotros lo mandábamos a robar. Pero era mentira. Cuando nos dimos cuenta de que llegaba con cosas robadas, le cerramos la puerta. Le hablamos un montón. Pero la droga ya lo había hecho cambiar mucho”, cuenta Sergio, su papá, a Clarín.
“El llegaba así como borracho a casa. Un día lo llevé al Hospital de Niños y nunca me voy a olvidar lo que me dijo el pediatra: ‘¿No se estará drogando?’. Juro que se me cayó el alma al piso”, agrega el padre, quien a raíz de los problemas de su hijo perdió su trabajo. Es que cada vez que el chico era demorado por la Policía o enviado al Juzgado de Menores, tenía que faltar a su empleo en la Secretaría de Ambiente de la provincia. Ahora vive de la venta ambulante.
Según el hombre, hace 4 años que “Coki” consigue las drogas en los denominados “kioscos” de venta de pastillas. Son tan comunes en Catamarca que, a pesar de los incontables testimonios y de los graves hechos de sangre protagonizados en sus alrededores por jóvenes adictos al alcohol y a los psicofármacos, nada se hace para eliminarlos. Ni siquiera hay controles en las farmacias para hacer más rigurosa la comercialización.
“Acá venden droga como caramelos, pero nadie hace nada. No le pasa sólo a mi hijo, les pasa a muchos chicos”, expresa el padre del adolescente, que ahora está detenido en el Centro Juvenil Santa Rosa por la más reciente de las 50 causas penales que le han abierto robo. El lugar está destinado a alojar por pocos días a menores en conflicto con la ley, pero no tiene ni personal ni medios para brindar tratamiento contra las adicciones. Sin embargo, la totalidad de los chicos internados allí consume drogas.
María, la mamá de “Coki”, llora mientras señala una imagen de la Virgen del Valle. “Lo único que quiero es recuperar a mi hijo. Yo le pido todos los días a la mamita Virgen por él y por todos los padres que quieren salvar a sus hijos de esta mierda de la droga, que los va a destruir”, solloza.
Hace 3 años, los padres de “Coki” fueron al Centro Integral de Salud, el único lugar público de Catamarca en el que se hace contención de adictos. Llegaron cargando a su hijo en brazos por la cantidad de drogas que había consumido. Pero nadie los ayudó.
“No lo quisieron recibir. Nos dijo el médico que no estaba drogado, que no tenía los síntomas. Y que si quería dejarlo, me tenía que quedar yo 24 horas con él y con una custodia policial. ¡Tenía que hacer yo el trabajo de ellos! ¿Para qué les pagan? Nadie ahí quiere trabajar”, se lamenta Sergio.
“Yo perdí mi trabajo, porque tenía que faltar mucho. Me hicieron un sumario, pero yo no iba porque tenía que atenderlo a él, porque estaba solo. Y era la calle y las drogas, o la cárcel”, agrega el hombre. “Si alguien nos hubiera abierto una puerta, si lo hubieran recibido en algún lugar para rehabilitarlo cuando él era más chico, ahora sería otra cosa”, concluye. Sabe que, si no recibe tratamiento, en cuanto lo dejen salir “Coki” volverá a lo mismo.